-’¡Popoluca! ¡Popoluca! ¡Popoluca!’, grita la masa amorfa arremolinada al paso de la caravana de nueve camionetas blindadas que transporta a las Gacelas entrenadas por el Mosad israelita, en funciones de escoltas del hombre ignorante de que asumió el poder y se mantiene en eterna gira electoral.
Una de las custodias ataja la mano sexagenaria cuando intenta apretar el botón que baja el cristal de la ventana, lo que le enerva y exclama con frases cansinas entrecortadas: ’¡Mira cuanto me quiere el pueblo bueno, y debo corresponderle, por lo menos con un saludo! Ese grito, ¡ese grito es de amor! ¡Soy su líder amado!’
Sabe la fémina el riesgo de contradecir: ’¡Lo aman, mi Señor! Por ello, debemos protegerle de la euforia popular. Y debe evitar asomarse en la ventana’.
El eco de sus pensamientos se refleja en esa sonrisa irónica: ’¡Ignorante! Y eso que el Imperio Azteca dominó hasta Nicaragua y que los incultos entienden como Aquí llega Anáhuac cuando en realidad significa: El Reino de los que habitan junto a grandes depósitos de agua. A un lado de su lugar de origen’. Le interrumpen:
-’¿En qué piensa? El que solo se ríe de sus travesuras se acuerda’, dice el de palabras entrecortadas. Escucha:
-’Nada, mi Señor. Reflexionó en el amor del pueblo bueno. Esa palabra en que le dicen Tallo al Cielo…’
-’El pueblo además de bueno ¡es sabio! Y me reconocen como su líder amado y vas a ver, dentro de poco hasta ¡me endiosarán!’ Y se arrellana en el asiento con una cara de profunda satisfacción sin poder leer la mente de su interlocutora.
-’¡Jajaja! Si supieras lo que literalmente te dijeron: Qué eres un destructor al entenderse la palabra náhuatl como: Que hablas en lengua bárbara, y que es un concepto despectivo para un extranjero, similar en connotación y significado al término bárbaro, el que balbucea, de griegos y romanos, por ser el bárbaro un pirómano de la cultura y las instituciones, replicado en la misma forma y fondo en un visigodo que se apodera del centro y sur de las Galias y el Norte de Hispania en pocos años’, le interrumpen la línea de pensamiento a la bien entrenada agente con el zangoloteo de la camioneta:
-’¡Nos traicionaste! Prometiste que íbamos a prosperar y estar mejor y nos conduces al sufrimiento del dolor del hambre y la miseria…’ Vocifera en respuesta:
-’Son provocadores enviados por mis enemigos, mis adversarios que perdieron sus privilegios y les arde el rescate que hacemos, primero a los pobres…’ discurso suspendido por las ágiles Gacelas que deslizan una puerta secreta en el piso de la camioneta blindada para escurrirse por una alcantarilla y poner a salvo a su jefe.
La reflexiva se percata de una pequeña herida en el brazo derecho. Llama a la compañera encargada del botiquín médico y extrae una botellita de merthiolate, un compuesto que contiene en cada cien mililitros; quinientos miligramos de Cloruro de benzalconio y doscientos miligramos de Digluconato de clorhexidina.
Recupera su sonrisa la autocuradora: ’Y dicen que hemos evolucionado y este antisépticos es igual a la mercromina empleado en España desde 1935, y ahora con el nombre comercial de la merbromina por su fórmula que consta de 30 mililitros de merbromina, con lauriléter polioxietilénico, povidona y agua purificada’.
Mientras caminan por el sistema de drenaje para evadir a la creciente manifestación del pueblo bueno y sabio en contra del amado líder, reflexiona la Gacela: ’¿Habrá algún antiséptico social que sane las quemaduras de una población sobreviviente del incendió económico y político?’
Alcanza a percibir que en la superficie el presagio: ’Muere el sol en los montes/ Con la luz que agoniza/ Pues la vida en su prisa/ Nos conduce a morir’, el vals ’Dios nunca muere’, compuesto en 1868 por el oaxaqueño Macedonio Alcalá Prieto, entonces de 31 años. Pasaron 87 años, en 1955, para que el compositor Vicente Garrido Calderón, curiosamente a la misma edad del músico oaxaqueño, compusiera la letra.
Y antes de salir de las alcantarillas, la escolta suspira al recordar parte de la letra: ’Porque me queda el consuelo/ Que Dios nunca morirá’.