En Las Nubes
Carlos Ravelo Galindo
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Decíamos.
Ahora ya sin gritos, al menos por tres días, que los refranes y proverbios, por lo demás le parecen al mexicano modelos más apropiados para la incursión filosófica y moralista, que, para la excursión espontánea de la risa, del desahogo y el desenfado, y lo inducen a burlarlos con una poca de rima, y más aún, con un poco de música.
Veamos:
Al diablo, con la rienda,
y a la mujer, con la espuela.
Un tanto ruborizado de esta rudimentaria expresión de machismo, le añade la dosis necesaria de ingenio:
Mi mujer y mi caballo,
los dos murieron a un tiempo;
Mi mujer, Dios la perdone,
mi caballo es lo que siento.
La explosión agresiva se vuelve alegre canto. El refranero da paso al trovador y éste será en adelante el intérprete genuino del pensamiento popular.
Para chismes y campanas,
Zacatlán de las manzanas.
Dos líneas que rezuman el veneno que el mexicano destila para los habitantes de cualquier región que no sea la suya, se transforman en:
Por una manzana, Adán
pervirtió a la especie humana;
¿Qué harán los de Zacatlán
que tienen tanta manzana?
Hay ocasiones, sin embargo, en que el proceso se invierte o se desvía hacia la procacidad, sobre todo cuando se trata de poner en su sitio al majadero que rechaza con insolencia lo que se le ofrece de buena gana:
Al que no le guste el fuste
y el caballo no le cuadre,
que tire caballo y fuste
y vuelva de nuevo tarde.
El refrán es discreto, la versificación, intemperada:
Al que no le guste el fuste
y el caballo no le cuadre,
que tire caballo y fuste
y que le monte a su madre.
Aunque, al final de cuentas, la brusquedad del lenguaje quede atenuada así:
Al que no le guste el fuste
y el caballo no le cuadre,
que tire caballo y fuste
y vaya y venga a la tarde.
El refranero filosofa de la siguiente manera acerca del demonio de los celos:
El que es celoso no duerme,
y si duerme no lo siente.
El versificador aconseja:
No te metas a celoso
duérmete sin sentir
olvídate del coloso
para no dar que decir.
Cuando la pobreza lo atosiga, fenómeno de lo más frecuente –sobre todo en los días que corren-, el mexicano se vuelve estoico:
Echarse platos de hambre
con rebanadas de necesidad.
Y masoquista:
Cuando la pobreza aprieta,
es una felicidad
echarse dos platos de hambre
y tres de necesidad.
Y más tarde, otro día, ofrecemos nosotros, un capítulo más del libro.
craveloygalindo@gmail.com