Guerra sin fin

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Periodismo
Noviembre 12, 2014 18:41 hrs.
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Ángel Soriano › diarioalmomento.com

Las organizaciones sociales y las fuerzas de seguridad del Estado mexicano –se considera al Estado como la integración de los tres niveles de Gobierno y los Tres Poderes de la Unión como representativa de la República mexicana sin excepción, a menos de que algún funcionario desee la separación de algún municipio rijoso e integrarlo sólo con los que marchan bien-, parece que no tendrá fin: menudean los enfrentamientos, las detenciones y las liberaciones, en un círculo vicioso en donde nadie sabe quien cederá o quien perderá.

Como caso típico de la impunidad reinante en nuestro país, luego de la ubicación y detención de los vándalos que causaron destrozos a la puerta principal del histórico Palacio Nacional, éstos fueron liberados con el argumento de que las pruebas presentadas en su contra eran endebles y porque el delito no es considerado grave; además de que las autoridades en la materia ofrecieron los máximos adelantos en materia de restauración de piezas históricas para que no haya problema.

En realidad no se trata de que si el atentado es considerado grave o se establecen causales de delito contra los presuntos responsables, lo verdaderamente grave es que se atentó contra un ícono de la Nación, contra uno de los inmuebles más representativos de la historia de nuestro país, contra la sede del máximo poder de la República, en el cual los ciudadanos confíamos nuestro presente y nuestro futuro, así como la custodia de nuestros valores nacionales; es, en síntesis lo más trascendental de la Nación, y a cuyos símbolos se jura lealtad desde la infancia.

Sin embargo, la tibieza de las autoridades encargadas de la custodia del más importante de nuestros símbolos consideran no grave atentar contra ellos, y menos si se la prende fuego o se destruye nuestro patrimonio, pues para ello están los restauradores de las mejores escuelas en la materia, para reparar los daños que causen los vándalos, que pueden actuar con absoluta impunidad, pues si se fusilaron a 22 y se incinerados a 43, quemar una puerta histórica no se le considera grave.

En tanto, siguen los enfrentamientos entre maestros disidentes, normalistas y inconformes de toda laya, la persecución de policías por los inconformes; la persecución de policías a éstos; la detención de unos y la liberación de otros; el secuestro de autobuses con o sin pasajeros, el robo de combustibles para abastecer las flotillas de camiones secuestrados, los bloqueos a comercios y a las autopistas, son cuestiones cotidianas que no tienen para cuanto parar, a unos días de que se celebre un aniversario más de la Revolución Mexicana y se haga el desfile correspondiente, si es que las condiciones lo permiten.

Los enfrentamientos y los llamados al diálogo de parte de autoridades de todos los niveles no tienen para cuando acabar, pues si la desaparición forzada de normalistas fue un aviso para que se estén ya quietos el siniestro remedio resultó peor que la enfermedad, pues con la falta de sensibilidad social de los funcionarios que detentan el poder hoy, no tienen ni idea del México bronco que han despertado.

El ambiente de guerra civil que se observa originado y continuado por la impunidad que sigue reinando en el país, no tiene para cuando acabar; y más cuando se van acumulando torpezas tras torpezas que, como las desgracias, no tienen solas; sino vienen acompañadas de otras, para desgracia, si, para el país, ante las acometidas de las organizaciones sociales y la ineficacia de las fuerzas de seguridad del Estado.

www.revista-brecha.com
vidanacional@yahoo.com.mx

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