Después del calvario

Como cada año, la vida recomienza después de la Semana Santa y el abanico de costumbres en la sociedad del siglo XXI, desde quienes –cada vez menos-- siguen fieles a la liturgia y asumen los días pasados como espacios para el recogimiento y la reafirmación de su fe, los muchos que mezclan sus creencias con recreaciones teatrales, y quienes de plano – la inmensa mayoría—aprovechan la temporada para vacacionar, viajar a la playa o a otros lugares de interés turístico, y encontrar en ellos las mismas aglomeraciones y conflictos de los que huyen al abandonar sus puntos de origen.
Ahora, terminado el asueto, el regreso a la rutina con la piel, el estómago y el bolsillo lastimados, hace de la Semana de Pascua un nuevo viacrucis, luego del que cada quien vivió en las jornadas recientes.
Al retornar, la realidad nos enfrenta a los males que ya estaban ahí cuando nos fuimos: la declinante economía y los filos de las tablitas en que amenazan con naufragar los precios del petróleo y el tipo de cambio, la violencia que no cesa por causa del crimen organizado que incluso en Acapulco no dio tregua en medio de la invasión de paseantes, la mala calidad del aire, las horas perdidas en el tránsito, el pésimo transporte público, la escasez creciente de agua, el pleito cínico de los políticos por los puestos de elección en juego, a costa de los dineros del pueblo.
Aunque no estamos tan mal, dicen los gobernantes para quitarse culpas. Y efectivamente, los males del resto del planeta no son pocos ni menores: la inestabilidad económica, la falta de crecimiento y la debilidad del comercio internacional, la migración que pone en crisis a Europa y el terrorismo que pone en vilo al mundo entero, la preponderancia de las grandes mafias que hacen crecer los jugosos tráficos de las drogas, las armas, la prostitución y otros ilícitos, son algunas muestras del desastre en que vive el mundo.
Y pensar que las Pascuas eran tiempos de alegría y regocijo. ¿Volverán a serlo algún día?