Opinión

Don Niccolo, el Barón de Montesquieu y el Duque de Otranto/ II DE II…

Don Niccolo, el Barón de Montesquieu y el Duque de Otranto/ II DE II…
Periodismo
Julio 08, 2016 20:05 hrs.
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Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com


Al fin de la colaboración anterior, nos quedamos en que en esta comentaríamos sobre Joseph Fouché, el radical enemigo de los ricos quien con el correr del tiempo terminaría convertido en uno de ellos y gracias, a la magnanimidad de Napoleón Bonaparte, trasformado en el Duque de Otranto. Sí bien, Maquiavelo y Montesquieu son los extremos del pragmatismo político y del apego a las leyes, Fouché fue alguien quien conjugó ambos para estirarlos hasta el punto de que valiéndose de ellos fue capaz de sobrevivir los años del terror de la Revolución Francesa, la cual como dijera nuestra profesora de historia europea del Siglo XIX, Linda S. Frey, para lo único que realmente sirvió, a pesar de su ’liberté, égalité, fraternité’ fue para crear una carnicería y heredar a los franceses un dictador como Napoleón. Durante ese proceso, Fouché jugó un papel fundamental que nos muestra como alguien puede sobrevivir a la carnicería aludida para después convertirse en una pieza importante en el ascenso y gobierno napoleónico. Demos un breve recorrido a esta historia no necesariamente ética, pero eso si pragmática y muy útil para los fines de quienes lo utilizaban.
Retomamos el texto de Stefan Zweig quien nos narra como aquel sujeto físicamente poco dotado acaba estudiando en el colegio de los oratorianos, la orden que prevalece en Francia desde la expulsión de los jesuitas, y aun cuando durante diez años viste el hábito, jamás hace voto, lo cual es una premonición de lo que será el resto de su vida. Con nadie, ni siquiera con el Gran Arquitecto, habrá de comprometerse, todo lo hará en función de lo que más le convenga según soplen los vientos. En medio de alientos o ráfagas, durante tres generaciones, Fouché preferirá actuar bajo las sombras. Eso sí, siempre habrá de escoger que la ventisca lo ubique en el grupo de las mayorías. Así lo hizo desde que dejó los ropajes de sacerdote e investido como diputado de Nantes, uno más en la Convención compuesta por setecientos cincuenta, opta por alinearse al lado de los moderados, los girondinos. Con ello, provoca la ira de su amigo antiguo, Maximiliano Robespierre, a quien años atrás le había costeado el traje con que se presentó como delegado a los Estados Generales para trabajar en la nueva constitución de Francia. Sin embargo, mientras que en el trascurso de la Convención todos pelaban por tomar la tribuna y expresar sus posturas, Fouché evita expresar posiciones o aparecer en los diarios, ’prefiere ser elegido en las Comisiones, donde se gana en la sombra conocimiento de la situación e influencia sobre los acontecimientos sin ser observado u odiado.’
Desde la penumbra observa y espera que los ánimos encendidos actúen sobre quienes creen poseer el poder. Aún falta tiempo para que la hora de los prudentes arribe. Fouché adopta la estrategia de estar siempre ’parapetado detrás de la figura principal, empujarla hacia adelante, y en cuanto avance excesivamente, en el instante decisivo, traicionarla de manera rotunda.’ Es poseedor de un amor propio extenso, ’pero no ansia la gloria; es ambicioso sin vanidad.’ Y bajo esa premisa, a lo largo de la historia, ’los girondinos caen, Fouché queda; los jacobinos son arrojados, Fouché queda; el Directorio, el Consulado, el Imperio, el Reino y otra vez el Imperio zozobran y desaparecen; pero siempre queda él, el único, Fouché, gracias a su refinado retraimiento y a su valor audaz para preservar en la falta absoluta de vanidad.’
Inicialmente estaba por la clemencia hacia Luis XVI, inclusive tenía preparado su discurso de defensa. Sin embargo, al ver que la mayoría iba por otro cauce, cuando toma la palabra simplemente pronuncia ’La mort.’ Y pronto el moderado habrá de convertirse en el jacobino más rabioso. Lo cual no le impide, cuando en la Convención se da el choque entre Danton y Robespierre, ausentarse del debate y no volver a aparecer sino hasta que todo este decidido. Para su ’fortuna’ la Convención elige doscientos delegados quienes habran de ir a las provincias para mantener el orden y uno de los elegidos es Fouché. Y va a Lyon convertido en un jacobino recalcitrante que demanda la desaparición de todo rasgo de religión católica hasta el punto de lograr que ’el cardenal Francois Laurente arroje los habitos y se ponga el gorro frigio, y le siguen, entusiasmados con este ejemplo, treinta sacerdotes…’ Aun cuando en Paris y otras ciudades de la provincia, ’la guillotina funcionaba como una máquina de coser,’ Fouché en Lyon solamente aplicaba el arma del terror, pero sin ejecución. Sin embargo, se emite un decreto poco conocido el cual en uno de sus apartados dice: ’Todos los habitantes de Lyon serán desarmados y sus armas entregadas a los defensores de la República.’ Al calce debemos comentar que medida similar seria aplicada en el siglo XX por la bestia austriaca en Alemania, simplemente para recordar. Retornando a Fouché, más tarde, utilizando como excusa el asesinato de Chalier, dan inicio las ejecuciones hasta contabilizar alrededor de dos mil sin que se hubiese concedido indulto alguno, lo cual llena de orgullo al revolucionario convencido hasta que otea en el ambiente un cambio de vientos. Nuevamente, la astucia le permite tener una escapatoria. En caso de ser acusado ’en Paris de benevolencia exagerada, puede señalar las mil tumbas y fachadas demolidas en Lyon.’ Pero, en caso de ser señalado ’como sanguinario, puede apoyarse en las acusaciones de los jacobinos que le culpan de su moderación exagerada.’ Y no tiene otro camino sino ir a la Convención dominada por su camarada del ayer- enemigo presente, Robespierre.
Ante el peligro, Fouché va y se arrodilla, pero es rechazado y humillado. Posteriormente, Robespierre creyente que su poder es omnímodo y que con un discurso brillante acabaría con el enemigo, lo reduce a la nada. Sin embargo, quien en el futuro será el Duque de Otranto se vuelve invisible, nadie sabe de él, pero no está quieto. ’…trabaja subterráneamente, obstinado, metódico, como un topo. Hace visitas a los Comités, busca amistades entre los diputados, es amable y afectuoso con todo el mundo y a todo el mundo busca atraerse. Intensamente, se mueve entre los jacobinos…’ quienes acaban de elegirlo como el presidente del club de los jacobinos. Cuando Robespierre se entera decide que es el momento de terminar con su enemigo y se echa sobre Fouché a quien exige aparezca públicamente a justificarse. Ante ello, Fouché envía una carta en la cual renuncia al liderazgo jacobino, es mejor volver a la oscuridad y aparecer como vencido, es el momento de ganar tiempo. Los jacobinos expulsan a su presidente quien a partir de ese momento vive lo que parece serán sus últimos días. Sin embargo, aún le queda una herramienta a utilizar, la fuerza con que Robespierre ha ejercido el poder. En ese proceso había lastimado a todos, izquierdas y derechas, a la Comisión de Salud Pública, a los negociantes, a los ambiciosos, a los envidiosos y a los oportunistas. Todos ellos estaban resentidos, pero temblaban ante el poder y de eso se aprovecha Fouché quien va, como araña laboriosa tejiendo la tela de la conspiración. Ante las alertas, de día opta por aparecer retraído de toda lucha política, mientras que por la noche prepara su gran discurso. Cuando la conspiración es descubierta, Robespierre va a la Asamblea y acusa a los rebeldes, pero cuando es cuestionado sobre el ausente, Fouché, dice no querer ocuparse de él por ahora. Y da una noche más de vida al rival quien en las penumbras ’susurra, adula, promete, amedrenta y amenaza aquí y allá y no descansa hasta que cierra el pacto. A las dos de la madrugada están de acuerdo…todos los adversarios para aniquilar al enemigo común: a Robespierre…’ Al día siguiente, en la Asamblea, los resentimientos y el odio acumulado de seiscientas almas acaban por descargar su ira y devoran a Robespierre quien terminara bajo la cuchilla desmembrando su testa. Fouché está salvado por el momento, después tendrá que responder por la carnicería de Lyon en cuya defensa niega cualquier complicidad y aduce haber sido acusado de excesiva benevolencia por Robespierre.
Al verse acorralado, Fouché encuentra en Francisco Baboeuf o Graco Baboeuf quien tome la tea de la conspiración. Sin embargo, todos sabían quién era el verdadero líder. Al cuestionársele, niega conocer al conspirador sobre quien caen las culpas y es fusilado. Finalmente, cuando Fouché es condenado por terrorista, una vez más logra escabullirse y durante tres años nadie sabe de él, ni pronuncia su nombre. Después de que ’todos sus amigos le han abandonado, evitan su encuentro. Se ocupa en los negocios más extraños y oscuros…’ hasta el día en que percibe que un nuevo poder ha llegado a Paris, ’es el dinero,’ al cual decide servirle. Al servicio de Luis XVIII, se ’vuelve atento hacia los de arriba, sin miramientos para los de abajo…’ bajo esa máxima opera hasta que en 1799 es nombrado ministro de policía, una función subalterna la cual en tres meses le permite vigilar hacia arriba y hacia abajo o como diría Talleyrand: El ministro de policía es un hombre que se ocupa, en primera línea de todos los asuntos que le importan y en segundo lugar, de todos los que no le importan.’
Empieza a formar una maquinaria de información convertida en un aparato de vigilancia que abarca todo el país. Le bastan dos meses para llenar al país de ’espías, agentes secretos y moscardones’ quienes lo mismo que ataviados con trajes lujosos que vestidos de simples paisanos se enteran y escudriñan en todos los sitios. ’No hay charla que no tenga referencia, no hay carta que no se habrá.’ Ello abarca todos los sectores y actividades. ’En el ejército, entre los comerciantes, entre los diputados, en las tabernas y en las asambleas, a todas partes llega el oído vigilante del ministro de policía, invisible, y todas esas noticias van diariamente a parar a su mesa de burócrata.’ El poder ya no es el terror, es la información. ’el saber, por adelantado, las noticias del teatro de la guerra y de las negociaciones de la paz, permite operar en la Bolsa con financieros complacientes y finalmente, hacerse de un capital.’ No ha creado tal maquinaria ’para el Estado, ni para el Directorio, ni para Napoleón, [lo ha hecho] únicamente para su propia utilidad.’ Permite a los banqueros que hagan dinero, al tiempo que él también lo obtiene. Cuando husmea que los vientos cambiaran, y que el desterrado Napoleón Bonaparte ha de regresar, Fouché guarda la información que le proporcionaba la esposa del corzo, Josefina Beauharnais y nada informa a los superiores. Pero ello, nos lleva a dedicar un tercer espacio a esta historia, lo cual haremos en la próxima colaboración.
Por lo pronto, no podemos sino rememorar que el modelo Fouché, en materia de inteligencia, fue utilizado por el director del Buró Federal de Investigaciones (FBI), Edgar J. Hoover cuyos métodos no siempre gustaron a los estadounidenses, pero gracias a los cuales esa nación pudo vivir muchísimos años sin los sobresaltos que hoy padecen. Mientras que en nuestro país, el modelo era replicado bajo el mando de Fernando Gutiérrez Barrios. Podrán algunos decir que aquello en ocasiones recurrió a métodos extremos y nadie podrá negarlo. Sin embargo, la paz social de las naciones, bajo cualquier sistema de gobierno, no se logra con arrumacos públicos o, como sugieren los trogloditas, a garrotazo limpio. En la realpolitik, bajo los principios sugeridos por Don Niccolo, el respeto a las leyes apuntado por el Barón de Montesquieu y el pragmatismo del Duque de Otranto, el ejercicio de gobierno debe de hacer uso del poder de persuasión derivado de una utilización racional e inteligente de la información. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (1) En los estertores del pricambrico tardío aun había quienes creían que podían enderezar las cosas. Un par de funcionarios de una de las tantas ramas del sector primario decidieron darle un giro al área a su cargo y emprender medidas que no gustaron a algunos. Entre ellos el gobernador de una entidad del noroeste quien, junto con uno de sus secuaces, decidió que no iba a permitir que les ’mosquearan’ el negocio. Para ello hacían uso de uno de los tantos líderes ’sociales’ dispuestos al sacrificio por la causa. Cada vez que se tomaba una medida que les incomodaba refaccionaban al sujeto en comento quien, junto con otros de calaña similar, iba a la capital a armar ruido. Así, hasta el día en que en una convención nacional de su gremio despotricó en contra de aquellos dos funcionarios quienes tenían ahí un representante que al terminar el evento salió corriendo para ir a decirle a su jefe que, a él y a su superior, los habían puesto como lazo de puerco. Ante la pregunta de cuál fue su respuesta, contestó que había guardado silencio. El aludido voltea hacia el otro testigo de la confesión y le pregunta: ’¿Qué hacemos?’ Como respuesta encontró: ’Mañana yo voy y pido explicaciones públicas a ese sujeto.’ Así lo hizo y micrófono en mano, ante doscientos delegados, demandó precisiones lo cual sorprendió a la audiencia. El acusador de un día antes apenas pudo balbucear incoherencias. A partir de ahí, se convirtió en hazmerreír y lo dejaron de utilizar. El gobernador terminó en la cárcel en medio del descrédito.
Añadido (2) Al parecer el jefe de gobierno de la CDMX y un diputado local por Nueva Alianza van a terminar convocado al ’salchil’ (la versión chilanga del brexit) para crear su republica propia. Uno promueve que cualquier vehículo proveniente de provincia podrá entrar a la ciudad capital solamente si cuenta con un pase turístico o ha sido verificado. ¿Solicitara después certificado de pureza de sangre o un pasaporte a los ciudadanos no nativos de esta ciudad? El otro, quiere que todos los empleos creados en la CDMX sean exclusivamente para ciudadanos capitalinos. Nuevamente a soliviantar regionalismos estúpidos. Mañana, no va faltar por ahí quien promueva que los estados dejen de enviar al centro los impuestos que recaudan y de una buena vez que nos partamos en cinco ’paisitos’ para no tener que lidiar con estos chilangos que, decimos nosotros, no son necesariamente los mismos que todos los nativos o residentes de la Ciudad de México.
Añadido (3) Se acabó la ignorancia en el PRI, ahora si los culturizaran. El desconocido quien un día dijo que no era miembro, y ahora les presentan como el salvador, pondrá a su disposición las obras de arte que sacaran de su atraso a las bases. Nada de andar admirando grafitis o pinturas de calidad dudosa, van a saber lo que es bueno y electrizado.

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