Opinión

Doña Carmelita enmedio de la rivalidad entre don Sebastián y don Porfirio

Doña Carmelita enmedio de la rivalidad entre don Sebastián y don Porfirio
Periodismo
Octubre 29, 2021 22:40 hrs.
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Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com


Es común pensar que las rivalidades entre nuestro proceres se generan, y agravan, solamente por motivos políticos. Sin embargo, olvidamos que al igual que cualquiera de los mortales comunes tienen sus momentos en que la pasión les nubla las entendederas y los lleva a enfrentarse con enconó mayor. Lo que en esta ocasión comentaremos con ustedes en ocasiones escasas es aludido. Los protagonistas son un par de ciudadanos, héroes de la República cuya imagen es toda circunspección. A primera vista, los dos poco se le imagina en lances amorosos. Sin embargo, tanto Sebastián Lerdo De Tejada y Corral como José de la Cruz Porfirio Díaz Mori tenían su guardadito en esos asuntos, más conocidos los del segundo que los del primero. A pesar de ello, en eso de los asuntos del corazón, como dijeran quienes se dedican a la crónica de sociales, hay un momento en que sin que sea evidente, la rivalidad entre ambos se hace presente.
Es de todos conocido que, en eso de las damas, don Porfirio era de armas tomar. Entre las mujeres que se le conocen en su vida están Rafaela Quiñones con quien procreó una hija, Amada, aquella quien vía su matrimonio con Ignacio De La Torre y Mier termina siendo tía bisabuela política de Carolina, Stephania y Alberto II de Mónaco. Si usted, lector amable, desea profundizar en esto, le recomendamos la lectura del artículo ’La bisabuela mexicana de Alberto II de Mónaco,’ escrito por Alfonso Diez quien lo publicó en Código Diez. Dejemos esta digresión y volvamos al presidente Díaz quien en eso de amores soterrados con las damas tuvo una historia larga, cosas de esas que gustaban a los gobernantes del antier.
Una de esas relaciones secretas la vivió con Petra Esteva, otra con la misteriosa dama a la que visitaba por los rumbos de Tlalpan, sin olvidar a Juana Catalina Romero su gran amiga oaxaqueña. Lo que no fue oculto fue su matrimonio con la hija de su hermana Manuela, de nombre Delfina Ortega Reyes, con quien se casaría por poder en 1867, pero en cuanto estuvieron cerca no desaprovecharon el tiempo y de la unión nacieron seis hijos, de los cuales solamente dos, Luz y Porfirio, llegaron a la edad adulta. No hay duda del amor que por ella sentía el ya para entonces presidente de México. Cuando, en 1880, Delfina se encontraba moribunda le pidió a su marido que no podía partir sin antes haber enmendado el ’pecado’ de no estar casados por el rito católico. Vaya dilema para el héroe del 2 de abril quien era Masón y no practicaba eso culto. Sin embargo, ante aquella escena Díaz habría de dar un paso que con el tiempo mucho le costaría al país. Aceptó proceder en consecuencia y llamó al arzobispo de México, Antonio Pelagio De Labastida y Davalos para que se encargara de resolver el trámite. Es de imaginarse el brillo que, seguramente, apareció en lo ojos de aquel traidor que años antes fue a traer a Maximiliano. La oportunidad estaba más que dibujada para ejecutar la extorsión. No estaban en los inicios de los 1860s, ahora era 1880.
Labastida se presentó solicito ante Díaz consciente plenamente de que tenía en sus manos un arma poderosa, el apremio de una creyente quien pensaba que, sí Porfirio no era convencido de casarse por lo religioso, el alma de ella habría de ser condenada, en el más allá, a vivir en los infiernos. Ante eso, Labastida presionó a Díaz recordándole que no podía casarlos pues estaba excomulgado por haber aceptado la Constitución de 1857, además de que era Masón. Como respuesta, Díaz arguyó que era católico, lo cual no resultó suficiente para el prelado quien le espetó que las palabras no bastaban, era necesario que abjurara a sus creencias por escrito. La anoche del 6 de abril, Díaz redactaba su carta de retractación y al día siguiente Labastida enviaba a uno de sus subordinados para que consumara la unión matrimonial que duraría menos de veinticuatro horas pues Delfina falleció el 8 de abril de 1880. Nadie imaginaba que ahí se sembraba la semilla que daría pie a la política de conciliación que no fue otra cosa sino permitir a la curia recuperar canonjías y, en un proceso largo, terminaría convertida en la reyerta inútil en donde cien mil mexicanos perdieron la vida para nada. Pero no agarremos monte y volvamos al camino del tópico de este escrito.
Dado que don Porfirio se sintió muy solo, pronto empezó a buscar con quien compartir su vida y pronto encontró quien le proveyera con una solución al asunto. El antiguo lerdista rabioso, al grado de acompañar a don Sebastián al destierro, Manuel Romero Rubio, ya de retorno en el país porque iba a encabezar la lucha en contra de Diaz, tuvo a bien invitar a cenar a Díaz, el 16 de julio de 1881, y este puso sus ojos en una de las hijas del anfitrión. La agraciada fue Fabiana Sebastiana María Carmen Romero Rubio y Castelló con quien esa noche bailó una mazurca. De esa manera inició un cortejo que duró menos de cuatro meses. Cuando en el número 720 de la Quinta Avenida, en el Lenox House, el diputado Jorge Haméken y Mejía se la hizo saber a don Sebastián, este trató de controlarse hasta que el informante se retiró. Inmediatamente después, llegó Juan Navarro quien, además de ser el cónsul en New York era compadre de Lerdo. Con él si se explayó en contra de Romero Rubio a quien a partir de aquella cena le volvió, como dicen en el pueblo, ’a dar el sol de frente.’ Lo hicieron senador y posteriormente el primer suegro del país cuando, el 5 de noviembre, estaban celebrando un matrimonio religioso con el cual se probaba que para el amor no hay edades, don Porfirio de 51 y dona Carmelita de 17. La ceremonia fue oficiada por Labastida, ahora si ya no había duda de que la semilla germinaba y de ’ahí pal real’ la curia viajaría en coche de primera. Si usted, lector amable, se pregunta el porqué del enojo de don Sebastián, permítanos comentárselo a continuación.
Es ampliamente conocido que cuando Lerdo De Tejada acompañaba al estadista Juárez García en su peregrinar por la república, durante su estancia en El Paso del Norte, don Sebastián experimentó un amor apasionado por Manuela Revilla quien que no le correspondió. Él tenia 42 años y ella 14. Respecto a la pasión del galán otoñal, hay un libro escrito, en 1972, por el historiador chihuahuense, José Fuentes Mares bajo el título ’don Sebastián Lerdo de Tejada y el amor,’ en el cual el escritor presenta como se dio aquello, además de exhibir facsímiles de las cartas de amor. Sin embargo, hay otra parte de la vida de este personaje que poco se conoce.
En 1911, en San Antonio Texas, aparecieron dos volúmenes, editados en la Imprenta del Monitor Democrático, bajo el titulo ’Memorias Inéditas de D. Sebastián Lerdo de Tejada.’ Al calce, cabe apuntar que, en 2020, el INHERM publicó una edición con prólogo de Adolfo Rogaciano Carrillo quien lo escribió en 1926. En este libro, encuentra el lector la razón del disgusto, uno más, de Lerdo hacia Díaz.
Veamos como eso de invitar presidentes de la republica a la mesa de su casa era una costumbre usual en Romero Rubio. En los tiempos de gloria invitó al presidente Lerdo y este acerca del acontecimiento narra cómo ’en el centro de la mesa una gentil chiquilla, llamada Carmen, sostenía conmigo la más espiritual de las conversaciones, llamándome a veces, ¡Papá Lerdo! Poder de Dios cómo me conmovían esas bromitas. Entonces comprendí la desgarradora soledad del viejo celibataire, el triste aislamiento de un pobre ser que, en medio de las riquezas, los honores y el poder, se encuentra solo, completamente solo. ¡Ah! Mefistófeles, vuélveme a la juventud por un instante; permite que los espejos de mi suntuosa casa reflejen por un momento a imagen volteriana del estudiante del año de 47. Ese sombrío monólogo repetía Al dirigirme para mi casa, cuando me zumbaban todavía los oídos con la frasecilla infantil de: ¡Papá Lerdo! ¡Papá Lerdo!’ Vaya escena, un padre colocando a la criatura en suerte y el otro tratando de alejar los malos pensamientos sobre una criatura a la que le llevaba 41 años. Si alguien estima que esto es exageración, veamos lo que a continuación encontramos en el mismo volumen.
Una vez que Romero Rubio estaba ya en México tratando de rearmar sus negocios, le escribió, el 15 d enero de 1878, a Lerdo. En la misiva se lee: ’Estimado amigo y Sr. Presidente: Después de tantas fatigas, sinsabores y quebrantos, hállame nuevamente en el seno de mi familia y en el suelo patrio…En cuanto a Carmelita, no obstante haber padecido un ataque de tifo en días pasados, la encuentro bonita y ya crecida; es toda una señorita, y si Ud. la viera, se la comería de ojos. Como ella ha sido siempre la favorita de Ud., apenas pasadas las primeras efusiones filiales, me preguntó entre sonrisas y besos por Ud., y quedó encantada con el delicado presente que Ud. Tuvo la bondad de darme para ella. Es una lerdista consumada, y odia con candor de virgen á Porfirio Diaz, que es quien ha causado todas nuestras desventuras. Estudiaba el inglés, con la esperanza de reunirse con nosotros en Nueva York. Está bordando unos pañuelos para remitírselos a Ud., y tendría mucho gusto si Ud. le escribiera.’ Ni duda cabe, Romero Rubio tenía espíritu de alcahuete, aunque en el pueblo lo llamarían en otra forma. Dado que el retorno de los buenos tiempos aún estaba lejano, Carmelita siguió escribiéndole a su padrino.
El 5 de octubre de 1878, redactó un escrito el cual iniciaba ’Querido papá Lerdo: — El mes de julio pasado cumplí 16 años. ¡Cuán triste fue el día de mi santo! Ninguna de mis amiguitas de colegio, con excepción de Lola Gómez Parada, se acordó de mí. ¡Qué diferencia de cuando papá era ministro de usted, entonces recibía muchas flores, muchas, hasta rellenar una almohada de raso con ellas: mamá dice que vendrán otros tiempos mejores, que los días más radiantes son precedidos de las más negras sombras: ¡quiera Dios que así sea!’ Todavía le quedaban tres años más para que se cumplieran las profecías de la aprendiz de pitonisa. Por lo pronto a la chamaca de entonces no le quedaba sino escribir: ’¡Cómo deseo que vuelva usted pronto a México! Conoce usted ya todas mis confidencias, las más íntimas, aquellas que no me he atrevido a confesar a mi mamá misma: la posición que yo guardo a este respecto es tristísima, y recurro a usted nuevamente para que me ilumine y aconseje.’ Seguramente Mefistófeles se apareció en el cerebro de don Sebastián, mientras procedía a leer lo siguiente: ’Sabe usted que en este año debía haberme casado con Pepe Negrete, y así lo acordaron entre usted y mi papá y el señor don Pedro Celestino.’ Este era el hijo de Pedro Celestino Joseph Negrete y Falla aquel español que fue miembro del Poder Ejecutivo Supremo tras de la caída de Agustín el criollo quien se sintió noble. Con toda certeza Lerdo ya no recordaba su actuación celestinesca en este caso. Pero lo que sigue, seguramente, le hizo alejar cualquier pensamiento sentimental.
Carmelita le comentaba que ’esta unión que los dos tanto hemos deseado, no se verificará este año y mucho temo que ni el siguiente. Papá es muy bueno, no pone obstáculo a nuestro amor, lo único que dice, y tiene razón, es que Pepe no tiene una carrera definida. Es abogado, pero ¿de qué le sirve la profesión si no hay nadie que lo proteja? Porque papá ha perdido toda su influencia y no puede hacer nada por él. Como periodista, mucho menos: los escritores están muy desprestigiados aquí y no pueden ganar lo necesario para mantener decentemente una familia. Y no puedo vivir sin él; ¡es un pedazo de mi alma!’ Para desanimar al enamorado mas pintado. Sin embargo, a continuación, pudo volver a encenderse la vela de la esperanza.
Su ahijada le confesaba que ’el otro día lloré mucho toda la noche porque, cuando él vino a verme, noté que venía algo trastornado por el vino. Esto me horrorizó y he prometido a la Virgen del Carmen ayunar durante tres días para que no vuelva a suceder esa horrible cosa. Me ha jurado no volverlo a hacer, pero yo he perdido mi tranquilidad y no me siento bien de salud. Mamá, viéndome ojerosa y triste, se halla inquieta y apesarada; pero yo no puedo decirle la causa de mi quebranto. Aconséjeme usted a mí y escríbale a él; yo quiero quitarle de las malas compañías; ¿no podría usted llamarlo a Nueva York?’ Vaya petición llena de inocencia, si la autora de la misiva hubiera sabido el combate interno que albergaba el destinatario nunca la hubiera realizado. A continuación, la damita le confesaba sus temores.
’La otra noche tuve una horrible pesadilla; soñé que, vestida de novia y ya en camino para el templo, apareció una nube que, deshaciéndose en tempestad, dejó escapar un rayo que fulminó a Pepe, quien iba a mi lado sonriéndose con inefable ternura, cómo reímos los dos cuando nos sentimos dichosamente solos. Asilo con mis brazos, sostuve su cabeza, que se desplomaba sobre mi seno: mas ¡ay!, de improviso Pepe se transformó en un negro atlético, y yo, nueva Desdémona, me sentía ahogar por los brazos de aquel monstruo. ¿No le parece a usted mi sueño terriblemente extravagante?’ Vaya usted a saber si el expresidente tenía conocimientos acerca de eso de la interpretación de los sueños, pero seguramente no le disgustó enterarse de esas aprensiones a los cuales la damita le agregaba sus desgracias.
Mencionaba que ’el domingo pasado fuimos en coche al bosque de Chapultepec: de regreso estuvimos a punto de ser víctimas de una desgracia. Las mulas —porque papá vendió su tronco de caballos en virtud de sus aflictivas circunstancias— se espantaron y sólo debimos nuestra salvación a la valentía del cochero. ¿No le parecen a usted de mal agüero todas estas cosas?’ Pues por lo pronto lo eran, pero ella sería quien proveyera el remedio a los males, algo que desconocía. Por lo pronto, mencionaba que ’le mando a usted una docena de pañuelitos marcados con mi propia mano. Pidiendo a Dios por volver a verlo, se despide de usted su amiguita de corazón. Carmen Romero Rubio.’ Con seguridad, Mefistófeles volvió a hacerse presente en el cerebro de don Sebastián. Así trascurrieron los años hasta que, como lo mencionamos arriba, se enteró de que su antiguo aliado, Romero Rubio, era ya un porfirista convencido y salvo ofrecerle a Lerdo proponerlo a don Porfirio para que se fuera de embajador en España, en donde se experimentaba una epidemia de colera, no tuvo comunicación alguna con él. Sería hasta la primavera de 1883 cuando intentó volver a verlo.
En abril de ese año, el presidente Díaz y su esposa Carmelita fueron de visita a New York y el primer suegro los acompañaba. Mientras la prensa neoyorkina informaba acerca de ello y resaltaba que ’la señora Díaz es una joven blanca y delicada, tan joven que parece ser su hija…, ’ el 21 de abril de 1883, la ya primera dama del país se dirigía al ’Señor Lic. don Sebastián Lerdo de Tejada.— Mi muy querido padrino: Es tal el gusto que tengo al escribirle y la ansiedad que siento por verle y abrazarle, que quisiera que el día de hoy fuera el de mañana y el mañana durara mucho tiempo.’ Cualquiera diría que don Sebastián despertaba algo más que sentimientos filiales.
Acto seguido, le comentaba que ’Papá entregará a usted esta carta, si no en propia mano, momentos antes de verle. Porque lo verá a usted, ¿no es verdad, querido padrino? Va acompañado de mi esposo, el general Díaz, que también es para verlo y reconciliarse con usted. Si supiera usted, padrino, qué bueno y generoso es mi marido, le perdonaría usted todos los males que involuntariamente le ha causado.’ La joven, menor de edad aun de acuerdo con las leyes de entonces, no imaginaba lo que su padrino pensaba de su marido a quien conocía ampliamente de tiempo atrás.
Insistía en mencionarle que ’el [Díaz] está deseoso de que usted vuelva a México, tan deseoso como papá y mamá; sus enemigos lo calumnian presentándolo como un hombre cruel y rencoroso, siendo el reverso, humanitario y generoso como pocos.’ Esto no es factible deducir si era un exceso de inocencia o bien simplemente la perspectiva de su comportamiento en lo privado. Pero si algo quedaba claro era que ansiaba reunirse a solas con su padrino para contarle sus cuitas. Le mencionaba: ’¡Oh!, padrino, padrino, ¡cuánto tengo que decirle cuando hablemos a solas! Dios perdonó a sus verdugos en la cruz; ¿perdonará usted a papá, que, lejos de ser un verdugo, solamente ha sido muy desgraciado?’ Sí esto era verdad, Romero lo ocultaba muy bien.
Para cerrar, Carmelita le hacía saber al expresidente en el exilio que ’hoy irán a verlo, [Díaz y Rubio] y como no dudo que usted los recibirá, ya me preparo yo para tener la gran dicha de verlo y quizá volvernos justos a México, como quedo de rodillas pidiéndoselo a la Virgen de Guadalupe que he traído conmigo. Le manda mil expresiones de cariño su ahijada, Carmen.’ Pues estaba equivocada, desde antes de que se escuchara el tintinear de la campanilla, don Sebastián ya estaba encerrado a ’mezcla y lodo,’ y muy poco le importó que visitantes tan distinguidos estuvieran en el dintel de la puerta. Al no encontrar respuesta, dejaron un par de tarjetas con sus nombres respectivos indicando que regresarían al día siguiente solicitando ser recibidos. En esa ocasión se hicieron acompañar del cónsul Navarro con la esperanza de que la amistad con este reblandeciera a don Sebastián. El resultado fue similar, la puerta no se abrió. Lerdo De Tejada escribía: ’Afortunadamente para mi y desgraciadamente para ellos, mi puerta, como mi mano, quedara cerrada ahora y siempre para gente semejante.’ La historia aun no concluía.
El 1 de enero de 1885, doña Carmelita volvía a escribirle a su padrino y a lo que ahí se plasma solamente le faltó la rúbrica de la confesión abierta. Leamos: ’Muy querido padrino. Si continúa usted disgustado con Papá, no hay motivo para que usted persista en estarlo conmigo. Sabe usted mejor que ninguno que mi matrimonio con el general Díaz fue obra exclusiva de mis padres, a quienes por darles gusto he sacrificado mi corazón si sacrificio puede llamarse el haber dado mano a un hombre que me adora y al que yo respondo con filial cariño.’ El cierre luce como un ya nada puedo hacer. Acto seguido, se justificaba.
’El unirme con un enemigo de usted no ha sido renegar de usted, al contrario, he querido ser la paloma que con el ramo de olivo apaciguara las tormentas políticas de mi patria. No temo que Dios me castigue por haber dado este paso que el mayor castigo sería tener hijos con el hombre que no amo, no obstante respetarlo, estimarlo, y serle fiel toda la vida. No tiene usted, padrino, nada que reprocharme; he obrado con perfecta corrección dentro de las leyes sociales, morales y religiosas.’ Ahora si como se dice por ahí, a confesión de parte, relevo de pruebas. Acto seguido daba cuenta de la molestia que le causaba estar rodeada de una runfla de aduladores de todos tipos y estratos sociales hasta el punto de que ’esta calamidad irrita mis nervios a tal extremo, que a veces me vienen sincopes de histerismo. ¡Horrible! ¿No es verdad querido padrino?’ Para concluir indicaba: ’Ay padrino, soy muy infortunada, y espero, no me negara usted, su perdón y sus consejos. Carmen.’ La carta generó un comentario en Lerdo De Tejada, ’¡Pobre víctima! No, yo no te acuso; yo te compadezco. Eres la mariposa de alas de seda ¡aprisionada en el cráneo del asno!’ En medio de aquello le entró la nostalgia y recordó los tiempos cuando, con cincuenta años, era ministro del estadista Juárez García y una noche enfiestado y al ritmo del baile quedó subyugado con una joven de veinte, de muy buen parecer, y creyó que podía pedirle casamiento. Aquello no fue más allá de la borrachera, la cruda lo hizo recapacitar y enfrentarse a su realidad, su único atractivo era el cargo, lo demás ilusiones generadas por el alcohol. Al final, concluiría: ’En nombre de la humanidad del futuro, yo envío un voto de gracias a mi ex ahijada Carmen Romero Rubio, y con mis gracias va mi perdón…Filosóficamente considerada la esterilidad del matrimonio Díaz-Romero Rubio es un bien para la patria y un beneficio para la mujer: aquella ya no tendrá más Neroncillos, y esta no podrá nunca lanzar la suprema y amenazante queja de Agripina ¡Ventrem feri!’ ¿Alguna duda de que, al matrimoniarse con don Porfirio, doña Carmelita había avivado varias llamas en don Sebastián? vimarisch53@hotmail.com
Añadido (21.43.150) Ya vimos que entre Juan Ramón y José Ramón la diferencia no está solamente en el primer nombre, hay otras…
Añadido (21.43.151) Dado que no aparecen profesores que lo identifiquen como su alumno, ni estudiantes que lo recuerden como su compañero de clases en el campus central de la UNAM, empiezan a surgir voces que preguntan: ¿Habrá cursado la carrera en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Santo Domingo de dicha institución?
Añadido (21.43.152) ¿Se percatarán de que con esa actitud están perdiendo el voto de las mujeres o es que no les importa?
Añadido (21.43.153) ¿Pues que le ordenaría el pastor a su oveja para que el primero instruyera no trasmitir la entrevista en vivo?
Añadido (21.43.154) El ciudadano Bergoglio Sivori declaró: ’Ya no habrá fronteras, barreras o muros políticos detrás de los cuales escondernos…’ Ante eso preguntamos: ¿Mandará derribar las murallas que rodean al Vaticano o es que esas palabras equivalen al viejo dicho: ’hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre’?

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