Presente lo tengo yo

Dos de muertos

Dos de muertos
Periodismo
Noviembre 02, 2021 18:02 hrs.
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Armando FUENTES AGUIRRE › guerrerohabla.com

Saltillo ha dado muchos poetas. Manuel Acuña fue el más infortunado, y el mayor. Nació en 1849, y vivió vida breve de 24 años, acabándola él mismo cuando por penas y desengaños de amor bebió una pócima fatal.

Su apasionado Nocturno se lo inspiró Rosario de la Peña, mujer hermosa por la que el poeta concibió una pasión sin esperanza.

¿Cómo podía Rosario amar a aquel provinciano pobre y feo, si ella tenía a sus pies a los mejores hombres de su tiempo, rendidos por su belleza y por su gracia?

A uno de ellos, Rosario entregó su corazón. Fue Manuel M. Flores, poeta como Acuña, pero a diferencia de éste, galante y seductor. Yo leí el libro que Manuel M. Flores escribió para narrar su vida, ’Rosas Caídas’, se llama el libro tal. Su título hace referencia a las decenas de mujeres que cayeron vencidas por el amor del guapo escritor.

De ese Manuel sí se enamoró Rosario. Vivieron los dos apasionado amor hasta la muerte del poeta, que feneció en los brazos de la mujer amada, ciego y a muy temprana edad, víctima de sus excesos de la juventud.

Fin más trágico tuvo Manuel Acuña, y de él nos quedó como último testamento de un imposible amor, ese Nocturno, a Rosario, que al mismo tiempo dió inmortalidad a Acuña y a la mujer que no lo amó.

La más bella estatua que en Saltillo hay es la hermosísima de Acuña, esculpida en mármol. Es obra magistral del escultor de Aguascalientes, Jesús Contreras. Hasta París viajó el precioso grupo escultórico, que representa a Acuña exaltado por el ángel de la gloria y teniendo a los pies a la mujer que inspiró su Nocturno, su muerte y su nacimiento a la inmortalidad.

En París la estatua de Acuña fue exhibida en la Exposición Universal de 1889, en la que precisamente se inauguró la Torre Eiffel, hoy símbolo eterno de la eterna capital de Francia.

- II -

El general Santiago Ramírez, de la gente de Villa, fue durante poco tiempo gobernador de Coahuila. A ese puesto lo llevaron los azares de la Revolución. Hombre rudo, apenas sí sabría leer y escribir, y se expresaba con las rotundidades de los hombres del campo y de la guerra.

En su despacho del palacio de Gobierno todo le asombraba y le sorprendía todo: el grosor de la mullida alfombra en que se hundían sus recias botas de jinete; los candiles de prismas que descomponían los rayos de la luz en todos los colores. Pero su máximo asombro era el teléfono. Cuando lo usaba solía decir:

-De aquí p’allá Santiago Ramírez. ¿Quién de allá p’aca?

Así como se lo dieron, los azares de la lucha civil le quitaron a Santiago Ramírez el puesto de gobernador. Y, más aún, le quitaron también la vida. Varias versiones hay sobre su muerte. Ésta es una de ellas. Cayó en manos de los carrancistas, y juzgado en consejo sumarísimo de guerra fue condenado a ser fusilado en el panteón. Tranquilamente afrontó sus últimos instantes. Con actitud altiva fue por las calles, escuchando sin inmutarse los gritos de la turba, que lo denostraba por crueldades que ciertamente había cometido. En la esquina de las actuales calles de Emilio Carranza y Madero pidió que le compraran un jarrito de pulque, y lo fue bebiendo a pequeños sorbos mientras iba llegando al cementerio. Ya frente al paredón dictó a los periodistas sus últimas palabras, pronunció un pequeño discurso ante la multitud que veía su fusilamiento y luego dirigió su ejecución. Cuando gritó la voz de ¡fuego! dicen, tenía una extraña sonrisa en los labios.

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