En las Nubes

El Inge no llegó. Como en 88

El Inge no llegó. Como en 88
Periodismo
Julio 27, 2017 21:13 hrs.
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Carlos Ravelo Galindo › guerrerohabla.com

La esperanza es soñar despierto Y la inquebrantable fe, y abundante caridad enderezará el camino. Con ello y por ella te invitamos a repasar una oda más de Federico García Lorca. MUERTO DE AMOR ’Qué es aquello que reluce por los altos corredores. Cierra la puerta, hijo mío, acaban de dar las once. En mis ojos, sin querer, relumbran cuatro faroles.
Será que la gente aquella estará fregando el cobre. Ajo de agónica plata la luna menguante, pone cabelleras amarillas a las amarillas torres. La noche llama temblando al cristal de los balcones, perseguida por los mil perros que no la conocen, y un olor de vino y ámbar viene de los corredores.
Brisas de caña mojada y rumor de viejas voces, resonaban por el arco roto de la media noche.
Bueyes y rosas dormían. Sólo por los corredores las cuatro luces clamaban con el furor de San Jorge. Tristes mujeres del valle bajaban su sangre de hombres, tranquila de flor cortada y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río lloraban al pie del monte, un minuto intransitable de cabelleras y nombres. Fachadas de cal, ponían cuadrada y blanca la noche. Serafines y gitanos tocaban acordeones.
Madre, cuando yo me muera, que se enteren los señores. Pon telegramas azules que vayan del Sur al Norte. Siete gritos, siete sangres, siete adormideras dobles, quebraron opacas lunas en los oscuros salones.
Lleno de manos cortadas y coronitas de flores, el mar de los juramentos resonaba, no sé dónde.
Y el cielo daba portazos al brusco rumor del bosque, mientras clamaban las luces en los altos corredores. Sólo por los corredores las cuatro luces clamaban con el furor de San Jorge.
Tristes mujeres del valle bajaban su sangre de hombre, tranquila de flor cortada y amarga de muslo joven. Viejas mujeres del río lloraban al pie del monte, un minuto intransitable de cabelleras y nombres. Fachadas de cal, ponían cuadrada y blanca la noche. Serafines y gitanos tocaban acordeones.
Madre, cuando yo me muera, que se enteren los señores. Pon telegramas azules que vayan del Sur al Norte.
Siete gritos, siete sangres, siete adormideras dobles, quebraron opacas lunas en los oscuros salones. Lleno de manos cortadas y coronitas de flores, el mar de los juramentos resonaba, no sé dónde.
Y el cielo daba portazos al brusco rumor del bosque, mientras clamaban las luces en los altos corredores’. Bello, en verdad.
Por cierto. Se nos olvidaba comentar: El ingeniero Cuautémoc Cárdenas Solórzano, no llegó ayer a comer al Club Primera Plana. Olvidó su compromiso. Se perdió de espléndido menú de la secretaria Angélica. Como en el 88.
craveloygalindo@gmail.com

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