Concatenaciones
Fernando Irala
Tan desastroso como la construcción de la línea 12 del Metro, que lleva paralizada media ruta a lo largo de año y medio --más lo que se acumule--, es el proceso por el cual ahora se persigue penalmente a diversos funcionarios que estuvieron a cargo, empezando por el exdirector del proyecto, Enrique Horcasitas.
La línea dorada, seguramente llamada así por lo que costó de más entre la inversión inicial y las reparaciones que no concluyen, cerca de 50 mil millones de pesos, casi el triple de lo calculado en el proyecto inicial, fue calificada como un fraude y un fracaso de la ingeniería mexicana, por el todavía director del sistema de transporte, que a esa sinceridad muy probablemente deberá su salida.
Pero a los ahora detenidos y a quienes aún se persigue se les hacen acusaciones muy extrañas: que uno no enteró ocho millones de impuestos, delito con el nombre peculiar de concusión, que es más grave que simplemente robarse el dinero, y los demás otorgaron un contrato de supervisión de una licitación desierta por un millón de pesos.
Tanta pulcritud al castigar funcionarios ineptos o ladrones está muy bien. Lo que está muy mal es que sigue sin aclararse por qué se contrataron trenes cuyas ruedas no corresponden a las vías en las que corren, a qué se debe que toda la obra pareciera construida por pintores surrealistas y no por arquitectos e ingenieros, y por qué la planeación financiera estuvo a cargo de personas que evidentemente no sabían hacer cuentas.
En la danza de los miles de millones con los que se malconstruyó la calamitosa ruta, las acciones emprendidas por los montos señalados son algo menos que insignificantes, suenan más bien risibles, y permiten deducir algo más: o las autoridades capitalinas han perdido el sentido de la realidad y de las proporciones, o suponen que los habitantes de la gran metrópoli somos extremadamente lerdos.
Me da la impresión.
