Presente lo tengo yo

El Padre Jáuregui

El Padre Jáuregui
Periodismo
Junio 29, 2020 18:10 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

¡Cuántas cosas se cuentan –y he contado- de aquel buen padre Jáuregui! Ejerció su ministerio sacerdotal sobre todo en Saltillo y Piedras Negras, y en ambas poblaciones dejó felicísima memoria por su bondad afable y por sus ocurrencias.

Yo las oí relatar en las sabrosas charlas de la sobremesa familiar. Mis tíos recordaban con regocijo la ocasión aquella en que una cierta dama de la mejor sociedad saltillera se estaba confesando con el padre Jáuregui. De pronto el buen sacerdote salió del confesonario como impulsado por un resorte al tiempo que daba voz a una sonora declaración de escándalo:

-¡Ah, bárbara! ¡Déjame ver quién eres!

Es cosa seria el apostolado de la nalga. Así se llama en argot sacerdotal la ardua tarea de oír las confesiones de los fieles. Ciertamente se necesita mucha caridad cristiana para no perder la paciencia ante tanto dislate de los fieles. En Guanajuato me contaron de aquel señor cura de carácter firme. Cierto día un individuo le confesó una culpa:

-Me acuso, padre, de que ando diciendo que usted es muy pendejo.

-A lo mejor lo soy, hijo -respondió con bondad paternal el sacerdote-. Te perdono de todo corazón que hayas dicho eso de mí. Quizá dijiste la verdad. De penitencia reza tres padrenuestros y luego ve mucho a chingar a tu madre.

A otro confesor lo importunaba una cáfila de beatas que lo buscaban todos los días para contarle en confesión sus escrúpulos y tiquismiquis de conciencia. Se libró de ellas poniendo en la puerta del templo este letrero:

’Confesiones para mujeres: De lunes a viernes, adúlteras, borrachas y chismosas. Los sábados, confesión normal’.

En adelante tuvo libre toda la semana.

Un padrecito hubo que utilizaba ejemplos reales para ilustrar sus homilías.

-El pecado, hijos míos, es muy feo. A ver, don Fulano -le pedía a un hombre que estaba en una de las bancas delanteras-, póngase usted de pie, si es tan amable.

Obedecía el hombre, desconcertado.

-Ahora -le ordenaba el sacerdote- dése usted la vuelta para que lo vea la gente.

Con más confusión hacía el hombre lo que se le solicitaba. Y decía el padrecito:

-¿Ya ven lo feo que es don Fulano? Pues el pecado es más feo todavía.

Otra anécdota se cuenta de aquel buen padre Jáuregui. Debía dedicar horas a oír pecados de poca monta:

-Me acuso, padre, de que le envidio sus matas a mi vecina.

-Me acuso de haber dicho que mi cuñada es intrigosa.

-Me acuso de no haber ido a la Hora Santa.

Y luego los chiquillos:

-Eché una mentira.

-Falté a misa el domingo.

-Desobedecí a mi mamá.

De pronto, entre aquella inane tropa de pecadores veniales, apareció un sujeto de hosca traza.

-Me acuso, padre -dijo- de que anoche maté a mi mujer.

-¡Vaya! -exclamó el padre Jáuregui con voz que pudo oírse en todo el templo-. ¡Hasta que me llegó un pecador como Dios manda!

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