Concatenaciones
Fernando Irala
Es posible ubicar la fuga de Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo, como el momento de peor crisis para el régimen actual --y vaya que ha habido momentos críticos.
El segundo escape del delincuente antes célebre y ahora legendario, expuso vulnerabilidades extremas del sistema penitenciario y de las estructuras gubernamentales en las que se inserta, y generó un estado de choque en la sociedad y en el Estado.
En tanto en la calle y en las redes sociales la gente asimiló el impacto, primero por la sorpresa, y enseguida por el escarnio y la chunga de la autoridad, en el gobierno --confesión de parte-- se transitó de la estupefacción a la ira, y de ahí al desafío inevitable: la recaptura del Chapo debe ocurrir en un tiempo perentorio.
Mientras, la evasión del delincuente ya ha producido y producirá muchos damnificados en cascada.
Fueron cesados ya los primeros cuatro funcionarios del sistema penitenciario y de inteligencia, y custodios y responsables del penal de máxima seguridad --así se le denomina, no es ironía-- en el que ocurrieron los hechos, hoy son reos de diversos delitos. Otros, aún en libertad e incluso en funciones, no tienen un futuro promisorio.
La búsqueda de los traidores, como se les definió a quienes colaboraron con la espectacular, que no inédita huida, producirá nuevas defenestraciones, tal vez consignaciones, y sin duda reacomodos en el aparato del gobierno federal.
Por lo pronto --signo de los tiempos-- la audaz escapatoria de un delincuente ha cancelado hasta aspiraciones de sucesión presidencial, y seguramente obligará a un replanteamiento de la estrategia política del grupo en el poder para el periodo que queda de la actual Administración. Porque así como van, está claro, no lo van a retener.
Pues como decía mi abuela --refiriéndose a la cotidianeidad, pero también se puede aplicar a los escenarios políticos-- en la vida se puede perder hasta la vergüenza, pero no el estilo.
Y es claro que ahora se ha extraviado incluso eso.
