Opinión

El héroe-villano quien se fue vía la transición pactada

 El  héroe-villano  quien se fue vía  la transición pactada
Periodismo
Mayo 22, 2016 08:23 hrs.
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Rodolfo Villarreal ríos › guerrerohabla.com

Por estos días, se cumplen 105 años, el 25 de mayo, de que el presidente José de la Cruz Porfirio Díaz Mori renunció a la presidencia de México que había ejercido de manera directa o por interpósita persona a lo largo de 35 años. En ese contexto, recordamos como este personaje es quizá el único de nuestra historia al cual es factible atribuirle una personalidad dual, la de héroe-villano, ambas con razones de sobra para sustentarlas. En nuestra colaboración anterior, comentábamos lo que el estadista Benito Pablo Juárez García había escrito sobre los acontecimientos previos a la victoria que condujo al fin de la intervención ’maximilianesca.’ En ese entorno, varias veces aparecían referencias a la figura del general Díaz y sus actividades militares que hasta nuestros días llegan envueltas en niebla debido a la forma en que se ha tratado a este personaje. A pesar de ello, sí queremos referirnos a la victoria sobre los conservadores-maximilianescos-afrancesados, necesariamente tenemos que hacer mención a las acciones realizadas por el general Díaz Mori. Sin ellas, no hubiera sido posible concretar el triunfo de la Republica y finalmente emerger como nación. Sin embargo, al invocar esto, no podemos dejar de lado los treinta y tantos años en que Don Porfirio ejerció el poder de manera absoluta, íbamos a escribir dictatorial pero recordamos el sopapo intelectual que nos dio aquella guardia a las puertas del cementerio de Montparnasse y nos refrenamos, hasta desembocar en una transición pactada que no necesariamente tenía porque haber terminado en una revolución. Si esto sucedió fue por los apetitos de poder político de la curia católica aliada con la embajada estadounidense y varios felones miembros del ejército federal quienes para saciar sus apetitos no tuvieron empacho en asesinar al Presidente Francisco Ygnacio Madero González y dar pie al estallamiento de la Revolución Mexicana. Sobre la carta de renuncia del Presidente Díaz Mori abordaremos los hechos
Era dirigida ’A los CC Secretarios de la H. Cámara de Diputados.’ Y empezaba señalando: ’El Pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores, que me proclamó su caudillo durante la guerra de Intervención…’ Obviamente, se refería a los días cuando al frente de la tropas de la Republica daba el golpe final a las fuerzas maximilianescas tanto en Puebla como en la ciudad de México. Al momento de iniciar su carta de renuncia, el soldado antiguo recordaba cuando escribía al ministro de guerra, Ignacio Mejía indicándole que ’Acabamos de tomar por asalto la plaza, el Carmen y demás puntos fortificados que el enemigo tenía en esta ciudad, quitándole un numeroso tren de artillería y un depósito abundante de parque. Don Mariano Trujeque, Don Febronio Quijano y otros veinte Jefes y Oficiales traidores fueron hechos prisioneros y fusilados con arreglo a la ley. Una parte de la guarnición enemiga se ha refugiado en los Cerros de Guadalupe y Loreto, en espera del auxilio que trae Don Leonardo Márquez, y éste, según los informes de mis exploradores, pernoctó ayer en San Nicolás con una División de tres o cuatro mil hombres y diez y ocho piezas de artillería. Aún no puedo decir a usted las operaciones que me propongo ejecutar, pero sí me creo en aptitud de asegurarle, que los cerros sucumbirán y Márquez será batido si no regresa luego que sepa el revés que sufrieron sus cómplices. En uno u otro caso, muy pronto estaré sobre el Valle para acudir en auxilio del Ejército del Norte o emprender sobre México, según mejor convenga.’ Dos días más tarde, el 4 de Abril, el general Díaz volvía a empuñar la pluma y anunciaba que: ’En la mañana de hoy se han rendido los dos Fuertes de Loreto y Guadalupe sin condiciones de ninguna clase; con toda la artillería de su dotación, un gran repuesto de municiones y todas las armas que tenía su guarnición. Con la rendición de ambos fuertes, ha quedado completa la posesión de la plaza y terminada la campaña de este Estado. Hallándome expedito para nuevas operaciones, hoy emprendo mi marcha sobre las fuerzas de Don Leonardo Márquez, que según los partes recibidos, se halla a distancia de quince leguas de ésta. Lo que tengo el honor de participar a usted para Su conocimiento y el del Ciudadano Presidente por este nuevo triunfo obtenido sin derramar sangre….’ Y en medio de los honores militares que iba acumulando, ese mismo día 4, Díaz separó un momento para casarse por poder con su sobrina Delfina Ortega Díaz.
Tras de ello, con el invasor derrotado en Puebla, las fuerzas de Díaz tomaron rumbo hacia la ciudad de México , desde ahí, el 26 de mayo, Díaz escribía al ministro de México en Washington, Matías Romero Avendaño a quien le comentaba: ’Después de que escribí a usted mi última carta, la División del General Riva Palacio y una Brigada de Puebla, que estaba unida al Ejército de Oriente durante el sitio de Querétaro, han sido incorporadas al Ejército de operaciones contra la ciudad de México, así como el Ejército de Occidente al mando del General Corona y dos Divisiones del Ejército del Norte, bajo las órdenes del General Don Francisco Alatorre; de esta manera formamos por todo unos 35,000 hombres, y dentro de unos cuantos días será nuestra la ciudad de México. Hubiera yo podido tomarla solamente con las Fuerzas del Ejército de Oriente, pero no tenía yo suficiente caballería para cubrir todas las salidas, por las cuales los principales culpables se habrían escapado; pero ahora con 9,000 caballos estarán bien resguardadas todas las salidas, y sucederá lo mismo que en Querétaro; nadie se nos escapará. Tengo entera fe y confianza en el resultado. En la ciudad de México la prensa se empeña todavía en engañar al pueblo, negando la caída de Querétaro y la prisión de Maximiliano; pero tanto el pueblo como el ejército tienen noticias de ambas cosas. Considero la ocupación de México un asunto de pocas horas, y no creo que Veracruz intente sostenerse después. En conclusión, cuando haya usted recibido esta carta estará ya limpio de traidores el suelo mexicano.’ Aquello tardaría casi un mes, fue hasta el 20 de junio, cuando ante las descargas del ejercito republicano ‘’ En estos momentos el vigilante del Caballero alto avisó que en las torres de Catedral había una bandera blanca. Mandé suspender el fuego y entonces se vio que en todas las trincheras de la plaza se había puesto la misma bandera. En el acto que cesaron los fuegos de cañón, salió un coche también con bandera blanca, por la calzada de la Reforma llamada entonces del Emperador, en el cual llegaron a Chapultepec los Generales Piña, Díaz de la Vega, Palafox y otro, cuyo nombre no recuerdo, que venían a poner la plaza incondicionalmente a mi disposición, comisionados a este efecto por Tavera, puesto que desde el día anterior no se tenían noticias de Márquez. Cuando llegaron a Chapultepec los comisionados de la plaza sitiada, nombré al General Alatorre para que se entendiera con ellos y le di instrucciones para que no aceptara más que una rendición sin condiciones. Los respectivos comisionados firmaron una capitulación incondicional, que fue ratificada en el mismo día por mí y por el General Tavera, como Jefe de la plaza sitiada.’ La victoria era suya y estaba en el pináculo de su carrera militar. Por ello, podía hacer de la humildad su divisa.
El 21 de junio, le escribió al Ministro de Guerra: ’Felizmente terminada la gloriosa guerra que la Nación ha sostenido contra la intervención extranjera en el dilatado período de cerca de seis años, con la rendición de la Capital de la República, al Ejército que tengo la honra de mandar, según comunico a usted en oficio separado de esta fecha, he llenado mi primer deber poniéndola a disposición del Gobierno Supremo Constitucional de la República. Paso a cumplir con el segundo, manifestándole que considerando ya innecesarias las facultades omnímodas que me ha conferido e inútil mi permanencia en el encargo de General en Jefe del Ejército y Línea de Oriente, que sin merecimiento mío me encomendó, hago formal dimisión de dicho cargo, dando al Presidente y a su digno Ministro las más rendidas gracias por la confianza con que me han honrado, y suplicándoles se sirvan designarme la persona que deba substituirme en el mando de este Ejército.’ Sin duda había cumplido con la patria y esperaba ser recompensado más tarde. Sin embargo, cuando llegó la hora de recibir lauros de manera pública, el estadista Juárez estimó que el liderazgo no se comparte y marginó a Díaz quien a partir de ahí hizo de la anti relección su bandera. Al morir Juárez, el general Díaz acabó convertido en el líder sustituto y llegó a la presidencia desde donde procedió a implantar el sistema económico-político promovido por los liberales.
Díaz estaba convencido de que el proceso de modernización del país que realizaba beneficiaba a todos. Por ello, en ese primer párrafo de su renuncia invocaba al pueblo ’que me secundó patrióticamente en todas las obras emprendidas para impulsar la industria y el comercio de la Republica,…’ Desafortunadamente, había llegado a un grado de disociación tal que el presidente Díaz no se percataba que todo aquello beneficiaba solamente a un grupo muy reducido y aun cuando sus intenciones eran sanas, los resultados no derramaban beneficios para la mayoría de la población, y no unicamente hablamos de las clases menesterosas, sino también de aquellos hombres de negocios que no pertenecían al grupo de los ’Científicos.’ Y ahí fue donde germinó el uso del descontento social para que como lo afirmaba el presidente Diaz, ’Ese pueblo, señores diputados, se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas, manifestando que mi presencia en el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo, es causa de su insurrección.’ El presidente estaba convencido que nada había hecho mal, apenas unos meses atrás, el pueblo lo vitoreaba en las fiestas del Centenario y México se mostraba ante el exterior como un ejemplo de nación en progreso. El círculo de aduladores-colaboradores le pintaba panoramas de color rosa y ocultaba la enorme desigualdad de oportunidades prevaleciente. Además, los años y el aburguesamiento-afrancesamiento habían hecho mella en el otrora recio militar, quien hasta su percepción religiosa había cambiado.
Ante esto, no sorprendía que escribiera en el segundo párrafo de su renuncia: ’No conozco hecho imputable a mí que motivara ese fenómeno social; pero permitiendo sin conceder, que pueda ser culpable inconscientemente, es posibilidad hace de mi persona la menos a propósito para raciocinar y decir sobre mi propia culpabilidad.’ Y luego olvidaba como cada cuatro años habían sido sus reelecciones y como en la última en 1910, él y sus asociados despojaron del triunfo al coahuilense Madero González a quien acabó remitiéndolo a la cárcel, pero cuyos apoyos financieros en el norte le alcanzaron para prender una mecha que aun cuando todavía no alcanzaba a general una conflagración general, si provoco un incendio que alarmó a todos.
Esto se comprueba al leer el tercer párrafo en donde apunta: ’En tal concepto, respetando, como siempre he respetado la voluntad del pueblo, y de conformidad con el artículo 82 de la Constitución Federal vengo ante la Suprema Representación de la Nación a dimitir sin reserva el encargo de Presidente Constitucional de la Republica, con que me honro el pueblo Nacional; y lo hago con tanta Mas razón , cuanto que para retenerlo sería necesario seguir derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la Nación, derrochando sus riquezas, segando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales.’ Y sí, el presidente Díaz no quería mayor derramamiento de sangre, un mucho menos que la obra material por él realizada fuera destruida. En ese entorno, fue que envió al ministro de hacienda, José Yves Limantour y al embajador de México en Washington, Francisco León De La Barra para que, en marzo de 1911, se reunieran con Francisco Madero, padre, y Gustavo Madero González. Dicha reunión tuvo lugar en el Hotel Plaza de New York y ahí se acordó que el vicepresidente Ramón Corral renunciaría, Limantour sería nombrado ministro de relaciones exteriores y al renunciar el presidente Díaz ocuparía interinamente la presidencia para convocar a elecciones, al final sería León De La Barra quien ocuparía dicha cartera y la presidencia interina. Ese era el panorama bajo el cual renunciaba Díaz. Sin embargo, en ese proceso de transición pactada hubo dos elementos a quienes se dejó fuera. Uno era el embajador estadounidense en México, Henry Lane Wilson quien cuando se efectuó la reunión en New York estaba a un par de calles del sitio de la misma esperando ser llamado para convertirse en actor y como no lo fue, alimentó rencores de revancha. Otro, era la curia católica quienes durante el porfiriato se convirtieron en socios de los beneficiarios del mismo y como ya sabemos que ellos creen ser poseedores de poderes celestiales a los cuales debe recurrirse para gobernar, pues también esperaban ser partícipes de esa transición pactada. Y juntos este par de elementos, el embajador y la curia, acabarían asociados para recurrir a un católico ferviente, Victoriano Huerta para que les ayudara a cometer la felonía del asesinato de Madero a partir del cual la flama se convirtió en conflagración y bajo el liderazgo inicial de Venustiano Carranza Garza acabaría por crear el estado mexicano moderno bajo la conducción de la trinca sonorense de Adolfo De La Huerta Marcor, Álvaro Obregón Salido y el estadista Plutarco Elías Calles. Y sí, el país cambio para bien. Creció y se desarrolló, a pesar de todas las fallas que se quieran atribuir al proceso. Pero también, debemos decirlo, convertimos al antiguo héroe de la Republica en nuestro villano favorito histórico.
En ese contexto, siguen ahí las palabras que José de la Cruz Porfirio Díaz Mori escribiera en el último párrafo de su renuncia: ’Espero señores diputados que, calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir, llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagrare a mis compatriotas, Con todo respeto.’ Han trascurrido un siglo y un lustro y aun seguimos inmersos en declarar héroes o villanos a rajatabla y no realizamos análisis objetivos. En nuestro caso particular, ni el general, ni el presidente Díaz Mori son de nuestros héroes favoritos. Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que sin la contribución del militar, la patria no hubiera acabado de echar fuera al invasor. Asimismo, ni modo que neguemos la obra material heredada del porfirismo, aunque tenemos que reconocer que el no haber generado oportunidades para las mayorías fue lo que marcó su gobierno, además de habernos dejado una cauda de herederos del porfiriato, no de Don Porfirio, quienes hoy disfrazados de izquierdosos tratan de ocultar sus apetitos de poder haciéndose pasar por demócratas de cepa pura. vimarisch53@hotmail.com
Añadido: Pues el sexenio ya se fue y ni esperanzas de que la economía crezca. Pero en cuanto hay dinero extra a pagar deudas que ni siquiera tienen vencimiento cercano. Inyectar dinero en la economía en proyectos productivos, como dirían allá en el pueblo, ’Ni lo mande Dios,’ podría mover el ’equilibrio’ macroeconómico y entonces podría perderse el premio próximo al mejor pagador. Total, si no hay crecimiento todavía queda el recurso de impulsar a nuestra principal fuente de divisas, a expulsar un número mayor de mexicanos hacia los EUA y después irles a reclamar porque no los quieren legalizar. Durante tres sexenios esa política ha sido un éxito y todo apunta que lo será por el cuarto consecutivo.

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