Según el historiador Felipe Ávila

Francisco Villa más allá del mito

Francisco Villa más allá del mito
Periodismo
Diciembre 18, 2016 14:57 hrs.
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Norma L. Vázquez Alanís › guerrerohabla.com


La invasión de Francisco Villa a Columbus el 9 de marzo de 1916, un acontecimiento de enorme repercusión histórica que estuvo a punto de provocar la guerra entre México y Estados Unidos, convirtió a este hombre en un héroe legendario cuya fama rebasó las fronteras; ahí nació el mito de uno de los personajes más fascinantes y populares de la Revolución Mexicana.
Esta fue la consideración que expuso Felipe Ávila, doctor en Historia por el Colegio de México, en su conferencia ‘Villa, más allá del mito’, que ofreció dentro del ciclo ‘Nuevas interpretaciones de la historia nacional’, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México Carso (CEHM), en la cual aseguró que, junto con Emiliano Zapata y Benito Juárez, Villa es uno de los mexicanos más conocidos en Estados Unidos, América Latina y Europa.
Villa representa hoy, sin lugar a dudas, la revolución popular, el pueblo levantado en armas capaz de derrocar a un régimen dictatorial para construir un país nuevo, un futuro mejor, pero también un héroe legendario y es la figura más popular de la revolución mexicana, la de mayor arraigo entre la gente pobre.
Alrededor de Francisco Villa existen múltiples leyendas. Ya en vida se había convertido en un mito, que en buena parte él mismo se encargó de constituir, apuntó el también sociólogo.
En dos ocasiones, Villa dictó sus memorias cuando ya era un personaje nacional como líder revolucionario jefe de la famosa División del Norte, primero en 1914 al doctor Manuel Bauche Alcalde, quien fue su secretario, y después a Martín Luis Guzmán; esta historia que él contó, que fue escrita y que se puede leer desde hace muchas décadas, es una crónica que continuamente iba cambiando, de manera que la historia real de Francisco Villa se fue haciendo nebulosa y poco precisa, porque Villa se encargó de contar distintas versiones de un mismo acontecimiento sobre su propia vida.
Gracias a la investigación histórica y a la confrontación de fuentes, se determinó que Villa nació en el rancho de La Coyotada en Durango, que su padre trabajaba para el hacendado Agustín López Negrete, que quedó huérfano a muy temprana edad, y que en algún momento de su adolescencia tuvo problemas graves con el patrón y se vio obligado a huir e irse al monte, apuntó el doctor Ávila.
El reciente rastreo de datos fidedignos ha revelado que, si bien desde los 16 años Villa estuvo al margen de la ley, de ninguna manera fue el Robin Hood mexicano que le contó a sus biógrafos para dar una imagen de sí mismo gloriosa, grandiosa y justiciera; era en cambio un bandolero de poca monta que, con pequeñas bandas de forajidos, asaltaba diligencias y a los gambusinos que llevaban los metales de las minas hacia las zonas comerciales de los centros urbanos; también se dedicaba a robar ganado.
Respecto a su cambio de nombre de Doroteo Arango a Francisco Villa, existen distintas versiones y él se encargó de dar por lo menos tres o cuatro; entre ellas, que anduvo con un bandido mayor y más famoso en la localidad que se llamaba Francisco Villa, y que cuando éste fue abatido por las fuerzas del orden, para honrar su memoria decidió adoptar su nombre.
Sin embargo, la investigación historiográfica posterior le dio otra connotación a este cambio de nombre, y es que como ya era conocido en Durango como Doroteo Arango porque había matado a varias personas y después de haber sido enrolado se había escapado del ejército, la población local lo identificaba ya con su nombre real como un bandolero de la sierra, decidió irse a Chihuahua y dejar por un tiempo su vida de bandido.
En Chihuahua se dedicó a distintos oficios, todos, casi todos legales, así que ya no estaba en el monte, vivía buena parte del tiempo en pueblos y ciudades pequeñas y por ello no quería que lo identificaran como Doroteo Arango, así que decidió ponerse mejor Francisco Villa, explicó el historiador.
El proyecto de Madero dio sentido a la vida de Villa

Cuando en 1910 conoció a Abraham González, entonces principal líder del movimiento maderista en Chihuahua, encargado de organizar los clubes antirreeleccionistas y de preparar la campaña electoral de Francisco I. Madero a la presidencia de la república, Villa sufrió una conversión y le encontró un sentido positivo a su vida.
González lo invitó a incorporarse al movimiento y le habló de que Madero quería cambiar a México, establecer la democracia, acabar con la dictadura porfirista y que los pueblos recuperaran sus tierras. Para Villa tuvo sentido este proyecto, se entusiasmó, se adhirió al grupo, se volvió un ferviente partidario de Madero y decidió incorporarse a la revuelta.
Al estallar la revolución, Villa se dio cuenta de que todo lo que había aprendido a hacer en la década anterior era justamente lo que necesitaba el levantamiento armado; era un extraordinario jinete y un gran tirador, además de que sus años de bandolero le habían dado otras cualidades que le sirvieron mucho para destacar durante la rebelión.
Villa conocía como la palma de su mano las sierras de Durango y Chihuahua y durante todos sus años de proscripción estableció una enorme serie de contactos personales -porque era muy simpático y se ganaba la confianza de la gente con mucha facilidad-, de manera que tenía una gran red de amigos, conocidos y compadres que utilizó para construir sus famosos ejércitos.
También su etapa de escapadas obligó a Villa estar permanentemente en estado de alerta, a dormir muy poco y en donde fuera, a vivir de los recursos que le daba el monte, la sierra o el desierto, y a forjarse una gran valentía porque tuvo que enfrentarse a tiros para sobrevivir; había tenido que matar a mucha gente para no morir él, aprendió a defenderse.
Todas estas características, aunadas a su don de mando y una gran capacidad de organización que le permitía imponerse a los hombres con mucha facilidad, lo hicieron destacar muy rápido como jefe revolucionario, al punto que muy pronto fue el segundo más importante en Chihuahua, solo detrás de Pascual Orozco.
’Villa tenía esa capacidad de convencer por las buenas o imponer por las malas a los hombres que estaban a su alrededor’, subrayó el conferenciante.
Cuando Madero y Villa se conocieron, se produjo una simpatía recíproca; el primero le tomó mucho aprecio y lo consideró un elemento muy valioso, mientras que el segundo se deslumbró con la figura, el carisma y el proyecto de Madero, se volvió un fanático, un admirador incondicional de éste, al grado de que fue la persona que tuvo mayor influencia en su vida.
Villa descubrió en el proyecto de Madero todo lo que él inconscientemente había estado tratando de hacer, pero que no sabía cómo explicárselo; entendió que había un proyecto político de transformación democrática de México y que detrás de la propuesta maderista existía un proyecto de justicia social.
El 10 de mayo de 1911, desobedeciendo las órdenes de Madero, Villa y Orozco llevaron a cabo la toma, a sangre y fuego, de Ciudad Juárez en una batalla decisiva que puso fin al gobierno de Porfirio Díaz, quien tuvo que renunciar.
En el Pacto de Ciudad Juárez, Madero decidió desmovilizar a las tropas revolucionarias, pues consideró que ya había triunfado, que la revolución había conseguido su objetivo, que Díaz ya no estaba en el país, por lo cual la revolución ya no tenía sentido de proseguir. Entonces desarmó a su ejército y regresó a su casa a los principales jefes revolucionarios, expuso el doctor Ávila.
(Concluirá)

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