Gato Barbieri vive


Sin herrumbre o naftalina el Gato Barbieri vive. Su muerte reciente es ocasión propicia de reencontrarse con su música y fraseo en el sax. El trabajo musical en la película ’El último tango en París’ lo lanzó a la fama pública en los setenta. La síncopa que maneja es vigente.

Gato Barbieri vive
Periodismo
Abril 04, 2016 13:25 hrs.
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René Aguilar Díaz › todotexcoco.com

Texcoco, Edoméx.- Los primeros años setenta. Los de mi generación estábamos en la Universidad y lo que era el cine y la música lo chupábamos como esponjas… además de algo de ron y brandy.

Viendo a la distancia, las músicas venían en aluvión y nosotros estábamos lo mismo en el rock que en la salsa; la música ’folklórica y de protesta’ en apariencia nos funcionaba como combustible de las ganas revolucionarias propias de la edad pero, sin saberlo, también nos iba proporcionando una especie de identidad; incluso nos metíamos a las salas de concierto donde tocaba la OFUNAM que dirigía Eduardo Mata (todavía no se construía la Sala Nezahualcóyotl): el Teatro Hidalgo, a espaldas del Palacio de Bellas Artes o el Auditorio Che Guevara.

Por supuesto atisbábamos ya por las rendijas que dejaban entra las inquietantes propuestas armónicas y melódicas del Jazz: en México podíamos asistir a conciertos de Juan José Calatayud, por ejemplo, y escuchar ’Panorama del Jazz’ por Radio UNAM, conducido por Juan López Moctezuma.

Nuestro maestro, el escritor Gustavo Sainz, me platicó que López Moctezuma le hablaba a menudo para que lo pusiera al día en cuanto a producción discográfica de jazz: Sainz tenía una enorme biblioteca y una no menos impresionante colección de discos. En una ocasión, en casa de Gustavo conocí por primera vez discos de Chico Buarque, que sólo había escuchado en películas o en la radio, de John Coltrane, de Charlie Parker…

Por ese tiempo, en Sala Margolín, que no sé si exista todavía, en la calle de Durango, corazón de la Roma, me encontré dos o tres discos de Gato Barbieri, entre ellos ’Chapter Two, Hasta siempre’ y ’Chapter Three, Viva Emiliano Zapata’. Dos o tres años antes Gato había saltado a la notoriedad con la música de ’The Last Tango in Paris’, filme de Bernardo Bertolucci. Me decidí por el Chapter Two. Todavía lo debo tener por ahí en alguna caja con otro montón de vinilos.

Fue descubrir otra dimensión del jazz: cuando todavía no se acuñaba o al menos no era tan mencionado el término latin-jazz, Gato mostraba la posibilidad de la frescura en el a veces conceptuoso y cerebral jazz que hasta entonces conocíamos.

Pero no sólo eso, algo en su forma de tocar el saxofón tenor nos acercaba a percibir algo sensual pero finalmente inefable que corría por las venas: sus notas largas, con un vibrato rayano en lo desgarrador nos emocionaba al grado de que el pobre long play debe haber quedado con algunos surcos de más, pues huelga decir que lo repetíamos una y otra vez.

El saxofón de Gato era rasposo y sensual, como esas voces graves de mujeres que cantan boleros y parece que no están cantado para todo mundo sino nomás para uno, que nos están murmurando, proponiendo, cosas inconfesables al oído.

Con el tiempo cayeron en mis manos álbumes como ’Trópico’, definitivamente el ritmo y la calidez de la música latina, que incluía una colaboración con Carlos Santana.

Una cosa que siempre me ha llamado la atención es que el saxofón y el estilo de Leandro ’Gato’ Barbieri es identificable, su forma de tocar se aparta de los estilos que escuchamos todos los días; sus ideas musicales también contribuyen a ello, pero definitivamente esa manera de tocar no se parece a ninguna.

También es vigente el Gato. Cuando hoy en día, en la charla de amigos, y ya no al calor de las cubas libres sino al del güisqui con agüita simple —¿menos dañino? —, extrañamente el jazz de Barbieri no nos invita a la nostalgia. El jazz de Gato está vivo, sin herrumbre o naftalina.

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