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Gratitud con Umberto Eco, por toda su obra

Gratitud con Umberto Eco, por toda su obra
Cultura
Febrero 19, 2016 20:47 hrs.
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José Antonio Aspiros Villagómez › diarioalmomento.com

La noticia, este viernes 19, de la repentina muerte de Umberto Eco, representa para este tecleador un jalón de orejas por el retraso que tiene en la lectura de buena parte de la obra del importante escritor y filósofo italiano, cuya novela El nombre de la rosa disfrutamos hace décadas y más de una vez, tanto en papel (1980), como en la película dirigida por Jean-Jacques Annaud (1986).

Como un homenaje con mucha gratitud por todo lo que su trabajo literario nos ha enriquecido, y para no dejar pasar el momento, compartimos con usted dos reseñas de nuestras lecturas más recientes de novelas de este autor.

En El péndulo de Foucault (Editorial Bompiani, 1989, 585 páginas), tres intelectuales que trabajan con un editor italiano crean un juego peligroso según el cual, dicen conocer un secreto que “Ellos” -los miembros de una secta- buscan en serio encabezados por el reencarnado conde de Saint Germain, y terminan perseguidos por esos seres, con quienes se habían relacionado sin saber de sus misterios. Sin embargo, al parecer no quieren descubrir ese secreto, para que no termine la razón de existir del grupo.

La historia se desarrolla en el siglo XX, pero el argumento se remonta a épocas y situaciones de las que los protagonistas presumen saber mucho, como los Templarios, los Rosacruces y otros clanes históricos, así como al enigma del Grial y los argumentos del “gran Fulcanelli”, autor del valioso libro El misterio de las catedrales, y la Nueva Atlántida, de Bacon; y describe diabólicas ceremonias afrobrasileñas y otras en París.

El autor presenta en esta novela -que fue editada con letra pequeña y casi sin ‘caja’ o márgenes- todo su conocimiento sobre estos temas y cada capítulo tiene como epígrafe alguna cita (¿real?) de alguna obra antigua o moderna, de tipo esotérico, que luego vincula con el episodio.

Uno de los tres protagonistas, Casaubon, lleva en primera persona la voz narrativa de esta aventura y aparece como colaborador de Belbo, un corrector de textos y especialista en el tema de los Templarios.

Sobre todos estos tópicos, un personaje de reparto llamado Amparo dice que “yo no lo creo, pero es verdad”, a lo que Casaubon replica que “si algo es verdad, es verdad y uno no tiene nada que ver con ello”. Disquisiciones filosóficas así, y argumentos para diferenciar entre patrañas y ciencias ocultas, se repiten, aunque algunas carecen de razón como que “los Rosacruces existen porque nadie los ha visto pero todos creen en ellos”, y también las hay que irrumpen en la física: “No hay que razonar según la lógica del tiempo. Es una ilusión moderna creer que el tiempo es una sucesión lineal”.

Le llama “ilusión moderna”, como si ya antes se hubiera conocido esa verdad y ahora las masas la ignoraran pese a que, desde Eisntein, los científicos han desarrollado teorías al respecto.

El péndulo -usado como una herramienta mortal- aparece ya avanzada la novela y se le dota de un protagonismo que justicia el título de la misma y también su desenlace, cuando los intelectuales dicen que han descubierto el secreto de los Templarios, para luego referirse a “los frutos de nuestra fantasía” en medio de los riesgos que representa estar metido en las entrañas de grupos fanáticos.

Todo un reto para el lector que, si se ha creído el juego de los protagonistas, termina por encontrar un desenlace diferente.

La última novela de Umberto Eco, Número cero, (Editorial Lumen, 2015, 218 páginas) es muy breve, presentada con tipografía grande y generoso interlineado, además de indebidos españolismos a cargo del traductor, pero sin los retos de comprensión que Eco acostumbra plantear a sus lectores.

Pero nada de eso demerita su argumento, que corre por las vertientes periodística, histórica -la supuesta huida de Mussolini a Argentina- y policiaca, que al final se conjugan cuando se llega al desenlace.

Un personaje que nunca aparece en la obra salvo porque lo mencionan los protagonistas, quiere ser aceptado en cierto ambiente y para ello amenaza con crear un periódico que, se sabe de antemano, nunca aparecerá.

Pero su equipo periodístico elabora varios números cero bajo las indicaciones de un jefe sobre cómo manipular los contenidos, casi sin faltar a la realidad. “De una no noticia hemos sacado una noticia y sin mentir”, sólo “se trata de mover la idea, de dar un escalofrío”, “limitémonos a difundir sospechas generalizadas”, expresa entre otras instrucciones el editor en sus cátedras al personal.

Eco no pierde la oportunidad de referirse a personajes como los caballeros de Malta y los masones, de los que ya se ha ocupado en El péndulo de Foucault, y tampoco a Mickey Mouse y otras caricaturas a las que el autor es tan aficionado a citar porque forman parte de sus gustos personales, como en otra de sus novelas: La misteriosa llama de la reina Loana.

Los periodistas de Domani, como se llama el diario, tal como ocurre en la vida real tienen un lenguaje coloquial para hablar entre ellos, y otro formal para escribir. Así, dicen “a la chita callando”, “compadre”, “se arma el pastelón” o “hatajo de gilipollas”, mientras que en sus ‘notas de color’ escriben “de chismes, con algún detalle picante”.

No falta el detalle necrológico en un templo lleno de restos óseos, ni la novia intelectual de uno de los redactores, para quien los periodistas “son todos de la misma calaña, se protegen unos a otros”.

Un buen final redondea el disfrute de esta obra, donde el periodismo queda mal parado, pero nadie en la vida real podría desmentir esa visión.

Maestro Eco: gracias por cuanto nos dio, y descanse en paz. La triste noticia de su partida no aparecerá en el Número Cero, sino en la edición de mañana de la prensa de todo el mundo.






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José Antonio Aspiros Villagómez
Licenciado en Periodismo
Cédula profesional 8116108 SEP
antonio.aspiros@gmail.com

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