En la Opinión
Sergio Enrique Castro Peña
A principios de enero, a raíz del triunfo de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, dio inicio un rumor. Era una forma, sin más análisis, de buscar una salida al reto que tendríamos con el ascenso de nuevo presidente estadounidense y las políticas económicas y comerciales, principalmente a lo relativo al NAFTA, y que anunciaba implementar. Aquí, nuestros analistas preclaros argüían que era una forma de tomar revancha hacia nuestras clases de poder por su marcada preferencia hacia la candidata demócrata Hilary Clinton. Para nuestros observadores agudos, las acciones que anunciaba el ahora presidente Trump, nada tenían que ver con la realidad económica o seguridad de EU, se trataba simplemente de ’odio’ hacia México. En ese contexto, convocaron a una manifestación para el 12 de febrero pasado. El objetivo era demostrar el descontento que, según ellos, existe en una abrumadora mayoría de los mexicanos por la forma en que se ha referido a nosotros, nuestro gobierno y a la prensa. Cual ’lechera,’ ya imaginaban los miles y miles de compatriotas que saldrían a seguirlos, por la Avenida Reforma hasta llegar al Ángel de la Independencia, como si ellos fueran el flautista de Hamelin. Sin embargo, salvo sus incondicionales, la mayoría de la población se abstuvo de escuchar el llamado, con lo cual les envió un mensaje en donde manifestaba que ese problema no era su problema. Pero volvamos al origen de todas estas acciones, el rumor.
Si bien la primera acción resultó fallida, ello no implicaba la cancelación del rumor que consistía que si los EU habían elegido como presidente a un hombre de negocios, después de todo era conveniente que en nuestro país también se eligiera a alguien con actividades similares, máximo sí, según se decía, guardaba cierta cercanía con el mandatario estadounidense. Con ello, tendríamos, por aquello de ’que para la cuña apriete tiene que ser del mismo palo’, un interlocutor más adecuado. Para darle una veracidad mayor al rumor, se propuso que, en las elecciones presidenciales de 2018, el hombre más rico de nuestro país, el Sr. Carlos Slim, aparezca como candidato. Comentando al respecto con un amigo quien actualmente cursa un doctorado en filosofía en la UNAM, me decía que no solo la comunidad de dicha universidad estaba a favor de que el Sr. Slim fuera el candidato a la presidencia sino que de igual manera contaba con el apoyo de MORENA y por lo tanto de López Obrador. Argumentaba que el empresario en cuestión era ’Puma’ de corazón y un empresario social, a lo que le inquirí ¿quieres decir que es un capitalista social? A lo cua,l como respuesta, asentó. Con la respuesta obtenida, pensamos nosotros, nuestro amigo trataba de englobar al multimillonario mexicano en la categoría de ’socialista’ o por lo menos que por ser egresado de esa casa de estudios, la cual se ufana de ser ’socialista,’ algo se le había podido pegar. Ante esto, decidimos que vale la pena describir lo que en términos teóricos se considera un sistema de ’capitalismo social’ y que aparentemente tienen la misma raíz y fundamentos con que trabaja un sistema de economía mixta. Veamos.
Tanto en el capitalismo social como en la economía mixta participan en grados diferentes grados, los factores de producción y en ambos sistemas tienen una intervención en los sectores de la salud, educación, seguridad y construcción de infraestructura. A los que se le han agregado para su atención nuevos problemas como el cambio climático y la sustentabilidad. Pero, al final ambos sistemas presentan diferencias no solamente en su enfoque, sino de igual manera en la forma de operar y enfrentar la problemática antes señalada.
El capitalismo social parte de la premisa de que está configurado y conformado por empresarios y que considera que para que se pueda dar una economía que produzca el máximo rendimiento y una distribución del ingreso eficiente tiene que contar con una iniciativa privada que opere en un mercado libre. Partiendo de los fundamentos teóricos provenientes del padre de la teoría económica, Adam Smith, quien en su libro ’La riqueza de las naciones’, resumía su pensamiento en que la ’población en su afán de lograr una mayor ganancia, al final por medio del mercado producía para el total de la población el mayor bienestar’. Esto es, al estar en manos del mercado, y del esfuerzo emprendedor de la población, se podía aspirar a un bienestar y que el nivel de ese bienestar estaría en función del grado de libertad de ese mercado y de la oportunidad de todos los participantes de contar con la misma información, de tal manera que ninguno contara con una ventaja superior a la que tendrían los otros participantes. El bienestar de la sociedad en su conjunto dependería del grado de libertad que tuviera el mercado, del afán de obtener las mayores ganancias, bajo un sistema de empresarios y un régimen de propiedad privada de los medios de producción y distribución de la riqueza. Un sistema, de acuerdo con John Locke, que contara con un gobierno civil libre totalmente y una organización de capitalismo social.
La idea de la intervención mínima de aparato gobernante en la economía en años recientes la podemos encontrar en los teóricos de la escuela austriaca Ludwig Von Mises y Friedrich Von Hayek, así como en los premios Nobel de economía, Milton Friedman y Joseph Stiglitz pertenecientes de la escuela de Chicago, todos ellos identificados como neoliberales. Sin embargo, esta concepción tiene sus fundamentos teóricos en lo acontecido muchos años antes durante la revolución industrial y primordialmente en reparar los efectos negativos que se habían producido por las prácticas y condiciones laborales, empleo de niños en los talleres de hilados, las largas jornadas laborales de hasta doce horas y las condiciones insalubres de sus zonas de trabajo y, por primera vez se hizo presente los efectos de la industrialización en el medio ambiente, la famosa niebla londinense. Como respuesta a esta problemática, no solo de instauraron leyes destinadas a solventar esas deficiencias sino que, dentro del sector empresarial comenzó a difundirse la idea de que los trabajadores de sus industrias podían ser más productivos si se mejoraran sus condiciones de trabajo, su salario y se le otorgaban otras prestaciones como son educación para él y sus hijos, vivienda y servicios de salud. La Revolución Industrial se produjo en dos etapas. La primera de mediados del siglo XVIII hasta 1840, periodo donde se produjeron la mayoría de los inventos tecnológicos y medios de producción. La segunda, consistió en la maduración y ampliación de la aplicación de dichas tecnologías, además de la implantación de las formas nuevas de agrupación de los trabajadores en defensa de sus derechos mediante la constitución de los sindicatos. En ese contexto, al presentarse una escases de mano de obra calificada y causar una lucha entre los empresarios por obtenerla, fue factible que se generara una disputa por obtener, por parte de los empresarios, la mejor mano de obra por medio del ofrecimiento y otorgamiento directo de mayores prestaciones sociales y salarios más altos, lo cual, dio origen a lo que se conoce como ’capitalismo social’.
El capitalismo social, si bien es cierto es promovido y sustentado por empresarios que además de trabajar bajo un marco de libre mercado y de propiedad privada que busca maximizar sus ganancias y controlar el mayor tamaño del mercado, no es ajeno a las malas condiciones sociales e inequidad que produce el sistema capitalista. De tal manera, que primero ven como pueden, dentro de sus empresas, eliminar esas condiciones adversas o mejorar los ambientes laborales, la participación en las tomas de decisiones tanto en los procesos productivos, en los sistemas de control de calidad, de mercadeo, de diferenciación de los bienes y servicios que proporcione la empresa y por lo tanto de la productividad y la competitividad. El empresario pone y construye un ambiente laboral en donde el trabajador no solamente se siente parte de la empresa, sino también propietario de la misma. Además, un empresario social promueve en los ámbitos fuera de su empresa que se instrumenten políticas de beneficio social y leyes que se apliquen y amplíen a todos los trabajadores. Por lo que si bien un empresario es el responsable directo de sus trabajadores y está dispuesto a que sus derechos sociales se generalicen y amplíen la capacidad de las empresas no es la misma y por lo tanto la universalidad de las mismas requiere la intervención del Estado como catalizador. Con su capacidad, el Estado habrá de congregar servicios, reducirá los costos individuales e incrementara la capacidad de inversión y con ello la calidad y diversidad de los mismos.
Este enfoque del capitalismo social, fue retomado en la depresión económica de 1929 por John Maynard Keynes en su libro ’La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero.’ En el, expone que en un régimen estrictamente de economía de mercado contiene una ’falla fundamental: una desocupación persistente que acentuada en las depresiones periódicas de la economía, entraña una grave pérdida de fuerzas productivas, en desmedro del nivel de vida de la población’ de tal forma, que ’las fuerzas del mercado mediante el laissez faire, es incapaz de remediarlo’, por lo que se hace necesario la intervención del Estado para provocar el crecimiento económico, mediante el gasto público en consumo e inversión hasta que se alcancen niveles aceptables de la oferta privada y se normalice la operación de la economía. Este sistema se conoce como economía mixta, esto es, un sistema en donde participan tanto el sector privado, por medio de sus empresarios, como el gobierno cuya intervención tiene diferentes grados y áreas de la economía. México, a partir del inicio de la etapa posrevolucionaria, ha vivido dentro de una economía mixta, condición que se comenzó a modificar en los años setenta, con los ataques del alto empresariado al gobierno del Presidente Echeverría. Ahí, se marcó un punto de inflexión en el desarrollo político- económico del país. Los hombres de negocios argüían entonces que detrás de la propuesta echeverrista estaban objetivos socializantes que llevaban a México a un estado similar al cubano por lo que se pedía que el gobierno dejara de participar en áreas no prioritarias, mismas que deberían ser cubiertas por el sector privado. Las recurrentes crisis económicas, cuyo origen fue externo, fueron plenamente capitalizadas por los hombres de negocios mexicanos. Se generaron fugas de capitales y sus respectivas devaluaciones, lo cual provocó que desde ese periodo el tipo de cambio sea utilizado como el único parámetro para medir al gobierno. Los embates tuvieron resultados y contribuyeron a que, paulatinamente, el estado se deshiciera de las principales empresas estatales. En principio, todos estaban de acuerdo en esta política, desaparecía el estado grandote que todo lo abarcaba. Sin embargo, poco se trató o mencionó que las empresas que estaba vendiendo el gobierno eran en realidad monopolios y que en cuestiones de monopolio lo relevante no era la propiedad, estatal o privada, sino su efecto nocivo para el funcionamiento del mercado, su estructura productiva horizontal y vertical y, por ende, el consumidor final. Entre las más significativas tenemos el caso de Telmex.
Con una economía mixta, dando tumbos de monopolios estatales a privados, no es de extrañar que surgiera un sistema electoral de partidos con una semejanza mayor a negocios patrimoniales que a organizaciones de representación plural, en donde la lucha política o electoral estaba más enfocada a la obtención de mayores recursos fiscales que en la implementación de una democracia que no solamente no acaba de concretarse, sino que se ha mantenido petrificada. La concentración de recursos económicos y financieros propician que estos, bajo la tutela de los grandes empresarios, presionan a los poderes del ejecutivo y legislativo para que todo cambio normativo, como el combate a la corrupción, este dirigido al control y supervisión al gobierno, en todos los niveles, pero desligando de cualquier participación y supervisión al sector privado que recibe recursos financieros gubernamentales, con la famosa ’Ley Tres de Tres’ que obliga a todo personal de nivel medio en todo el proceso del ejercicio presupuestal, pero desliga a los particulares a su fiscalización en su etapa de prevención, dándoles una ventaja al conocerse, digo conocerse porque es cuando están bajo un proceso legal de corrupción, y pueden utilizar toda la maraña legaloide que agobia nuestro estado de derecho y su eficacia es prácticamente nula.
Los cambios estructurales iniciados y puestos en operación por el actual gobierno tienen como objetivo, en principio, terminar con una oferta monopólica o cuasi-monopólica, tanto en el sector de comunicaciones, telefonía y televisión, y energética, hidrocarburos y eléctrica. Pero, cambios de esta naturaleza no pueden ser realizados sin afectar intereses cuya magnitud y capacidad de reaccionar está en función de su poder económico y su incidencia en el proceso productivo. Por ello, al considerar las áreas involucradas y la inexistencia de un contrapeso adecuado, en este caso un gobierno y un bagaje legal con la suficiente fuerza para contener y encausar, el buen funcionamiento de una economía mixta, será prácticamente inviable la existencia de una sociedad con una estructura que le permita a su población desarrollarse en un ambiente de libertad que propicie un sistema de diversidad política, democrático y con un mercado lo suficientemente libre para que la población viva en una sociedad con mayores oportunidades e igualitaria.
2018 será el año de elecciones presidenciales, todos los partidos y los políticos que aspiran a obtener la máxima magistratura del país, se aprestan a posicionarse dentro del abanico de posibilidades. Se disponen a desempolvar sus estrategias exitosas, sus ataques eficientes y sus banderas más impactantes. Los partidos políticos tienen todo, excepto candidatos viables. Ante este escenario, no luce fuera de lógica que se viera la posibilidad de que el hombre de negocios más rico de México, pudiera, primero ser candidato y posteriormente presidente de la república. Sin embargo, la reacción del Sr. Slim ante la andanada de rumores, se desconoce su origen, como todo rumor, y su propósito es especulativo, sondear la opinión general de la población. Lo que sí es real fue la decisión del Sr. Slim con respecto al tema y en una conferencia de prensa aclaró que entre sus planes futuros no contemplaban las aspiraciones presidenciales. Dicha declaración, dejo en el aire de la especulación política ¿Qué quizás, para el Sr. Slim era menos costoso y por lo tanto más redituable hacer o comprar un presidente? ¿Verdad Sr. López Obrador? Los recientes hechos parecen apuntalar esa, hasta hoy, teoría. ¿Usted que cree? [email protected]