Opinión

Hablemos de estados fallidos II

Hablemos de estados fallidos II
Periodismo
Mayo 25, 2017 00:35 hrs.
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Sergio Enrique Castro Peña › guerrerohabla.com

Actualmente se vive bajo una percepción de que las cosas no han ido de acuerdo a nuestras expectativas, como si un manto de decepción se hubiera posesionado de nuestra actividad cotidiana. Todo indica que las expectativas sobre un mejoramiento tanto en los aspectos económicos, de seguridad, de justicia y/o corrupción, acciones y funciones que nos dan gobernabilidad, estuvieran muy lejos de lograrse. Ante esto, pareciera que todo se hace depender, en una suerte de barita mágica, de un comportamiento, no de operatividad, eficiencia y resultados, sino de la moral. La cual no necesariamente ha de provenir de un Estado Laico, sino de otro más cercano a seres de carácter intachable, seres poco humanos o iluminados. Para ello, los contendientes políticos utilizan una herramienta muy socorrida, cuando quieren evaluar una situación o un resultado: las comparaciones.
Es de conocimiento general que las comparaciones son ’odiosas’ pero ’indispensables’ o ’necesarias.’ Esto se origina a partir de que debemos de tener un parámetro y un sistema para realizarlas. A la vez, partimos de algo que en política es muy común para evaluar o simplemente señalar: que la actuación de nuestros contrincantes no es la esperada. las razones esgrimidas para ello, aunque sí puede residir en su capacidad intelectual, experiencia o de preparación, es de más impacto señalar que esa incapacidad es producto de su naturaleza inmoral: corrupto y primordialmente, pertenecer a un partido dado, a un ambiente corrupto.
En una disputa, se puede al final de la misma tener diversos resultados, uno de los contendientes saldrá, favorecido, pero tal resultado, que en cierto sentido puede ser subjetivo y alejado del campo cuantitativo. Un resultado, al final de cuentas, refleja que tenemos un ganador y solamente uno. Sin embargo, en una contienda, máximo cuando se tiene una cargada ampliamente de un carácter subjetivo, a pesar de que los resultados son recurrentes, estos no son lo suficientemente claros y precisos y por lo tanto definitorios. De igual forma, para ser considerada como tal, debe cumplir con ciertas condiciones: siempre existirán uno o más antagonistas; la percepción es el parámetro que determina el resultado de la misma; y el desenlace no es definitorio.
En el campo cuantitativo, los participantes no compiten únicamente en contra de otros, también le hacen consigo mismos. Porque cuantificar el desempeño, evidentemente arroja y determina información que nos establece el lugar o desempeño obtenido, pero también nos permite, a nosotros y a los otros, conocer si éste fue mejor o peor. Esto es, realizar comparaciones con los otros contendientes pero también evaluar el nuestro, de igual manera podemos utilizarlo, en base a los resultados las actuaciones anteriores y presentes, la evaluación de dos puntos en el tiempo y, con ello, realizar proyecciones, una prospectiva que contenga los aspectos a mejorar, eliminar, combatir o ignorar. Una prospectiva no es un cuadro inmutable sino una vista o panorama que puede y cambia a lo largo del tiempo. Sabemos con certeza que un cambio va a ocurrir, podemos inferir como puede ocurrir, pero no necesariamente tendremos la certeza de cómo será este.
De igual forma, conocemos, principalmente los que manejan y conocen de estadísticas, que no existen datos o información imparcial o inocua. Su significado o interpretación dependen del receptor quienes la captan, procesan y la transmiten. Finalmente, tenemos la etapa en la cual se dan a conocer dichos datos o información. Esto es de importancia vital , porque en este último paso es cuando se le utiliza acerca del sentido que se le dará a la misma, y con ello, el poseedor de ella, tratara de manipular dichos datos o información para influir, predisponer e inducir a los receptores, la población base. Éste punto es importante fundamentalmente para darle sentido a la creación de un ambiente que induzca a la ciudadanía a percibir una situación en cierta forma o generar el ambiente que se quiera producir y con ello potencializar los objetivos que se buscan. En este caso, la corrupción, la inseguridad y la ineficiencia, creando un contexto de encontrarnos ante un sistema y una clase política, principalmente a la que queremos implicar, que nos engaña y se aprovecha de su posición no solamente para utilizarnos como trampolín en su carrera, sino que además dispone de los recursos originados por nuestros impuestos y, como recompensa obtenemos una percepción de inseguridad, de estar en peligro y vivir en riesgo de entrar en un estado fallido.
La política está constituida sustancialmente por la percepción y, como exponen los expertos en comunicación ’la percepción es realidad’. De ahí el valor que adquieren los elementos de manipulación de la información: su captación, su selección, su priorización, su adecuación, su transmisor y su forma de exposición ante el receptor base. De acuerdo al universo que constituye el bloque de la población a que está destinada la información se elegirá la estrategia para su propagación, de tal forma que su impacto sea el mayor posible. Toda actividad política y por ende la de los políticos se puede clasificar como aceptable, buena o deplorable: todos parámetros subjetivos. Sin embargo, no debemos ignorar que los medios de comunicación masiva, electrónica e impresa, a medida que crecen, tienden no solamente a monopolizar la información a difundir, a seleccionar lo que nosotros debemos saber. Pare ello, establecen un punto de vista uniformado y con ello pretenden que nosotros no solamente aceptemos y tengamos a disposición esa información y estemos de acuerdo, sino también que pensemos como ellos.
El inicio del actual período presidencial, el cual implico el retorno del PRI al poder, comenzó como sí el grupo seleccionado y encabezado por el Presidente Enrique Peña Nieto fueran dominados por un ’síndrome de abstinencia de poder’, como sí los dos sexenios fuera del ejercicio del mismo, estuviera cubierto por esa pérdida de habilidad para gobernar. Las expectativas que surgieron en la población priísta y no priistas fue la terminación de esa política ’neo-liberal’ que restringía la intervención del gobierno, mediante su gasto e inversión y que complementara la insuficiente o la participación apática del sector privado en cumplir con el rol que las circunstancias le demandaban.
Esa ’abstinencia’ o incapacidad de crear una gobernabilidad propicia, dio por resultado la incapacidad de tener un crecimiento y desarrollo económico. Por el contrario, dio pie a que siguiera una situación camino recesiva, a la cual se le agregaron los problemas de seguridad e incremento de la violencia de los grupos delictivos, la alza de la utilización de acciones que lindaban entre la ilegalidad y un asomo de civilidad, de los grupos inconformes que sustituían los caminos institucionales por acciones de presión y, hasta de chantaje. Por otra parte, se privilegió los supuestos derechos del la parte agresora en detrimento del pasivo agredido, que prefirió, al ver la tibia actuación de las autoridades de evitar todo enfrentamiento, dado que en su caso, la fuerza total del estado se veía inhibida. Lo anterior, está contribuyendo a la ineficacia y operatividad del gobierno y puede ocasionar la desaparición del estado de derecho.
Por su parte, el sector empresarial, pretendiendo minimizar su falta histórica de ser factor y motor del avance de la economía y de solidaridad, recurrió a una nueva estrategia que le permitiera minimizar o desligarse de su responsabilidad, la estrategia que en el pasado transito de acusar al gobierno de ser comunista, socialista, dictador, aunque ’blando’ como expuso un escritor peruano de tendencia ultra-conservadora, enemigo de la libre expresión, de asociación política y de la economía, hasta de estatista, propietario y fiero intervencionista en los procesos productivos del país.
Con el fin de cambiar esa percepción, se realizaron modificaciones en materia de comercio exterior. Se abrió nuestro mercado al comercio exterior y entramos a la realización, todavía en proceso, de acuerdos y tratados comerciales, como si fuera una competencia o, una penitencia, con cuanto bloque comercial o país que existiera. Por otra parte, para solventar las posiciones que enarbolaban la bandera de las restricciones para el ejercicio libre de la ’democracia’ y la existencia de otros partidos políticos, se realizaron una serie de modificaciones y adecuaciones a las leyes electorales. Para incentivar la democracia y la formación de nuevos partidos políticos fue creado un organismo ’independiente’, un Instituto Federal Electoral (IFE) con ’autonomía’, tanto en lo financiero como en lo político, para ’garantizar’ unas elecciones ’libres’ e ’imparciales’.
Respecto a los resultados obtenidos por todos esos cambios, nuestros ’intelectuales’ han eludido el tema de la evaluación, comparación, de la operatividad y eficiencia de los mismos, evadiendo un análisis serio y sólo se han concretando en señalar que la democracia en México nació en el año 2000, como si las elecciones realizadas en ese año tuviera más el carácter de un golpe de estado electoral o, producto de una barita mágica. Con una visión centralista, todos esos ’intelectuales’ viven y buscan hacer prevalecer esas ideas desde el centro del poder, la Ciudad de México, queriendo, como siempre, ignorar la participación de otras latitudes de nuestro país e imponer sus puntos de vista y percepción de la ’realidad’ del país.
Las disputas por el poder y la actitud de eludir cualquier responsabilidad de todos los actores, han creado, en primera instancia y con una ’pequeña’ ayuda de los grandes consorcios de comunicación masiva, electrónicos e, impresos, un ambiente de frustración, no sólo del desempeño de los resultados obtenidos por esos cambios, mayor inseguridad, un crecimiento raquítico de la economía, tenemos dos sexenio, los panistas, y lo que va del actual régimen, priísta; una ley electoral y una inmadurez y falta de civilidad de los partidos políticos, cada elección solamente nos trae mayor inestabilidad por el desconocimiento de los resultados que de esa elecciones emanan; una inseguridad y desconfianza en las instituciones encargadas de hacer cumplir las leyes, permitiendo, reiteradamente, que sean desplazadas en aras de concertar acuerdos e interminables reuniones para analizar los ’avances’ del cumplimiento de los mismos, cuyos resultados son invariablemente el entorpecimiento de la vida normal de la gran mayoría de la población. Dando como resultado, que la aplicación y valides de la ley se realiza en las calles y carreteras o impidiendo el acceso y no, en los tribunales existentes para atender esas diferencias.
Por otra parte, en la intervención de un enfrentamiento de las autoridades con miembros de la delincuencia organizada, las comisiones de los derechos humanos, intervienen, ex-post, y utilizando como medio de investigación videos y fotografías como evidencia de los hechos, que en ocasiones tienen saldos lamentables, en donde invariablemente, las autoridades son criminalizados y los delincuentes absueltos y liberados de toda responsabilidad de los hechos violentos acaecidos. Los niveles de imparcialidad de dichos organismos, cuyos dirigentes están más preocupados por sus carreras políticas que por una correcta operación del mismo, han contribuir al surgimiento de voces discordantes, o quizás consientes hacia donde nos puede llevar esta actitud, en donde exponen que ya basta de estar defendiendo a los delincuentes y liberándolos de toda responsabilidad de la violencia. De igual forma, los últimos meses, ante la inocultables problemas económicos, políticos, de inseguridad y pérdida de poder real del estado y su repercusión en el rumbo que pueda tomar el estado, -fallido- y como una especie de defensa a los problemas actuales, nos dicen, que sí bien es cierto que existen esa cantidad de problemas, ’tenemos instituciones y, son fuertes’.
Otro producto de las reformas que acompañaron a las electorales, son el cambio de un estado benefactor –con una economía mixta y un apoyo sustancial a los programas sociales correspondientes a la educación, salud y el empleo- a un estado asistencial, -con programas que únicamente contemplan el apoyo financiero y alimentario de la población más necesitada, pero ignorando la capacitación o la educación requerida para salir de ese estado de dependencia-. La primera estrategia, el estado asistencial contempla, de acuerdo a la parábola china sobre que hacer para que el hombre no tenga hambre; es ’darle un pescado, pero sólo comerá un solo día; la segunda estrategia, el estado benefactor, es ’enseñarle a pescar’, con lo cual podrá comer todos los días. El estado benefactor es un concepto económico destinado a subsanar los efectos nocivos de un sistema económico de mercado, con la participación activa de los involucrados. Mientras un estado asistencial requiere de la pasividad de la población base, no espera una participación adicional de esa población que recibió los beneficios, excepto en los pocos confiables político-electorales o alguna expresión, no muy sincera de agradecimiento de los mismos. Y, esto no podía ser de otra manera, dado su carácter de religiosidad que lleva implícita. En lugar de llamarlas dádivas se dice que otorgan asistencia.
La percepción de la gran mayoría de la población, principalmente urbana, acepta la existencia de problemas graves, pero confía en que contamos con ’instituciones fuertes’, perciben que independientemente de la problemática prevaleciente se vive en un ambiente de calma y la cotidianidad no se ha visto afectada: las escuelas abren, los hospitales dan servicio, las estructuras de producción y distribución funcionan. Todo está bien y todo sigue bien. Pero debajo de esa calma, de esa aparente operatividad y seguridad, la historia nos dice que pueden esconder fuerzas incontrolables y destructivas y desatar las más terribles tormentas o, estallidos sociales: un estado fallido. Pero, esto será tema de nuestra tercera y última entrega sobre este tópico. sergiocastro6@yahoo.com


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