Opinión

Hablemos de estados fallidos I

Hablemos de estados fallidos I
Periodismo
Mayo 17, 2017 21:39 hrs.
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Sergio Enrique Castro Peña › guerrerohabla.com


Para la mayoría de nosotros no es difícil comprender la existencia de los estados acotados o frustrados, principalmente por el desarrollo de nuestra historia y la complicada relación que hemos tenido con las potencias Europeas y los EU. Sin embargo, cuando hablamos de estados fallidos no es algo comprensible utilizando únicamente nuestro sentido común, de ahí, que vale la pena, aunque no sea generalmente aceptada, una definición de lo que se entiende como estado fallido.
Como punto de partida decimos que un estado fallido no se refiere a los que, en su operación normal, ya sean políticas destinadas a un objetivo dado o, a los errores que éste cometa o fallas en alguna estrategia, sino a los estados que por una acumulación de estas situaciones caen es esta categoría. Estas pueden provenir de cinco fuentes: por el involucramiento en un conflicto de grandes proporciones que culminaron en cambios territoriales que finalizaron en su desintegración o desaparición como estado independiente; por la acción de una invasión o conquista de un país más fuerte que produjeron un reacomodo de las fronteras y formas de vida existentes con anterioridad; por cuestiones naturales –climáticas-; los estados afectados por una situación coyuntural y afectados por conflictos internos –guerra civil-; o, por una combinación de todas las anteriores.
Entre finales del siglo XVIII y principios del XX, se inició una era nueva. R. R. Palmer expuso que ’a partir de la Revolución Francesa, los principales conflictos se dieron entre naciones, más que entre príncipes. Las guerras de reyes habían acabado; habían comenzado las guerras de pueblos.’ Tal aseveración, también, nos muestran que el ciclo y el destino de los reinos se trasladaba de los estados a las naciones. Por lo tanto, su supervivencia dependería más de su capacidad de constituirse y reconocerse como nación. Y que no solamente podían, como se trató anteriormente, ser acotados o frustrados sino que el impacto del interior o el exterior podían llevarlos a convertirse en uno fallido.
Este choque, que se inicio con una lucha entre los imperios europeos para imponer su hegemonía, con un etnocentrismo desconocido hasta ese período, no solamente dentro sus fronteras sino a lo largo y ancho del mundo. En ello iba implícita una política expansionista y colonialista que ocasionaba la desaparición de naciones y de estados, en donde sus fronteras y autonomía, en unos casos, los más favorecidos, se vieron acotados o frustrados, mientras que otros simplemente desaparecieron. De igual manera, al triunfo de la Revolución Rusa, los países que pertenecían al Imperio Ruso y que no obtuvieron su autonomía como consecuencia del triunfo de la Revolución o que esta no permitió su liberación e independencia pasaron a formar parte de lo que se conoció como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, (URSS).
Al referirnos a la ’Gran Guerra’, o lo que conocemos como la Primera Guerra Mundial, estamos empleando un término que nos muestra la concepción centralista de Europa al considerarse como el centro de lo que se entendía como países civilizados. Al concluir esta conflagración y firmarse los Tratados de Versalles, se lleva a cabo la recomposición e integración del nuevo orden mundial. En ese contexto, en 1919, se crea La Sociedad de las Naciones. Este organismo fue fundado con la participación inicial de 42 países, creciendo con la incorporación nuevos miembros hasta llegar a tener 63 integrantes en 1938. Aquí, cabe apuntar que aun cuando el Presidente estadounidense Woodrow Wilson fue su principal promotor, los EU no formaron parte de ella debido a la oposición que mostraron los miembros del Partido Republicano, eso no solamente significó una derrota política para Wilson, sino que afectó gravemente su salud. Pero retornando a los arreglos post-guerra, cabe destacas que las condicionantes-castigos que los países triunfantes impusieron sobre los derrotados, especialmente a Alemania, fueron hasta cierto punto irracionales. Al analizar los términos de los Tratados de Versalles, los estudiosos predijeron que nada bueno traerían. Uno de ellos, Lord John Maynard Keynes en su libro ’Las Consecuencias Económicas de la Paz’, alertó sobre los problemas que vendrían y las posibilidades de que las condiciones de ese tratado nos condujera a de una nueva guerra, lo cual sucedió en 1939.
A partir de ese año, se desarrolló, esta sí, una Guerra Mundial a la que se antepuso lo de Segunda. Al concluir el conflicto bélico, en 1945, se buscó aglutinar a los países en un solo organismo que tuviera una autonomía mayor a la que hasta entonces había tenido la Sociedad de las Naciones. Para ello, en octubre de 1945, fue creada la Organización de las Naciones Unidas, (ONU) con la participación de 41 estados. En el nuevo orden mundial consecuencia de esta lucha armada, se dio la desaparición de países al ser integrados por las naciones triunfantes, como la reafirmación de los integrados a la URSS, Lituania, Estonia y Letonia y aquellos como Croacia, Bosnia y Herzegovina, Serbia, Eslovenia, Macedonia y Montenegro que pasaron a constituir Yugoslavia. Asimismo, otros países perdieron gran parte de su autonomía y quedaron en un estatus de reconocimiento y autonomía parcial, siendo integrados en un gran bloque de países que aceptaban la pérdida de su autonomía y liderado por la URSS. Aquí nació lo que fue conocido como el Bloque Soviético o comunista, mismo que conformaban Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Albania, Bulgaria, Yugoslavia y Alemania de Este.
Bajo esa conformación, se vivieron los años de la Guerra Fría, época en que una tras otra de las naciones africanas fueron ganando su independencia y creándose nuevos países. Sin embargo, a inicios de los 1980s, las relaciones gélidas empezaron a entibiarse. En mayo de 1980, fallece Josip Broz ’Tito.’ Lo que hasta ese momento era Yugoslavia, volvió a dividirse en las naciones originales: Croacia, Bosnia y Herzegovina, Serbia, Eslovenia, Macedonia y Montenegro. Más tarde, en noviembre de 1989, cae el Muro de Berlín y el Bloque Soviético se empieza a desmoronar. Dos años más tarde, en diciembre de 1991, la Unión Soviética desaparece, Rusia vuelve a su estado original y las potras 14 repúblicas que la conformaban pasan a ser países independientes. Todo lo descrito, nos muestra que la composición geopolítica en el mundo es un organismo en movimiento constante y en proceso de transformación, Esto también implica que la estabilidad que aparentemente prevalece, es solamente eso, aparente. Y, esto vale, también, para nuestro país.
El ’nacimiento’ de nuestro país, se dio como el de aquellos que nacen fuera de matrimonio, son producto de un descuido, no estaba planeada su concepción y cuando se anuncia su alumbramiento caen en la categoría de no deseados. El movimiento inicial, se realizó con un objetivo y con el transcurrir de los acontecimientos se transformó creando un resultado diferente. Queríamos la reinstalación de un Rey: Fernando VII, depuesto por las fuerzas napoleónicas. Pero con la derrota de Napoleón en España, los objetivos tuvieron que ser adecuados a las nuevas circunstancias y, en cierto sentido, alejados de los planteados originalmente. Nuestra lucha por la independencia al no contar con un objetivo claro y reconocido por todos los participantes, de contener en su seno una idea unificadora y que aglutinara a las diferentes fuerzas, ocasionó un tipo de vacío y, este, a su vez, produjo una desorientación ideológica. Vacío, que desde el principio la Iglesia Católica, no solamente pretendió darle cause sino, por su importancia en la vida del México naciente, aspiró a ser gobierno también. Pero, no un tipo de gobierno directo, la influencia del sistema monárquico español tenía una fuerza aceptable y la participación que éste le daba era una mezcla que entrelazaba lo civil con lo religioso.
La inestabilidad política, producto de las poco claras, razones de nuestra independencia y con una fiebre independentista que contagiaba a todos los territorios anteriormente pertenecientes a la corona española, se manifestaron como una incapacidad del gobierno naciente para tener una gobernabilidad en todos los territorios que la conformaban. También contribuía a la ingobernabilidad la incapacidad de la república en ciernes para sacudirse el lastre del centralismo. El cual no solamente era herencia de la corona española, sino que tenía raíces eran más profundas, mismas se encontraban en la estructura de control y de mando de la Iglesia Católica. A lo largo del siglo XIX, las consecuencias de esas inconstancias y ambigüedad ideológicas y gubernamentales se vieron reflejadas en diversos eventos. Con la intervención de un agente de bienes raíces que le fue aprendiendo al negocio, Antonio López de Santa Anna, en 1836 perdimos Texas; en 1847, recibimos migajas a cambio de la mitad del territorio; en 1853, ya le dieron más por la venta de Mesilla. De igual forma, tuvimos movimientos separatistas como la creación de la República de Yucatán, en 1841 y su reincorporación en 1843. O bien la intentona Santiago Vidáurri quien, en 1861, propuso la creación de la República de la Sierra Madre integrada por los Estados de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, mismos que buscaba se anexaran con Texas bajo una sola estrella.
Todos estos acontecimientos en el siglo XIX, que podían describirse como las de un estado acotado o frustrado nos pusieron también al borde de convertirnos en uno fallido. Ante ello, lo único que nos salvó fueron las acciones de los Hombres de la Reforma encabezados por el Estadista Benito Juárez. Si no acabamos convertidos en un estado fallido fue por la promulgación de las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857, en base a las cuales se estableció la separación estado-iglesia y la creación del estado laico que trajo como consecuencia el fin de los fueros militares y eclesiásticos, al tiempo que quitaba a los clérigos importantes fuentes de ingresos derivadas del monopolio de los nacimientos, matrimonios y administración de cementerios. Al tiempo que derogaba para siempre la obligación de profesar la fe católica para poder ser considerado ciudadano mexicano. Ante ello, los miembros de la curia y el grupo conservador fueron a Europa en busca de un emperador católico que nos ’salvara.’ Inicialmente, encontraron en Europa el pretexto, la deuda de México con Inglaterra, España y Francia. Pronto, teníamos a los tres ejércitos en Veracruz dispuestos a cobrarnos. Sion embargo, los dos primeros actuaron racionalmente y aceptaron negociar terminando por firmar los Tratados de la Soledad. Sin embargo, los franceses embarcados en los sueños imperiales de Napoleón III decidieron permanecer, al tiempo que negociaban en Europa a que miembro de una casa reinante de allá apoyarían.
Así, encontraron a Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena, de la Casa de Habsburgo, quien pensaba que al aceptar el trono de México no hacía sino recuperar lo que antes ya había sido de su familia cuando Carlos V ejercía autoridad sobre estas tierras. De esta manera nos cayó encima el segundo imperio, recordemos que el primero lo encabezó Agustín de Iturbide, dirigido por Maximiliano I. El austriaco fue muy bien recibido en la católica ciudad de Puebla. Asimismo, al borde del paroxismo, los habitantes de la Ciudad de México, siempre dispuestos a vitorear al triunfante, siempre que no sea miembro del peladaje, caían rendidos ante Maximiliano y Carlota.
Tras años de lucha, finalmente las fuerzas Liberales derrotan a los franceses y los conservadores que apoyaban a Maximiliano. Finalmente, el estado mexicano entra en un proceso de viabilidad, aun con todas las divergencias que surgieron entre los miembros del grupo triunfador, especialmente la facción encabezada por Porfirio Díaz quien a la muerte de Juárez termina por apoderarse del mando. Si bien Díaz mantiene el esquema económico del liberalismo, en su afán por evitarse problemas entra en negociaciones con la curia y les permite recuperar poder económico y político. La concentración del poder en unos cuantos, termina por arruinar el modelo de Díaz y durante la primera década del Siglo XX el estado mexicano vuelve a entrar en fase de convertirse en uno fallido.
Inicia la rebelión encabezada por Francisco Y. Madero bajo la bandera del respeto al voto. La situación arriba a un punto en que los grupos económicos antagónicos deciden realizar una transición pactada y Díaz renuncia. Madero, es electo presidente y todo va en proceso de dar inicio a una etapa nueva hasta que, en 1913, a la curia católica y al embajador estadounidense se les despierta los petitos de poder y mediante Victoriano Huerta asesinan a Madero. Acto seguido, el Gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza Garza, se rebela ante la felonía y da inicio la guerra civil la cual en esencia representaba la presencia de un estado frustrado en vías de materializarse en uno fallido.
Para poder superarlo fueron necesarias innumerables batallas y llegar a la promulgación de la Constitución de 1917, en la cual se incorporan las demandas sociales, mismas que no pudieron empezar a materializarse sino hasta la década de los 1920s bajo los gobierno de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Al tiempo que este último creaba instituciones, la derecha conspiraba y exacerbaba el fanatismo religioso. Era su forma de buscar que nada se consolidara. Los conservadores y la curia crearon un ambiente de incertidumbre y de inseguridad mientras promovían la insurrección materializada en la llamada revolución cristera, la cual iniciaron en 1926 arguyendo una supuesta falta de libertad religiosa. Sin embargo, entonces, como hoy, la única que les interesaba era la suya, no la de otros. En medio de esa revuelta, uno de ellos, el fanático católico José de León Toral asesinó al presidente electo Obregón, un hecho que terminó por cerrar la ’era de los caudillos para dar inicio a la de los gobiernos institucionales’.
Sin embargo, la derrota de la Iglesia Católica en la guerra cristera, hizo que ésta modificara su estrategia en su lucha con los gobiernos identificados con la Revolución Mexicana, no con los que se llaman revolucionarios y que únicamente sirven como comparsas a los herederos de esa derecha ultra conservadora. La estrategia de la violencia abierta paso a la violencia solapada y al secuestro de los ideales sociales que, en el pasado, combatieron tenazmente. La derecha y la lucha entre las fuerzas liberales, no ha terminado, sólo los métodos y su penetración en las decisiones del país han tomado otros matices y cauces diferentes. Hoy, una vez más amenazan, ya tenemos un estado acotado y, en gran parte frustrado, mientras amenazan con provocar una ambiente de incertidumbre, inseguridad y desintegración tratando venderse como, junto con los grupos ultraconservadores de los hombres, de negocios, como la salvación de México. Sólo hay que darle tiempo al tiempo. sergiocastro6@yahoo.com.mx

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