Hablando de política

Hablemos de subsidios, crecimiento o de la seguridad escurridiza II

Hablemos de subsidios, crecimiento o de la seguridad escurridiza  II
Periodismo
Mayo 06, 2016 21:11 hrs.
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Sergio Enrique Castro Peña › guerrerohabla.com

En los escritos ’Hablemos de Geopolítica o Ecopolítica,’ partes I y II, tratamos el tema de cómo los recursos económicos se convirtieron en una forma de control y de influencia en las decisiones de los países, especialmente en los denominados en vías de desarrollo, por parte de las potencias en etapas superiores desde un punto de vista económico. En igual forma, mencionamos cómo una estrategia similar fue adoptada, asimilada y modificada, dependiendo de cada caso, por los gobiernos en México. Ello, se dio mediante la utilización de programas de inversión, gasto público y de fomento. En ocasiones el propósito era incentivar una actividad en particular ya fuera la agricultura, la industria y/o el comercio exterior. En otros, el objetivo era controlar la inflación y/o la disposición de divisas. Al final de cuentas, en ambos casos, lo que se buscaba era apalancar el crecimiento económico y su incidencia en la política y la seguridad de la sociedad.
El contenido de la entrega anterior, ’Hablemos de Subsidios, Crecimiento o de la Seguridad Escurridiza,’ era, en cierta forma, una prolongación del tema sobre el uso de la economía no solamente como un instrumento para lograr una estabilidad política y social utilizada por los gobiernos post-revolucionarios que basaban su estrategia en la premisa de que la estabilidad económica era el camino para lograr la paz política en el país, sino también una herramienta de contraataque usada por los grupos opositores a ese gobierno y su ascendiente natural: el PNR-PRM- PRI.
En lo económico, la ausencia de condiciones que facilitaran el reinicio de sus actividades y la desconfianza ¿o, estrategia? de una iniciativa privada conservadora para no participar en la reconstrucción del país. Ante esto, el gobierno no tuvo más alternativa que convertirse en el motor de esa reconstrucción que no solamente fue política, militar y social, sino también económica. Con ello, se dio inicio a lo que posteriormente conocimos como un sistema de economía mixta. En lo político fue empleado un modelo de reconstrucción similar. El objetivo era evitar la aparición de nuevas asonadas y establecer el orden en donde imperaba el caos generado por las representaciones políticas-electorales de todo tipo y a todos los niveles. En ese período, se estima que existían más de 2,500 partidos nacionales, estatales y municipales. Para solucionar eso, se construyó un partido único que actuó no solamente como un ente de control, sino que fue el aglutinador de las diferentes corrientes que participaron en la Revolución Mexicana. Naturalmente, por razones obvias, en esta primera etapa de reconstrucción política no fueron incluidas las corrientes conservadoras de derecha. Sin embargo, a finales del sexenio cardenista, esas corrientes conservadoras se incorporaron al sistema político-electoral con el Partido Acción Nacional (PAN), heredero del Partido Católico Mexicano nacido, literalmente, durante los estertores del Porfiriato. Y así, trascurrió la vida económica-política en México hasta que el modelo empezó a mostrar señales de agotamiento.
La segunda mitad de los sesenta marcó un punto de inflexión en todo el mundo cuyos efectos se reflejaron los modelos políticos-económicos prevalecientes, tanto en el mundo capitalista como en los países bajo la esfera comunista. Las manifestaciones más relevantes, se iniciaron en 1968, con la ’primavera de Praga’ en Checoslovaquia, en contra del régimen comunista y la falta de libertad política y de asociación laboral que culminó con la entrada de tanques del ejército Soviético. La segunda manifestación fue estudiantil realizada en Paris, lo que conocemos como ’Mayo Rojo’, concluyendo, en el corto plazo, con la renuncia del presidente de Francia el general Charles de Gaulle. Posteriormente, las autoridades francesas desviaron su atención de la Universidad de la Sorbona hacia los institutos de carácter tecnológico, lo cual posteriormente se vio reflejado en la participación activa de Francia en los campos de las áreas aeroespaciales, aviación y comunicaciones. Asimismo, se generaron muestras de inconformidad en Alemania con el surgimiento de grupos armados y, de igual forma en Irlanda, cuyas respuestas fueron una combinación del uso de la fuerza armada y otras de carácter ecopolítico. También, se realizaron movimientos en Suiza, España, Argentina, Uruguay, Estados Unidos y, en México, punto neural de nuestra colaboración.
’El movimiento del 68’, tiene sus raíces en una problemática presupuestal, surgida tres años atrás, que involucraron los montos de los subsidios que se le otorgaban a la educación superior, primordialmente a la UNAM y al IPN. La discusión partía consistente de las diferencias de criterio acerca de cómo las instancias de educación superior habrían de financiar sus gastos de operación, inversión e investigación dentro del con texto de las estrategias de crecimiento. La posición gubernamental, consistía en un modelo mixto en el cual una parte sería cubierta con subsidios, gastos de operación e inversión física, mientras que lo concerniente a sus planes de crecimiento y de investigación, provendrían de los diferentes servicios al sector productivo, gubernamental y social, los llamados ingresos propios. Por su parte, las autoridades universitarias rechazaron la propuesta gubernamental al considerar inaceptable una reducción o congelamiento presupuestal, dado el crecimiento de la matrícula y los costos por alumno. La base presupuestal de la posición gubernamental para calcular el valor/alumno eran inferiores a los imperantes en 1959 y, por otra parte estaba la particular interpretación del mandato constitucional de que la educación era universal y gratuita y, por lo tanto, no era obligación de la UNAM buscar nuevas fuentes de financiamiento. Quizás, el error fundamental de la propuesta del presidente Gustavo Díaz Ordaz fue que privilegió el equilibrio del gasto público y no lo acompañó con una estrategia a mediano plazo, en donde paulatinamente la relación subsidios e ingresos propios contaran con el suficiente tiempo haciendo posible una distribución más equilibrada que la creciente carga financiera tendría por la simple tendencia poblacional. El resultado final fue el reforzamiento de la autonomía, la intocabilidad, de la UNAM, tanto presupuestal como en el control de los recursos fiscales que perciben y, ante ello, la comunidad universitaria considera que es obligación del país sostenerla, con mitología incluida, pero, por su parte no tendrían ninguna responsabilidad ante los contribuyentes. Como consecuencia, ahora encontramos que las finanzas, los ingresos y los egresos de la UNAM se han transformado en un ’hoyo negro’ presupuestal. La parte violenta, tuvo sus inicios en un partido de futbol Americano, entre los equipos de la UNAM y el IPN siendo interrumpido por una gresca entre los jugadores y porras de ambos equipos. Lo siguiente, es que de un problema suscitado entre dos instituciones públicas de educación superior, se transformó en una situación violenta con las consecuencias de violencia y la mitología que permitió a no pocos convertirse en usufructuadores de la ’lucha estudiantil.’
Sin embargo, 1968, también fue un punto de inflexión en donde los asuntos de alto contenido político, los subsidios al sector educación en todos sus niveles incluyendo los sindicales, por constituir un factor de estabilidad y, por lo tanto, político, contribuyeron también, a construir un modelo laxo en todos los niveles y en la particular a lo que a calidad educativa corresponde. Al supeditar la metodología de determinación de los presupuestos a factores de cantidad como el número de estudiantes y a un valor unitario: entre más estudiantes tuviera una entidad de educación, mayor era su margen de negociar un valor unitario superior y por lo tanto su monto presupuestario sería más alto. Esto, originó un proceso perverso en el cual impera el ’me tienes que dar más dinero porque soy el más grande y al dármelo consecuentemente seré todavía más grande.’ Consecuentemente, en aras de la estabilidad, el nivel de la calidad educativa fue sacrificado. Como consecuencia, en la actualidad, la UNAM ocupa a nivel mundial el lugar 160 y dentro de los países de América Latina está en el octavo sitio. Ni quien lo dude, es la más grande por el número de alumnos registrados, pero eso no significa que sea la mejor en cuanto a la calidad de la enseñanza que provee. Asimismo, los montos de los subsidios sufrieron una metamorfosis, en donde su calidad de promotor de la excelencia se transformó en un elemento de simple negociación y presión política.
Por su parte, la derecha reaccionaria con su estrategia de acechar en las sombras, con su alianza con el sector empresarial, primero con la Confederación de Hombres de Negocios y en la actualidad con el Consejo Coordinador Empresarial y el religioso, la Iglesia Católica, buscando siempre elementos moralinos y argumentos nacidos de los sucesos del reciente pasado revolucionario, ya no eran saqueadores, violadores y ladrones ahora simplemente ineficientes, incultos y corruptos. Por otra parte, apoyados por el plan de la diseminación del marxismo con un fuerte resabio francés, nuestros intelectuales, insatisfechos con las prebendas de los estudios en el exterior o las representaciones culturales o diplomáticas y con el objeto de medrar con el aura ’independiente’, trabajaban para el gobierno pero como el ’Ave Fénix’ salieron incólumes de la boñiga priista. Ser anti-gobierno o, mejor dicho anti-priista es un conocimiento que dejo de ser exclusivo de la derecha y de nuestra iluminada intelectualidad, trascendiendo a niveles más pedestres y que el movimiento del 68 puso en evidencia: la creación de nuevos partidos y movimientos políticos y ahora con las ONG con sus inseparables subsidios.
El periodo de los setenta, la administración del presidente Luis Echeverría Álvarez, transcurrió entre la esperanza renovada, con un gran impulso a la educación y un tibio inicio de apertura económica hacia el exterior, acompañada con un incremento de los subsidios al sector rural se lograra aumentar su capacidad exportadora. La administración de José López Portillo, la época de bonanza petrolera, cuyo final incluyó la escasa reacción, a la que nos tiene acostumbrados, de nuestra clase ’empresarial’, en donde los subsidios petroleros se transformaron, no en un incremento de la producción o la modernización del aparato productivo, sino en la elevación del consumo de servicios y bienes suntuarios importados y con la esperada fuga de capitales. Además, acompañada con una novedad, un ataque, al estilo leninista, con el apoyo de los mismos banqueros, con un ataque directo al valor del peso y la libre convertibilidad monetaria, utilizando el cambio de los depósitos en pesos a dólares, ocasionando una dolarización de la economía y una fuga de capitales, por lo menos los grandes capitales, pérdida de los pequeños ahorradores y la consabida nacionalización de la banca. Lo que inicio como un bonito sueño se transformó, con el apoyo de los que no querían ese sueño, en una pesadilla.
Sin embargo, en la administración de Miguel de la Madrid Hurtado, estalló la crisis largamente gestada y el finiquito final no fue diferente a los obtenidos en los decenios anteriores: crecimiento económico incentivado por el incremento del gasto gubernamental; aumento de la demanda interna; deficiencias y rigidez de la oferta, indiferencia del sector ’empresarial’ para hacer frente a esa demanda; incremento sustancial de las importaciones; un sector exportador con un crecimiento inferior al de las importaciones; un déficit de la balanza de pagos; aumento de los empréstitos externos para cubrir ese déficit y la escases de divisas; incapacidad para cubrir de pagos del capital y los intereses de los créditos externos; fuga de capitales; devaluación; inflación; depresión; inestabilidad política; y, renegociación de las deudas internas y externas bajo condiciones leoninas, para después volver a iniciar ese círculo perverso que ha definido la actuación y la capacidad de maniobra de los gobiernos desde nuestra independencia. Doscientos años y no hemos podido salir de ese inacabado circuito.
Los dos últimos sexenios del siglo XX, se caracterizaron: el primero, en la administración de Carlos Salinas De Gortari, con la concreción del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos, Canadá y México, creando uno de los mercados más grandes del mundo y por lo consiguiente una oportunidad sustancial para que las capacidades subutilizadas de nuestra infraestructura industrial, agrícola, de insumos, petróleo y minería, del sector pesquero y turística pudieran ser canalizadas a la apertura de esos mercados. El boom de las expectativas generadas por el TLC durante el sexenio salinista tuvo una duración igual a la de esa administración. El último año del gobierno del presidente Salinas, contiene todos los tintes de una película de terror, en este caso de terror político. Con un inicio, casi idílico con la designación en diciembre de Luis Donaldo Colosio Murrieta como candidato priista a la presidencia de la república; segundo acto, la insurgencia zapatista auspiciada por el aspirante perdedor Manuel Camacho Solís; un connato de inestabilidad realizada por supuestos erróneos sobre la aceptación popular del candidato priista y, por el rechazo abierto del Senador Jesse Helms presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense a dar su apoyo si México sino cumplía con sus demandas de realizar la alternancia política; el asesinato del candidato priista a la presidencia y la poster designación, no existía otro funcionario de ese nivel que cumpliera los requisitos electorales, de Ernesto Zedillo Ponce de León; el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu; finalizando con inestabilidad y esas otras situaciones, como las aspiraciones de Salinas a convertirse en el primer presidente del reciente organismo internacional La Organización Mundial del Comercio (OMC).
El segundo, se inició como una segunda parte de esa película con un ambiente de inseguridad, inestabilidad financiera, salida abrupta de capitales de parte del especulador George Soros, produciendo un ambiente de pánico, económicamente infundado, de acuerdo a estudios serios de esa época, teniendo mayor peso un eslogan periodístico-político, conocido como ’el error de diciembre’, que una realidad económica financiera, produciendo una más de las fugas de capital y presiones para sostener el precio del peso frente al dólar, como si se tratara de un símbolo inmovible de nuestra soberanía al que había que defender a toda costa. Sin embargo, el presidente entrante, Ernesto Zedillo, si contaba con dos características idóneas para enfrentar la crisis: no era un político, en el sentido que se le da en México y si era un alto especialista en asuntos económicos, por lo cual tomo las decisiones económicas, no desde la óptica del político sino del economista. La primera fue imponer un control presupuestal estricto, gastar en áreas que impulsaran la productividad y ahorrar en gastos no prioritarios. La segunda, de mayor incidencia, consistió en poner a flotar el peso y que su valor fuera designado, no por decreto presidencial sino como se le otorga a toda mercancía, recordemos que el peso como cualquier moneda también es una mercancía, por medio del mercado. Todo ello estuvo apoyado con el apalancamiento de un crédito directo, libre de los lazos de la banca internacional, del presidente estadounidense, William Jefferson Clinton. El resultado es que en más de veinticinco años hemos tenido un tipo de cambio estable. No un presidente popular, para unos por su carácter apolítico y para otros por quitarles sus banderas primordiales. Con ello, se finaliza una centuria y un milenio pero la eficiencia y destino de los subsidios tomaron otros rumbos, más cercanos a los programas directos de apoyo social y subvenciones a los partidos políticos, pero con la siempre latente amenaza de que la escurridiza seguridad se nos puede diluir entre las manos. sergiocastro6@yahoo.com.mx
Anexo: En el presente sexenio, como en las anteriores administraciones priistas, se trató de utilizar el valor internacional del peso como un indicador inequívoco del desempeño del gobierno. Así, cuando el tipo de cambio peso-dólar comenzó a ser desfavorable para el peso y las presiones internas-externas aparecieron, la respuesta del Banco de México fue sacar montos diarios al mercado cambiario. De acuerdo al criterio del banco central, de esa manera habrían de disminuir las presiones a nuestra moneda. Los resultados no fueron los esperados y el ataque al peso funcionó. Dicha situación prevaleció hasta que el Banco de México recordó que su función no era defender al valor del peso por decreto, sino mantener una política monetaria sana. Entonces, decidió dejar de tirar dinero al resumidero vía la participación en un mercado de divisas en el cual no tenía mayor fuerza y abandonó la estrategia seguida de ofertar dólares con el fin de bajar esa presión al peso. Al hacerlo, ’milagrosamente’ las fluctuaciones del valor del peso disminuyeron y también el valor mediático de la devaluación.

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