La deseada Presidencia

Muy lejos quedaron en México los tiempos en que la condición para que un político llegara a gobernar el país era estar en el ánimo del Presidente saliente, quien trataba de engañar a todos hasta el último momento sobre sus preferencias y decisiones de sucesión.
Fueron los tiempos del partido de Estado, cuando una vez puesta en marcha la maquinaria sucesoria, la campaña política era sólo una forma de legitimación y de conocimiento del candidato y su grey, y la jornada electoral una liturgia que se cumplía sin novedad, a veces con aburrimiento.
Ahora, apenas concluidas las elecciones intermedias y el recuento de los votos, a algunos políticos les han ganado las ansias por anunciar su deseo de competir por la Presidencia en 2018 –aunque algunos otros, no sólo López Obrador, en realidad llevan en campaña desde hace tiempo.
El primero que lo intentó y tuvo éxito en una estrategia así fue Vicente Fox, quien se autopostuló precisamente luego de las elecciones federales de 1997, en un momento equivalente al que vivimos ahora.
Vienen, pues, tres largos años de lucha abierta entre personajes, grupos y partidos, para posicionarse e intentar tomar ventaja. Esta vez habrá además la posibilidad de construir alternativas sin partidos, cuya viabilidad se comprobó en varios casos en los comicios recientes, de manera sobresaliente en la gubernatura de Nuevo León.
De todos, quienes más sufrirán, y deberán ser más creativos en su estrategia, son el partido en el poder y sus precandidatos, tal vez demasiado acostumbrados a las antiguas formas de disciplina y contención que, como decíamos, fueron formas sacramentales en el pasado, pero ahora se convertirán en una práctica suicida.
Algo tendrán que hacer, y además hacerlo pronto, pues la larga distancia que nos separa de las elecciones presidenciales, jugará a favor de los hoy postulados y/o en campaña, y no de quienes jueguen a la discreción y el sigilo.