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La huella delatora. (No de la vaca, por favor)

La huella delatora. (No de la vaca, por favor)
Periodismo
Febrero 25, 2020 18:25 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

Don Poseidón, rico hacendado, tenía una sola hija, muchacha muy hermosa y -desde luego- heredera de toda su fortuna. Loretela, que así se llamaba la chica, era cuidada por su padre con celoso esmero. Pero vino a suceder que la linda doncella se enamoró del Juanón, el caporal de la hacienda. Y como los enamorados sabían que don Poseidón no permitiría jamás que se casaran, decidieron huir juntos.

Un buen día así lo hicieron. Cuando el hacendado, después de comer, bebía su coñac y fumaba su puro en el gran salón de la casa señorial, el más viejo de los criados entró tembloroso.

-Patrón -le dijo dándole vueltas nerviosamente al sombrero-, la niña Loretela no está en su cuarto.

-¿Cómo que no está en su cuarto? -se enojó él.

-No, amo -respondió el fiel servidor-. Y tampoco aparece en toda la casa.

-¡Pues búsquenla! -ordenó molesto don Poseidón.

-Amo -dijo el anciano sin atreverse a levantar la vista-: tampoco aparece el Juanón.

-¡¿Qué diablos estás diciendo?! –rugió, enfurecido, el hacendado. ¡Habla, mentecato!

-Señor -se atrevió el fiel criado-, se me hace que ya se juyeron.

-¡Te mato, imbécil! -estalló don Poseidón en el paroxismo de la cólera-. ¡¿Cómo te atreves a decir eso de mi hija?!

En eso entró angustiada doña Holofernes, la mamá de Loretela.

-¡Poseidón! -gritó desesperada-. El Juanón se llevó a nuestra hija!

-¡Ira de Dios! -clamó entonces el hacendado, que solía leer novelas de Salgari-. ¡Ensillen los caballos y vamos a buscarlos antes de que suceda algo irreparable! ¡Traigan al jueyero Gabino, para que nos guíe!

Los caballos fueron ensillados al punto, y de inmediato se hizo venir al jueyero Gabino, el mejor seguidor de huellas de toda la comarca. Después de examinar el terreno a la salida de la hacienda dijo el sabio seguidor de pistas.

-Por aquí se fueron, amo.

-¿Estás seguro de que son ellos? -pregunta don Poseidón, todavía con una vaga esperanza de que aquello no fuera verdad.

-Estoy seguro, amo -dice el jueyero Gabino-. Mire: aquí están las patitas de la Loretelita, y las patotas del Juanón.

Echaron a andar otra vez, y media hora después dijo el jueyero.

-Por aquí pasaron.

-¿Cómo sabes? –inquirió don Poseidón.

-Mire usted -respondió el jueyero-. Las patitas de la Loretelita y las patotas del Juanón.

-¡Pues adelante! -ordenó el hacendado-. Ya tenemos la huella y hay que alcanzarlos. ¡De prisa, no sea que lleguemos cuando ya sea demasiado tarde!

Montaron otra vez y siguieron cabalgando, siempre conducidos por el hábil huellero Gabino. Iba éste paso a paso, deteniéndose de vez en cuando para examinar de cerca alguna ramita o para inclinarse hacia el suelo para examinarlo con cuidado.

-¡Aquí está otra vez la juella! -dijo Gabino-. Mire usted, amo: las patitas de la Loretelita y las patotas del Juanón.

-¡No te detengas! –volvió a mandar el patrón-. ¡Vamos, antes de que sea demasiado tarde!

El jueyero Gabino siguió buscando ávidamente cualquier señal del paso de los fugitivos. Don Poseidón, nervioso, mordía el puro, y apenas sí podía contenerse para no estallar. ¡Su hija, su tesoro más amado, la prenda que él reservaba para un matrimonio ventajoso que le permitiera aumentar sus dineros y sus tierras, había huido con un pobre vaquero sin apellido y sin fortuna! ¡Rápido! A lo mejor todavía era tiempo de evitar el desaguisado. Por fortuna iba guiándolos el jueyero Gabino, y él siempre localizaba la pista.

-¡Mire, amo! –volvió a decir Gabino-. Aquí estuvieron. Ahí tiene usted las patitas de la Loretelita y las patotas del Juanón.

-Pues sigamos –ordenó don Poseidón.

Y siguieron, el hacendado y sus acompañantes en silencio, lleno de tensiones el jueyero Gabino, pegado a la pista como un sabueso. De pronto se detuvo,y una mirada de desolación le apareció en los ojos.

-Demasiado tarde, patrón -dijo afligido-. Ya sucedió lo que tenía qué suceder.

-¡Mientes, bellaco! –clamó hecho una furia el hacendado-. ¿Por qué dices eso?

-Mire -respondió tristemente el jueyero Gabino señalando la muelle arena de la orilla del río-. Las rodillitas del Juanón y las pompotas de la Loretelita.

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