’Catón’

La movida

La movida
Periodismo
Enero 12, 2020 17:13 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

¿Has oído la palabra ’movida’? En los años en que podía yo tener una, ese vocablo servía para designar a un amor clandestino y sin permanencia. No era ’el segundo frente’ o ’la otra’. Era un amorío pasajero, un puro devaneo. Así, efímeros, han de ser los amoríos si quieren merecer tal nombre. Pero a más de breve el de la movida era un amor pecaminoso y con la nota indispensable de lo oculto.

Falleció cierto señor, y una comadre de la viuda fue a la funeraria a darle el pésame a la viuda.

-¡Comadre! –le dijo con acento dramático al tiempo que la abrazaba convulsivamente–. ¡Vengo conmovida!

-¡Por favor, comadrita! –se alarmó la señora–. ¡Dígale que la espere allá afuera!

Era de uso en aquellos tiempos de machismo que el hombre soltero tuviera una novia –un ’amorcito santo’– y una movida o varias. Con la novia no te tomabas libertades. Ni ella te las permitía, educada como estaba por el rigor de un padre igualmente machista y de un colegio de monjas que a través del concepto de ’pureza’ fortalecía la idea de la mujer como propiedad del varón. Recuerdo que las muchachas de entonces tenían como lectura obligada un libro de monseñor Tihamér Tóth que se llamaba ’Pureza y Hermosura’. Quizá de purezas sabía mucho don monseñor, pero de hermosura no debe haber sabido mucho.

A diferencia de la novia, la movida te permitía toda suerte de intimidades, aunque sin llegar a la última (también ella tenía esperanzas de ser novia, aunque no tuya). La invitabas al cine Saltillo –al Palacio nunca– y en una de las plateas, localidades que parecían diseñadas especialmente para tal efecto, te entregabas a ilimitadas manipulaciones por el Polo Norte y Sur, con inclusión de todas las latitudes y longitudes, sin dejar casi ninguna. Cuando se habla del mucho sexo que hay ahora en el cine yo recuerdo el Cine Saltillo y me digo que el cine de estos tiempos es de pureza y hermosura.

Viene todo esto a colación porque un cierto amigo mío me contó un suceso desastrado que le acaeció. Mi amigo –casado él– tenía una movida. Él no dice así: bastante más joven que yo dice ’mollete’, que al parecer es un vocablo más actual. Sospechaba mi amigo que su esposa sospechaba, y cuando andaba con el tal mollete traía el alma en un hilo y el Jesús en la boca, si cabe el santo nombre del Señor en estos mundanales menesteres.

Tan revuelta traía mi amigo la conciencia que él mismo se echó de cabeza un día. Él lo atribuye a uno de esos actos que Freud llamaba fallidos, en que el inconsciente lleva al hombre a hacer lo que le dicta la conciencia. Yo digo que fue un acto de soberana pendejez, y no creo incurrir en injusticia.

Sucede que mi amigo estaba con su movida en un motel y de pronto sonó su celular. Contestó él –imprudencia temeraria– y resultó que quien llamaba era su esposa. Sin pensarlo le dijo el insensato:

-¿Cómo supiste que estaba aquí? ¡Ya sabía yo que me andabas siguiendo!

-¿Pues dónde estás? –preguntó ella.

Ahí fue el crujir de dientes, para usar la expresión bíblica. Los tartamudeos de su marido le dieron a entender a la señora dónde se hallaba el coscolino.

Termino igual que comencé: ¿has oído la palabra, ’coscolino?’. Te lo pregunto porque las palabras cambian, pero las cosas que hacen las movidas y los coscolinos son las mismas ayer y hoy.

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