Opinión

La situación antes del estallido

La situación antes del estallido
Periodismo
Septiembre 11, 2021 04:56 hrs.
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Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com

La semana próxima se conmemorará el aniversario número doscientos once del inicio de un movimiento que, al empezar, no necesariamente fue motivado por lo que ahora lo celebramos, el principio de la lucha de independencia. Fue uno de esos casos en que conforme trascurrió el tiempo fue transformándose, hasta culminar, en un acto emancipador. Cavilando sobre eso no acabábamos de decidir como enfocar el tópico especifico de esta colaboración. Nos fuimos a revisar un par de novelas que son nuestras favoritas sobre el iniciador de la gesta libertaria, Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla y Gallaga Mandarte Villaseñor, así lo bautizaron. Una es ’Los Pasos de López’ que, en 1982, publicara Jorge Ibargüengoitia Antillón. La otra, ’El Zorro Enjaulado,’ generada, en 1992, por Mario Moya Palencia. A partir de ellas, pensamos inicialmente, elaborar esta colaboración. Sin embargo, a la par, encontramos otro par de obras. Una sobre la vida del personaje en cuestión publicada en su cuarta edición, en 1901, dentro de la serie La Biblioteca de la Juventud. La otra, aparecida en 1921, ’México hacia el fin del Virreinato español,’ de la autoría de Gregorio Torres Quintero. Tras de revisarlas, decidimos que sería adecuado echar un vistazo a la situación prevaleciente en aquella Nueva España de principios del Siglo XIX sobre lo cual comentaremos en esta ocasión bajo la premisa de que no pertenecemos al grupo de quienes andan en busca de que le ofrezcan disculpas por la situación que prevalecía entonces.
Para iniciar diremos que el total estimado de habitantes en la entonces Nueva España eran alrededor de seis millones de personas, las cuales se encontraban asentadas a lo largo de las intendencias que Carlos III había creado el 4 de diciembre de 1786. Estas eran México, Puebla, Oaxaca, Veracruz, Valladolid, San Luis Potosí, Sinaloa, Guadalajara, Guanajuato, Durango, Zacatecas, Arispe-Sonora y Mérida. A ellas, se agregaban las provincias de Nuevo México, Nueva y Vieja California. Eso de las proyecciones poblacionales, elaboradas por Fernando Navarro y Noriega, se hacía a partir del primer censo de población que se levantó en 1790 a instancias del Segundo Conde de Revillagigedo, Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas, quien fuera virrey durante el periodo comprendido entre el 17 de octubre de 1789 y el 11 de julio de 1794. Aquí cabe hacer un paréntesis, si usted lector amable está interesado en ver con detalle mayor lo relacionado con ese censo, le recomendamos revisar la publicación ’Primer Censo de la Nueva España. Censo de Revillagigedo, un censo condenado,’ de la autoría de Hugo Castro Aranda publicado originalmente por la Dirección General de Estadística de la SPP en 1977. Vayamos a las condiciones imperantes durante los albores del Siglo XIX.
Habían trascurrido casi tres centurias desde que Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano, al mando de las tropas ibéricas auxiliadas por los miembros de las etnias inconformes con el tratamiento que recibían del Imperio Mexica, aposentara por estos rumbos a los representantes de la corona española y a partir de ahí naciera lo que hoy es nuestro país al fusionarse, voluntaria o involuntariamente, los miembros de las culturas aquí existentes con los recién llegados. Eso es un hecho innegable, lo demás que se diga son demostraciones para llamar la atención de la tribuna. Durante el lapso mencionado al principio de este párrafo, muchos fueron los problemas que se generaron, al tiempo que se creaba una sociedad de castas en la cual desde el nacimiento se determinaba cual sería la posición social y los derechos ante la ley que tendría aquella persona por el resto de sus días. Eso, nunca debe de olvidarse, contaba con la bendición de los miembros de la iglesia católica quienes en cada registro asentaban claramente si el individuo era español o a que casta pertenecía, algo que ni nos lo platicaron, ni lo leímos en libro alguno, lo encontramos al revisar, con fines privados, documentos que asientan nacimientos, matrimonios, defunciones y testamentos entre finales del siglo XVI hasta la mitad del XIX cuando eso se terminó gracias a que LOS HOMBRES DE LA REFORMA implantaron el Registro Civil. Pero volvamos a los albores de los 1800s.
Como era de esperarse, en una sociedad sustentada en pigmentaciones epidérmicas, disfrazadas eufemísticamente de castas, no pueden generarse sino resentimientos y enfrentamientos al no darse oportunidades sino a quienes posean ciertas características raciales. La sociedad novohispana operaba bajo ese esquema en donde un grupo pequeño de hispanos nacidos en Europa, alrededor de setenta mil, dominaban las posiciones políticas y dirigían las actividades económicas. Eran ’los grandes comerciantes, los miembros de los consulados, los altos funcionario, virreyes y oidores, obispos y prebendados eclesiásticos; los inquisidores, en una palabra, los que explotaban el régimen colonial gozaban de opulencia y bienestar.’ Disfrutaban de las prerrogativas como ’la exclusividad de la facultad de portar armas, y ocupaban los principales empleos en la administración, en la iglesia, en la magistratura y en el ejército; ellos ejercían exclusivamente el comercio, y eran los poseedores de todos los grandes capitales, de los más importantes giros y de toda clase de fincas y propiedades, siendo la clase predominante, por los privilegios de que gozaba, así como por su influjo y poder, concentrando en sí todas las franquicias de los derechos políticos y civiles. Pero eso era para el consumo público, no todo les pertenecía. Ellos eran, simplemente, los hombres de paja. Si ya sabemos que no faltara quien nos tache de conspiracionistas, pero para evitarlo recurriremos a la cita que de Torres Quintero realiza de quien fuera obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo.
Abad, un sujeto de memoria ingrata, argüía que en manos de blancos (europeos) estaba casi toda la riqueza de Nueva España. Sin embargo, detrás de esa afirmación había algunos aspectos que se le ’olvidaron. Por cedula real del 26 de diciembre de 1804, el rey de España, Carlos IV, ’ordenó que los bienes raíces del clero se enajenasen y todos los capitales que la iglesia tenía prestados a los particulares ingresasen en las cajas reales por cuenta de consolidación de vales.’ En un principio, trató de minimizar las riquezas del clero y señaló que los fondos de la iglesia católica en Nueva España no rebasaban los veintidós millones de pesos y apenas poseían millón y medio en bienes raíces. En un viaje a España, Abad efectuó una respetuosa representación al rey, misma que fue rechazada y la desamortización de los bienes del clero en Nueva España empezó a ejecutarse. Sin embargo, al caer Carlos IV, en 1808, la Junta de Sevilla detuvo todo. Para entonces Abad ya había rectificado y calculó que el total del capital productivo en Nueva España alcanzaba los cincuenta y nueve millones. De esos, cuarenta y cuatro millones (pertenecientes al clero), se encontraban en las manos vivas en los agentes de la agricultura (la mayor parte ), de La industria y del comercio ; y componen más de los dos tercios del capital productivo o de habilitación que se empleaba en Nueva España. A todo ello había que agregar el valor de las fincas rusticas y urbanas pertenecientes a frailes, fincas urbanas pertenecientes a monjas, sin dejar de considerar los valores de los diezmos, primicias, limosnas, conventos, templos, alhajas, pedrería, ornamentos, pinturas, esculturas, plata y oro del culto, bibliotecas, muebles y varias otras cosas más. Sumando el valor de todo ello, las riquezas de la iglesia fácilmente sobrepasaban los 100 millones de pesos. A ese poderío debería de sumársele el que le generaba el espiritual que dominaba las conciencias de las mayorías sin distinguir niveles de ingreso. Puede decirse que el clero, en sus distintos niveles, en Nueva España lo formaban alrededor de ocho mil individuos. Estos se encontraban distribuidos en un arzobispado, el de México y ocho obispados que eran los de Puebla, Valladolid, Oaxaca, Guadalajara, Yucatán, Durango, Monterrey y Sonora. A su vez algunos obispados tenían misiones que en total llegaban a 157, mientras que operaban 264 conventos. Como dato adicional, cabe apuntar que El arzobispo de México percibía 130 mil pesos anuales; los obispos de Puebla (110 mil); el de Valladolid (100 mil); el de Guadalajara (90 mil); el de Durango (35 mil); el de Monterrey (30 mil); el de Yucatán (20 mil); el de Oaxaca (18 mil) y el de Sonora quien no percibía diezmos, recibía de la tesorería real seis mil por año. No había duda en donde se encontraba el poder real en el virreinato.
Si bien la mayoría de la población vivía entre los temores generados por haberles inculcado que el Gran Arquitecto era un ente vengativo que castigaba a quien no aceptara el dogma tal como se lo vendía la curia, no faltaban aquellos quienes no compraban las consejas y osaban cuestionar aquello. Tratando de apagar ese tipo de expresiones, el virrey número 53, el marqués de Branciforte, Miguel de la Grúa Talamanca de Carini y Branciforte (1794-1798), decidió que en cuanto a instrucción publica para los criollos, no debería de darse otra que el catecismo. No podemos negar que el marquesito tenia olfato fino y percibía que por ahí podría venir en ele futuro la insurrección. Eso no era porque formaban el grupo mayoritario ya que era n solamente un millón del total de los seis que habitaban el virreinato. La distribución población la dominaban los indígenas puros quienes alcanzaban los tres millones, seguidos por los mestizos con millón y medio; negros y castas con medio millón; y como ya lo mencionamos los españoles europeos con alrededor de setenta mil.
La opinión que los españoles europeos tenia acerca de los criollos puede resumirse en la perspectiva que sobre estos el personal de Consulado emitía. Decía que’ solamente se ocupaban de arruinar la casa paterna, de estudiar en la juventud por la dirección de sus mayores, de colocarse en todos los destinos, oficios y rentas del Estado, y de profesar las facultades y artes y de consolarse en la ausencia de sus riquezas con sueños y trazas de la independencia que ha de conducirlos a la dominación de las Américas. Destituidos de la economía y previsión, con mucho ingenio , sin reflexión ni juicio , con más pereza que habilidad , con más apego a la hipocresía que a la religión , con extremado ardor para todos los deleites , y sin freno que los detenga , los blancos indígenas juegan , enamoran , beben y disipan en pocos días las herencias , dotes y adquisiciones que debían regalarles toda su vida , para maldecir luego a la fortuna , para envidiar a los guardosos, para irritarse de la negación a sus pretensiones , y para suspirar tras un nuevo orden de cosas que les haga justicia.’ Como respuesta, los criollos demandaban que se les dieran oportunidades para desempeñarse en los altos cargos del gobierno, participar en las actividades productivas y el comercio. En síntesis, demandaban que en Nueva España la oportunidad primera fuera para los nativos de estas tierras. En ese contexto, algunos de esos los criollos con mejor condición económica que el resto de la población, no se quedaron simplemente en el lamento y la palabra la acompañaban con el acceso a la lectura, algo que les ponía en riesgo grave.
La Inquisición perseguía con ardor infatigable a todo el que leyera alguna obra de los filósofos franceses que en el siglo anterior inundaron el mundo con sus producciones, y que clandestinamente por azar se lograban introducir. Por este ’crimen’, el domicilio era violado se multiplicaban las prisiones con los tormentos más crueles; se instruyeron cerca de dos mil procesos de acusaciones de herejía, se condenó al ostracismo á los culpables, y el terrible tribunal encendió las para que en autos de fe fueran en ellas consumidos los libros. Pero eso de las prohibiciones no solamente iba en contra de la libertad de pensar.
La corona mandaba las ordenes de lo que se debería de producir o no. Se prohibieron diversos ramos de cultivo y de la industria agrícola. Se impidió destilar los aguardientes de la miel de caña, maguey y otras plantas, lo mismo que las plantaciones de olivos y parras. Nada de que se preocuparan por combatir la embriaguez, lo que buscaban era que todo tipo de brebajes alcohólicos vinieran de España. De manera similar, se prohibió cualquier trabajo de hilados y tejidos de algodón, de lana ó seda, porque no convenían su desarrollo á los intereses de los comerciantes españoles. Solo un ramo fue protegido liberalmente, el de las minas, en virtud de que una tercera parte de lo que producían era remitida Periódicamente a l rey y el resto circulaba y era concentrado en los cofres de los europeos. Eso sí, nadie tenía el derecho de quejarse de las disposiciones que los herían; la ley inflexible era obedecer sin discutir.
Bajo ese panorama fue que cuando Napoleón Bonaparte cometió la estupidez de colocar a su hermano ’Pepe Botella,’ como rey de España, convirtió al inepto de Fernando VII en la excusa para que en la Nueva España un grupo de criollos encabezados por Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez y varios más, se lanzaran a reclamar que volviera al trono sin imaginar que al hacerlo estaban abriendo la puerta para dar rienda suelta a las inconformidades contenidas a lo largo del tiempo. En pocos días habrían de percatarse de que aquello iba más allá de buscar el retorno de un soberano a quien ni siquiera conocían personalmente. Ante las condiciones económicas deprimentes que vivía la mayoría de la población, mestizos, indígenas, negros y miembros de todas las castas percibieron que por ese camino podrían cambiar a quienes los gobernaban muy mal. No hay duda de que para aquello Hidalgo no estaba del todo preparado. Aun cuando actuaba como líder del movimiento, nunca esperó tener tanto éxito en el campo militar y mucho menos que se le fueran sumando mas y más, todos con sed de venganza acumulada. Por ello, cuando estuvo a las puertas de la capital de Nueva España, prefirió retirarse y de esa manera evitar lo que preveía seria una masacre espantosa en donde muchos perderían la vida sin importar la pigmentación de su piel o la raza a la que alegaran pertenecer. Las acciones equivocadas de quienes gobernaban lo único que lograron fue generar un divisionismo espantoso que nada bueno acarreó para una población cuyo objetivo único era acabar con aquel que estaba enfrente. A partir de ahí, serían once años de lucha hasta que Agustín Cosme Damián, el criollo oportunista quien se sintió noble, se apoderó del movimiento y terminó por implantar un remedo de gobierno que pronto fue el objetivo por cambiar tras de iniciarse la lucha. Atrás quedaban los proyectos de crear una patria nueva que tuvieron tanto Hidalgo, después de ver hacia donde se movía aquello que inició, como José María Teclo Morelos Pérez y Pavón. Y así, entre divergencias, asonadas y traiciones, nos pasaríamos la primera mitad del siglo XIX hasta que llegaron LOS HOMBRES DE LA REFORMA y construyeron una nación que puntualmente cada septiembre celebra el inicio de la lucha por su independencia, un proceso que tiene carácter de perene que, en ocasiones, involucra liberarse de quienes mal la gobiernan.vimarisch53@hotmail.com
Añadido (21.125.39) Uno no se percató de que la planta de luz estaba en el sótano que al inundarse este, obviamente, dejó de operar y los pacientes sufrieron las consecuencias. La otra, ni siquiera se preocupó por tener una y al interrumpirse el suministro de energía eléctrica, dejó las góndolas volando en medio de la oscuridad. A un tercero, se le olvidó que él es responsable de avisar sobre los fenómenos meteorológicos. La cuarta dejó impresos los desvaríos como ejemplo de su falta de honestidad. Alguna duda de que vivimos los tiempos de la cuarta …o ¿de cuarta?
Añadido (21.126.39) ¿Quiénes merecen una condena más severa, los que se asocian con la extrema derecha de la derecha española, representada por VOX, o aquellos que se vanaglorian de su amistad con esos paladines de la democracia que son Maduro, Ortega, Morales y los remanentes del Castrismo? Solamente recordemos una cosa, los métodos que la bestia austriaca y el carnicero georgiano emplearon en nada diferían, excepto en que uno estaba envasado en color café y el otro en rojo.
Añadido (21.27.39) Hace muchos ayeres a un grupo de chamacos provincianos, con un marco de referencia limitado, les vendieron historias fantasiosas. Actualmente, cuando ellos ya se desarrollaron intelectualmente, quieren volverles a mercar al centro de aquellos delirios como si hubiera sido actor de hechos reales. El problema para los ofertantes de esas entelequias es que, hoy, los infantes de entonces poseen información de primera mano y no adquieren farsas envueltas en papel celofán.



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