La Venus de los perversos. Capítulo XV


Amor a primera vista en un festín disoluto

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La Venus de los perversos. Capítulo XV
Literatura
Febrero 15, 2021 13:16 hrs.
Literatura ›
Magda Bello. Premio Internacional de Poesía Rubén Darío 2018 › Líderes Políticos

La Venus de los perversos
Capítulo XV
Por Magda Bello

Amor a primera vista en un festín disoluto
(Primera carta del anciano leída por el barón de Lyon a su regreso al château)

¿Ubaldo, sientes un lazo en tu garganta? es un fútil tentáculo pecaminoso que invita al festín…

Anclé la vieja canoa a un tronco podrido cubierto de zarzamoras, no habia otro árbol que amarrase mi fortuna, que sosegara la agonía de una tierra a la vista más lampiña, con menos historia, poco boscosa, menos inconsciente, agonizando con sofocantes nubes grises, senda de faroles medio encendidos ¡A quién no apaga esta llovizna!, a quién no estorba el garubar en los ojos, no obstante el palacete de Madame Bridgette brillaba de ausencias, algo infrecuente ocurría en los salones de marmolito, no habían telones de encajes y los pasadizos, una convención de retratos obesos.

- Vaya, vaya, quien tenemos aquí, el pintor de San Marcos en persona, un cristiano amocepado.- Exclamó con movimiento estrafalario la anfitriona.

Extendió su mano obligando inclinarme, innové una nimia reverencia, ante su ilustre desprecio, lo que emanase de ella era tolerable, la opulencia de la servidumbre teñía de erotismo la noche ¿Cómo no recordar los relatos revoltosos de Atilio con la pandora? Un par de señas alrededor de tableros kilométricos atiborrados de estofados, jóvenes sosteniendo antifaces seduciéndonos con meneos, tocando sus enormes falos e invitándonos a la ronda, suerte por mí, viramos al unísono a una mujer de nariz ancha con rasgos abrumadores, recitando a una poetisa griega:

’Igual pareces a los eternos Dioses.
Quien logra verse frente a ti sentado:
Sólo en mirarte: ni la voz acierta
De mi garganta a prorrumpir; y rota
calla mi lengua.

Fuego sutil dentro de mi cuerpo todo
presto discurre: los inciertos ojos.
Vagan sin rumbo los oídos y hacen
Ronco zumbido.

Cúbrome toda de sudor helado:
Pálida quedo cual marchita hierba
y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte
parezco muerta.

¡Safo de Lesbos, Safo de Lesbos! …Todos aplaudimos y gritaban por la antigua ¡Safo de Lesbos! Poesía que entonaba mi madre, le declaré a la musa que junto a un mozuelo tocaba su dulce arpa.

- Ni intentes flecharla- advirtió Atilio
- ¿ves aquel anciano? Pues le ha robado el corazón.

- ¿Crees que la pericia de los años, tumbe la pujanza de mi juventud?
Ella necesita unos jóvenes así, como nosotros- Le declaré
- Eres ingenuo amigo Ubaldo, quién comprende a las mujeres o no has escuchado que ’lo bonito atrae, pero lo raro, enloquece’- mientras tanto el anciano con barbas largas besaba la mano de la poetisa.

Enaltecida noche bohemia, la joven poeta nos embrujó con la Teogonía de Hesíodo, convocando a los señores del cosmos, aludiendo la metamorfosis de Ovidio y rezando de Lucrecio ’De rerum natura’ refiriéndonos al hedonismo racional y al atomismo de Epicuro. Atento a sus cabellos serpentuosos, tragaba babazas de deseos. Me encontraba perturbado, loco, embelesado, por no decir estúpido… sus helenas manos, sus senos torres de Corinto que invitaban a subir hacia ella, mezcolanza de agudeza, talento y juicio, insinuosa qué esperaba de un joven que apenas se acariciaba a solas por las noches, envistiera con la fuerza de un búfalo en la arrinconada pared, llegué hacia ella con el descaro de un sátrapa, incitando sus labios con mi alzada copa.

Atilio develó el desnudo de Madame Bridgette, ante la pasmada concurrencia de pocas gentes. Lo grandioso su obra encuadrada, escrutada por madame con una lupilla los retoques claroscuros, loaban la obra los jóvenes galopantes aplausos, mientras aquel anciano y yo, nos debatíamos a duelo por un beso de la trovadora.

Me embriagué no sólo de su sapiencia sino de una rara bebida extraída de la caña, proveniente de tierras invadidas por los bárbaros, extasiados con la danza de negras al son de tamboriles, escandalosos cuerpos alquitranados, ataviadas con plumas de avestruces, cubiertas de cocoteros. Atilio se escapaba con ellas al filo de la media noche.

Querido barón de Lyon no es conveniente confesarlo ahora, pero un criado que había clavado sus ojos en mí, al momento de llenar mi copa, me susurró al oído:

- Si fuese usted, no me acerco a tales bailarinas, en realidad, son bailarines. Esos enormes pechos quiméricos y vulvas anchas, no son más que grandes listones tiesos dispuestos a enterrar fundillos viciosos, no se impresione su vista como su amigo.

Rebalsaba el consumo de cannabis traído de la India y el opio de contrabando desde Inglaterra hasta África, el palacete de Madame Bridgette se convirtió en una covacha de perversión, la poca concurrencia de alta alcurnia, sin exagerar guardaban en el closet sus títulos nobiliarios y se revolcaban bajo el influjo de los humos deletéreos aguijando a hombres con hombres. Mi amigo Atilio encerrado en la recámara oculta de Zoroastro, mientras la joven poetisa acariciaba la pintura develada me preguntó:

- ¿Cuál es el valor de un desnudo?-
- 360 ducados- respondí
- ¿Crees que pagaría tanto porque vieses mi desnudez?
Mientras se alejaba no sabía ni su nombre, sólo un instante y la desgracia se instaló en mi alma, la poetisa me había enamorado, lo supe cuando deseaba escucharla y no desnudarla, tomar su mano sin tocar las estrellas, discurrir las noches, el alba, alcanzarla, llevarla, salvarla de su exilio y trepar a su convento, hasta morir.

Derechos Reservados

©® 𝗗𝗲𝗿𝗲𝗰𝗵𝗼𝘀 𝗥𝗲𝘀𝗲𝗿𝘃𝗮𝗱𝗼𝘀
Queda prohibida su reproducción parcial y/o total de esta obra. 𝗗𝗲𝗿𝗲𝗰𝗵𝗼𝘀 𝗥𝗲𝘀𝗲𝗿𝘃𝗮𝗱𝗼𝘀 por su autor 𝗠𝗮𝗴𝗱𝗮 𝗕𝗲𝗹𝗹𝗼 escritora y poeta nicaragüense, premio internacional de poesía Rubén Darío 2018 y Revista Líderes Políticos.

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