Felicidad

La vida como es…

La vida como es…
Periodismo
Febrero 19, 2015 15:55 hrs.
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Octavio Raziel › diarioalmomento.com

Al despertar tengo la costumbre de dar gracias al Creador por un nuevo día. Hoy le he agregado la pregunta: ¿Crees que soy feliz? Y Él me ha contestado que sí, que voltee y vea lo que tengo.
Hace tiempo era moda expresar: yo estoy bien, y preguntar, ¿Tú estás bien? Pues no era tan importante el que uno fuera feliz, sino que los que nos rodeaban también.
La felicidad es para algunos una entelequia, una ilusión, mientras que para otros es lo palpable, lo que se tiene, se acumula.
Para los filósofos griegos el deseo era lo que hacía feliz y la verdad lo que convertía al hombre en infeliz. Epicuro decía que la felicidad es ficticia y la infelicidad es verdadera. La primera es fugaz, intangible. En ocasiones sentimos que la tenemos en la mano y de pronto, se cuela entre los dedos como arena junto al mar.
Ciertamente, amamos las ilusiones que nos hacemos. Son quimeras que nos llenan. Son como los billetes de la lotería; compramos espejismos, prosperidad a futuro.
Me acordé de dos filosofías diametralmente opuestas: la de Dios y la de Luzbel. El Eterno dice que primero debe ser el sufrimiento y su consecuente tendrá que ser la felicidad; un ejemplo es la maternidad donde el dolor antecede a la dicha de la llegada de un nuevo ser. Para Luzbel, en cambio, el jolgorio, el desmadre, debe ser primero al sufrimiento. Vive tu vida hoy que no importa el mañana. Tal es la filosofía del maloso.
Algunas religiones venden el Cielo como representación de la felicidad. Como agnóstico considero ese sitio como inalcanzable, inexistente después de la muerte.
La vida es la consecuencia de chispas de logros. Nos preocupamos por estados de ánimo que aún no disfrutamos, sin contar los alcanzados. Vivimos más tiempo persiguiendo lo que no tenemos que disfrutando lo que ya poseemos.
Como dice el Talmud: ¿Quién es rico? El que aprecia lo que tiene.
Somos acumuladores por naturaleza; y esto incluye al dinero. Las personas que viven por encima del umbral de la pobreza son tan felices como los que están en el nivel de supervivencia pues se les ha enseñado a ser dichosos frente al mensaje televisivo o a una religión.
Castigado por los dioses, Sísifo fue condenado a subir una roca por una colina; al llegar a la cima la piedra se desprendía y la historia se repetía una y otra vez. Albert Camus decía que es preciso imaginarse a Sísifo dichoso. Como el obrero o el empleado moderno que trabaja sin descanso, explotado, ninguneado, a fuer de la costumbre alcanza un estado de dicha. La alegría absurda del dios griego es como la del hombre al que le han hecho creer que su destino le pertenece.
En nuestro país, según una encuesta del INEGI, el 82.3 por ciento de sus habitantes ha contestado que es feliz. Por favor, el restante 17.7 por ciento no levante la mano, ya sabemos que son el prole.
¿Soy feliz? Me pregunto. La respuesta la encuentro cuando hago un balance de mis logros, no sólo profesionales, sino de las metas alcanzadas. Hubo grandes experiencias; todas fueron gotas de felicidad y no desestimo lo que tengo.
Saber que vivo mis sensaciones. Veo lo positivo de mi existencia y esto inclina la balanza que se contrapone a los momentos difíciles.
He aprendido que el bienestar es una meta alcanzada. Que la felicidad es vivir con mis logros cada momento, tener paz y tranquilidad para afrontar lo que venga. Como Sísifo, creo que mi destino me pertenece.

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