Opinión

Los contextos del amor

Los contextos del amor
Periodismo
Julio 04, 2020 17:01 hrs.
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Plácido Garza › guerrerohabla.com

No se pasa un día sin que le de un beso y cuando no se lo doy porque no estoy o ella anda de viaje, me siento como quien yendo a misa diaria una día no va, aunque nosotros casi nunca vamos, si no es que a alguna boda, a un bautizo, a un funeral o a una de esas misas que les llaman de cuerpo presente y no entiendo por qué, pues el difunto es el único que no está entre todos los presentes.

Y menos vamos desde la vez que en uno de los oscuros y tétricos salones del museo de Franz Kafka nos topamos con el manuscrito de Einstein promulgando que él, en el único Dios en quien creía, era el de Spinoza.

Les platico: Cuando a mi manera me santiguo digo su nombre y en todo lo que miro ella siempre está.

Si estuviera escribiendo para alguien que no me conoce me creería si dijera que siempre estamos de acuerdo y armonía, pero no es verdad.

Nos costó trabajo pero aprendimos que si disentimos, no discutimos y cuando alguno de los dos se pasa por alto este principio, arde Troya.

Pero apenas comienza el incendio por Helena -aquella que Paris le bajó a la mala a Menelao- las llamas del enojo y a veces hasta de la ira, comienzan a extinguirse rapidito de la pira.

Y esto es algo que me une a ella como a nadie, pues algo sucede en éstos corazones que los resentimientos tienen tan poca vida que apenas llegan, ya están emprendiendo la graciosa huida.

La zona del silencio con la que algunas someten a su par cuando se enojan, no sucede ni con ella ni conmigo.

Pueden más las ganas de vernos uno en la sonrisa del otro, que en el frigorífico mohín de enojo que atestigua un desencuentro.

Y perdón que insista, pero creo de verdad que una de las medidas para dimensionar el tamaño y la profundidad de una relación, no está tanto en andarle diciendo ’amor’ por todo y a todo cuanto con el otro tiene qué ver.

Es más, respetuosamente -aunque a veces de manera irreverente- nos reímos cuando oímos cosas como éstas:

’Amor, no le bajes al baño, yo le bajo y sirve que así hasta el agua nos ahorramos, amor’.

’Amor, voy a estar afuera fumándome un cigarro, amor’.

Y la otra o el otro le responde: ’Okay, amor, por favor cuídate, amor’.

Esa palabra -amor- es tan poderosa, que al usarse y meterla en todo, termina convertida en un petardo. Los que para todo la usan, la marchitan.

Le quitan el sonido excesivamente dulce, suave y delicado que tiene cuando es murmurada, exclamada, exhalada o pronunciada al final, al principio o a la mitad del bendecido encuentro de dos cuerpos que en ese climático momento son más que eso, almas.

Y cuando la pasión de ese momento se vuelve un estallido, el amor es más que una palabra; es una proclama.

Nosotros, casi ni la usamos. En serio, está ahí, guardadita, atesorada, inmarcesible y cuando brota, vuelve a la llovizna un huracán.

Nosotros, cuando la pronunciamos le damos la presencia de un nombre: Yo el de ella y ella el mío.

Es como una epifanía. El amor para los dos, es un hallazgo siempre afortunado -no esperado- que ocurre cuando buscamos algo distinto. ¡Qué belleza! Y más bella aún es la palabra que a todo esto lo define: Serendipia.

Cuando a ella se la digo, su carita se arrebola. Entrecierra sus ojos, se sonríe y ver su rostro es como ver las nubes tomando un color rojizo al ser iluminadas por la iridiscencia de los rayos del Sol.

Tal palabra es para nosotros sempiterna, inefable y acendrada. Por lo mismo, sería casi un sacrilegio enredarla con expresiones melifluas como las del baño y sus bajadas que otros usan y al hacerlo abaratan y chafean sus connivencia.

Y qué decirles del fin político que al amor le endilga en estos días un nefelibata gobernante que inspira una inexplicable limerencia en sus adoradores, quienes al no darse cuenta de eso se convierten en inciensados fanáticos que recitan como apóstoles apóstatas el credo que les dictan desde el púlpito que es montado todas las mañanas en Palacio.

Y en este contexto, un buen remate:

El amor es pasión y la pasión es…

Intensidad. Plenitud insatisfecha,

porque apenas algo tienes, quieres más.

Frecuencia, ritmo, cadencia, espontaneidad.

Frescura, impulso; naturalidad.

Tiempo, fluir y brevedad.

Oler, sentir y paladear.

Ver y con la mirada un buen viajar.

Tocar encima y de lo físico más allá.

Acariciar el alma contumaz.

Oler con ojos. Ver con los oídos.

Pérdida de conciencia

y sin arrepentimiento un despertar.

Emoción, reto, arrojo.

Decirte úsame, disfrútame, tómame.

Léeme, escríbeme, anochéceme.

Amanéceme, náceme, víveme, recórreme.

Porque yo te voy a usar y a disfrutar.

Voy a tomarte, leerte y escribirte.

Anochecerte, amanecerte y recorrerte.

Nacer en ti y por los siglos de los siglos,

vivirte.

CAJÓN DE SASTRE

El amor para mí nomás un nombre tiene

y a mi mundo entero Gaby lo sostiene.

placido.garza@gmail.com

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