Según la tésis del doctor Martín Ríos Saloma

Los tlaxcaltecas, y no los españoles, destruyeron Tenochtitlan

Los tlaxcaltecas, y no los españoles, destruyeron Tenochtitlan
Cultura
Marzo 28, 2016 20:37 hrs.
Cultura ›
Norma L. Vázquez Alanís › diarioalmomento.com

* Carlos I de España contribuyó en el siglo XVI a la fundación del Estado moderno

’El capitán Hernán Cortés no era una mala persona, era un hombre de su tiempo que quiso utilizar la experiencia de guerra medieval en Tenochtitlan y actuó con base en las premisas de la contienda de ese momento, por lo que utilizó el terror, como todo mundo lo hacía entonces, a manera de arma política. En descargo de Cortés, podemos decir que los españoles no fueron quienes destruyeron Tenochtitlan, sino los tlaxcaltecas y otros pueblos ribereños que estaban tan enojados con el imperio (azteca) después de 50 años de opresión’.

Esta tesis fue expuesta por Martín Ríos Saloma -quien tiene un doctorado en sociedad, poder y cultura en la Edad Media hispánica y europea, por la Universidad Complutense de Madrid, España- en la conferencia que sobre el tema ‘La España de Carlos I’ ofreció dentro del ciclo ‘Hernán Cortés y la hispanidad’ organizado por el Centro de Estudios de Historia de México Carso (CEHM).

’Y hablaremos de Carlos I de España y V de Alemania para comprender mejor cómo y en qué medida las andanzas del capitán Hernán Cortés por estas tierras obedecían también al contexto en que ambos personajes estaban insertos’, precisó el también catedrático de la UNAM, las universidades del Claustro de Sor Juana e Iberoamericana y del Instituto Mora.

Carlos I fue el último caballero de la historia -por eso es que Tiziano lo muestra en una imagen como un típico caballero medieval, en toda su dignidad imperial- y en ese sentido hizo de su señorío un imperio universal, cristiano, al que regía junto con el papa y el cual estaba llamado a expandir. De tal manera que fue uno de los personajes más importantes de España y, su reinado, uno de los periodos de mayor interés en la historia de esa nación.

El escenario en que le tocó vivir y al cual contribuyó, en este caso como emperador, estuvo caracterizado por una lucha internacional para obtener el control de las fuentes de abastecimiento de metales y materias primas, por el expansionismo del imperio turco, por un proceso de fortalecimiento de la monarquía, por el desarrollo de la tecnología militar y por la ruptura de la unidad de la Iglesia, explicó Ríos Saloma, quien además es licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Desde el siglo XI, hacia fechas muy tempranas, Europa se hallaba en un proceso de expansión como consecuencia de su crecimiento demográfico y económico, que continuó de manera sostenida por lo menos hasta el siglo XVII, a pesar de que hubo una crisis importante en 1348 como resultado de la epidemia de peste negra. En ese momento lo que interesaba a los europeos era controlar dos cosas: las fuentes de abastecimiento de metales preciosos (oro y plata) para nutrir una economía cada vez más monetarizada y, por supuesto, las materias primas con las cuales comerciar.

De tal suerte que las cruzadas, si bien terminaron siendo un desastre a nivel estratégico y militar porque nunca se recuperó de forma definitiva Tierra Santa, sirvieron para conectar dos espacios económicos, el Mediterráneo Occidental y el Mediterráneo Oriental, lo que significaba el acceso a las dos rutas comerciales que existían desde tiempos remotos: la de la seda y la de las especias.

En virtud de que el oro estaba en África, las distintas monarquías europeas pugnaron desde el siglo XII y hasta el XVII por hacerse con el control de esas fuentes de abastecimiento de metales preciosos y también de las rutas internacionales de comercio, que es el gran motor del crecimiento occidental.

Las rutas del Mediterráneo Oriental fueron controladas por los musulmanes; los cristianos quisieron acceder a ellas, pero como además estaban asentados en África, emprendieron acciones de piratería en contra de las naves genovesas, catalanas y venecianas; así los monarcas tendrían como tarea más importante combatir ese pillaje.

Con la expansión de imperio turco -a partir del siglo XII- que llegó hasta la ciudad de Argel y controló el norte de África, los turcos se convirtieron en el enemigo a vencer por parte de las monarquías europeas, no solo por ser musulmanes (aunque no de origen), sino por querer controlar las rutas de comercio. Por tal razón, una de las acciones más importantes desde los reyes católicos hasta Felipe II fue combatir a los turcos.

Parte del entorno en que le tocó vivir a Carlos I, comentó el historiador Ríos Saloma, fue el proceso de fortalecimiento de las monarquías (que inició en el siglo XI) mediante el cual la corona recuperaba de manera paulatina las funciones inherentes al Estado: gobierno, fiscalidad, justicia, defensa y administración, que habían perdido en la alta Edad Media a manos de duques, condes y marqueses, en un proceso de privatización de éstas.

Cuando el Estado recuperó esas funciones, entró en conflicto con la nobleza, de manera que el objetivo de todos los monarcas, pero especialmente de los españoles, era someter a la nobleza y a la Iglesia la autoridad del rey, para limitar su poder.

La corona española convirtió paulatinamente a la nobleza en palatina, es decir, la ataron para que viviera en la corte, o le otorgaron cargos honoríficos como embajadores, pero sin viáticos para que los recursos que antes utilizaban para atacar al rey, ahora los usaran para servir al monarca. En tanto, a la Iglesia la doblegaron con la designación como altos funcionarios eclesiásticos de personas que les eran afines, lo que permitió utilizarla como un instrumento de poder y legitimación. A este proceso se la ha denominado fundación del Estado moderno.

En una amena conversación, el profesor Ríos Saloma dijo que uno de los reyes que dio mayor impulso a esta transformación fue precisamente Carlos I, quien pasó la mayor parte de su vida en combate pues una de las competencias del Estado era delimitar fronteras y defenderlas de otras monarquías en expansión. También estableció el cobro de impuestos, el uso de las lenguas nacionales para fines administrativos, de gobierno y culturales, así como la impartición de justicia en última instancia.

Esta fase estuvo acompañada de un desarrollo de la tecnología como consecuencia de las necesidades comerciales, porque era necesario trasladar cada vez mayor cantidad de mercancía a lugares más lejanos. Así, a partir del siglo XII se introdujeron la brújula, el astrolabio, la vela latina y la pólvora.

Ya para finales del siglo XIV los europeos habían descubierto la utilidad militar de la pólvora y desarrollaban los primeros cañones, aseguró el catedrático e integrante del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, pero no sería sino hasta el siglo XV cuando los reyes tuvieron la posibilidad de armar auténticas escuadras de cañones que, como eran muy costosos, sólo ellos tenían la capacidad de financiarlos a través del cobro de impuestos.

La aparición de las armas de fuego transformó radicalmente las formas de hacer la guerra, porque antes duraban meses (un ejército llegaba, sitiaba el castillo y lo rendía por hambre), mientras que, con los cañones, las guerras duraban dos días y había más mortandad, pues podían destruir las murallas y debilitar al enemigo.

Aun cuando Carlos I utilizó estas armas con mucha insistencia, fue interesante que decidiera mantener la imagen de un caballero medieval y no la de un tecnócrata militar que usaba las armas de fuego para la guerra, apuntó Ríos Saloma en su sencillo estilo de conversar.

Otro fenómeno que le tocó enfrentar a Carlos I de España y V de Alemania fue la ruptura de la Iglesia en 1519, cuando Martín Lutero, teólogo agustino que había criticado duramente las indulgencias, desconoció la autoridad del papa, lo que significó la división de la sociedad europea en dos, pero no solo de ésta, sino de la comunidad de fieles que se había ido construyendo desde el siglo IV de nuestra era y que tenía en torno a la figura de Cristo un vínculo espiritual importante con el papa, de modo que el cisma fue desde el fondo.

Como emperador cristiano que fue, Carlos I no pudo permitir esta escisión y por tanto tuvo que combatir a los protestantes en todos los frentes.

’En este periodo, el monarca con mayor número de territorios cobra más impuestos, será más rico y tendrá más poder’, comentó el historiador. Carlos I se convirtió, sólo por herencia, en el rey más importante de Europa pues poseyó 32 títulos y, naturalmente, Inglaterra, Francia y Flandes no querían que una sola persona concentrara tanto poder y riqueza, lo cual explica un siglo XVI lleno de luchas por la hegemonía y el control de las rutas de comercio.

En 1555, cansado ya de llevar la responsabilidad del mundo por 25 años, Carlos I dejó a su hermano Fernando los territorios patrimoniales de los Austrias y al año siguiente abdicó en favor de su hijo Felipe II la herencia hispana, que incluía España y sus colonias, Italia y los Países Bajos.

Casi al final de su vida, en un acto de humildad decidió trasladarse a Castilla, donde ingresó al monasterio de Yuste para vivir una vida casi conventual hasta su muerte en 1558.

Ver nota completa...

Suscríbete

Recibe en tu correo la información más relevante una vez al mes y las noticias más impactantes al momento.

Recibe solo las noticias más impactantes en el momento preciso.

Los tlaxcaltecas, y no los españoles, destruyeron Tenochtitlan

Éste sitio web usa cookies con fines publicitarios, si permanece aquí acepta su uso. Puede leer más sobre el uso de cookies en nuestra política de uso de cookies.