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Méngache pa’cá

Méngache pa’cá
Periodismo
Septiembre 17, 2019 19:02 hrs.
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Armando Fuentes aguirre › guerrerohabla.com

Algunas iglesias evangélicas consideran que el baile es un pecado abominable, invento del demonio. Sé de un pastor que dijo hablando ante los jóvenes de su congregación:

-Empiezan ustedes haciendo cosas aparentemente inofensivas, como asesinar a alguien. Luego se dedican a secuestrar personas. Después comienzan a robar. Luego a decir mentiras. Y, ya precipitados en esa pendiente de maldad, un día terminan yendo a un baile.

Esa fobia puritana contra el baile es cosa extraña si se toma en cuenta que Lutero, fundador del protestantismo, era un famoso bailarín. También componía música: a él se deben algunos bellos himnos religiosos. Pero lo que mejor hacía Lutero, aparte de reformas, era bailar. Aseguran los estudiosos que el gran reformador inventó algunos pasitos de mucho lucimiento.

Otra mención puedo yo hacer para fundamentar esa extrañeza, la que me causa la inquina que algunos sectores del protestantismo le tienen a Terpsícore, musa de la danza. Don Benito Juárez, que favoreció la presencia de las iglesias evangélicas en México, era también un consumado bailador. Contemporáneos suyos relatan que el Benemérito era el primero en llegar a los bailes, y el último que se retiraba. No se perdía ni una pieza. Bailaba con tenacidad republicana.

Si alguien me pide que cite a otro gran bailarín, mencionaré el nombre del Mártir de la Democracia, don Francisco I. Madero. En cierta ocasión los ricos de Saltillo le organizaron un baile en el Casino, y don Panchito sorprendió agradablemente a las damas de la ciudad por su notable habilidad en el arte que luego Fred Astaire llevaría a la completa perfección. El único problema del Apóstol era su estatura: chaparrito, en los giros de la danza -sobre todo en los valses- se perdía de repente, pues quedaba tapado por los vuelos de las profusas faldas que en aquel tiempo usaban las señoras. Tenía que venir a buscarlo su secretario particular.

Estas meditaciones coreográficas me las inspiró la lectura de una nota aparecida en ’Y.P’, una revista americana de entretenimiento. Según esa publicación, está de moda en los altos círculos -viciosos, casi siempre- de Nueva York una novedosa danza denominada ’churn’. Ese verbo inglés significa menear, batir. Se emplea, por ejemplo, para describir la acción por la cual se menea o bate la leche para volverla mantequilla. Pues bien, en este baile se forma un círculo de danzantes, alternados una mujer y un hombre, y ya puestos en rueda se pegan uno a otra, y la otra con el que va delante, todos muy apretados. Así, haciendo la cebollita, como decíamos de niños, se ponen a dar vueltas y vueltas en una danza que algunos moralistas tildarán de erótica. Me llamó la atención este modo de bailar, pues el capitán Alonso de León, uno de los primeros cronistas que hubo en estas tierras norestenses, dice que así precisamente bailaban los indios chichimecas en sus mitotes, hace cinco siglos. Como se ve, no hay nada nuevo bajo el sol, excepción hecha de los agujeros en la capa de ozono.

Interesante danza el churn, y desde luego más personal que la manera en que bailan los muchachos y las muchachas de hoy. Lo hacen cada quién por su lado, y sin mirarse. Hasta parece que están casados.

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