Armando Fuentes Aguirre ’Catón’
De política y de cosas peores
Ya se anuncian las fiestas de diciembre. Muchas cosas me gustan de nosotros los mexicanos, entre ellas una muy principal: de todos los pueblos que conozco éste es el más sabroso; en ninguno se viven las fiestas con tanta plenitud. Hasta la de Muertos es fiesta muy viva.
El México de maíz es generoso; nos prodiga sus dones con bondad. Qué bien lo dijo Tata Nacho: ’Así es mi tierra: abundante y generosa’’. Y más bellamente aún lo dijo Ramón López Velarde: ’Patria: tu superficie es el maíz…’.
Lo sé porque a nadie le faltan los tamalitos en esos días decembrinos. ¿Habrá estudiado alguien en México la gran democracia del maíz? Por todo el territorio nacional extiende Centéotl su munificente reinado de tortillas, gorditas, sopes, tostadas, peneques, garnachas, tlacoyos, panuchos, memelas, clayudas, flautas, salbutes, chalupas, tacos, pemoles, enchiladas, pambazos, totopos, bocoles, tecoyotes, tintines, pellizcadas, picaditas, nachos, quesadillas, molotes, zacahuiles, penchuques y cien mil más sabrosísimos etcéteras.
En casa de ricos y de pobres hay tortillas. En casa de pobres y ricos hay, en esos días, tamales. De dulce, de chile y de manteca; de todo hay igual que entre la gente. Tamales en casa del potentado; tamales en casa del humilde. Rellenos de carne de puerco o pollo, de queso, de frijoles, dulcísimos tamalitos ’de azúcar’’ con su recaudo de piñones, pasas, almendra, coco o nuez...
Yo he comido los tamales que se hacen en toda la República. Los de Oaxaca y Chiapas son los más reputados. Permítaseme la inmodestia -apoyada en datos susceptibles de comprobación científica- de afirmar que a los tamales nuestros, saltilleros o de Ramos Arizpe, aquéllos no les llegan ni a las hojas. A las pruebas -y a las probadas- me remito.
Los tamales son como el pan: se pueden comer a mañana, tarde y noche -sobre todo a mañana y a noche- y nunca enfadan ni dan en cara o caro. De eso no pueden presumir la perdiz, el faisán, el caviar o el pato a la naranja. En el mercado de la Merced dijo un mecapalero:
-Ahora me voy a echar mi pato a la orange.
Quería decir que iba a comer un gansito Marinela acompañado de un refresco Orange Crush.
El día que me muera adminístrenme por favor una media docena de tamales. Si no me enderezo en la cama para pedir más, entonces sí ya puede el médico certificar mi defunción.
Igual que las estrellas del cielo, los tamales no se le deben contar a nadie. En una cena le dice la anfitriona al invitado:
-Sírvase otro tamalito, compadre.
-No, gracias, comadrita -responde éste-. Ya me he comido seis.
-Se ha comido ocho, compadre -le aclara la mujer-, pero de cualquier modo sírvase otro.
Eso no fue sólo una falta de educación: fue una falta grave contra la caridad.