Concatenaciones
Fernando Irala
El asesinato de la alcaldesa de Temixco, Gisela Mota, a unas horas de haber tomado posesión del cargo, muestra que en Morelos, al igual que en Guerrero y en vastas regiones del país, el crimen organizado tiene no sólo el control de sus negocios, sino la capacidad de alterar la vida de pueblos y ciudades, e incluso terminar con quienes no les son afines, sean personas de a pie o autoridades insuficientemente protegidas.
Hace varios lustros que los delincuentes encontraron en Cuernavaca y en otros municipios cercanos de Morelos el cobijo para sus ilícitos. En Guerrero, los mismos grupos se han extendido y se alían o rivalizan para el dominio del territorio. Alrededor de ellos se podrían encontrar las huellas perdidas de los normalistas desaparecidos y presuntamente ejecutados y cremados en 2014, y los de muchos otros crímenes que han poblado de fosas esa zona.
Es mucho el camino por recorrer, para que algún día en esos estados y en todo México vuelva a existir un clima de seguridad y tranquilidad. Pero será mucho más largo e intrincado si persisten actitudes de necedad y ceguera ante la gravedad de las circunstancias, como la manifestada por el también nuevo alcalde de Cuernavaca, el exfutbolista Cuauhtémoc Blanco, quien se opone a la desaparición de la policía municipal, el eslabón más débil y susceptible de corrupción en la cadena, y la instrumentación de un mando único estatal policiaco.
Mientras que del lado de los criminales el dinero y el miedo les hace concentrar cada vez más poder, del lado del gobierno se conjugan diferencias políticas, animadversiones personales, y a veces incapacidad e ignorancia, que desarticulan esfuerzos y nulifican posibles avances.
Entretanto, el derramamiento de sangre y la muerte o desaparición de personas continúan, y la pesadilla para familias, colonias y comunidades se repite y crece día con día. Y no se advierte cercano el fin.