En las Nubes

Muerte en Lecumberri (4)

Muerte en Lecumberri (4)
Política
Febrero 28, 2016 21:00 hrs.
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Carlos Ravelo Galindo › diarioalmomento.com

(Aquella o aquellas heridas de bala que le cortaron sus ilusiones de libertad)

Los celadores y los granaderos veían mudos la escena. El reportero preguntó entonces: "¿No habrá un médico que lo atien­da?" Este hombre se muere ". Pero parecía que hablaba a la pared. Su voz se perdió en el vacío.
El reo no bajaba su rostro. Miraba fijamente. Sonrió levemente y aparecieron sus dientes, manchados de sangre y tierra. Luego se sumió en un sueño profundo, que más tarde se transformaría en la muerte.
Quedó tendido allí, en la presencia de tantos, pero solo. La garganta se anudaba al sólo verlo.
Su fatigada respiración se hacía más lenta. Pero fue interrumpido el ruido que producía por las palabras de Enrique de los Santos Treisier: "Oiga", me preguntó con una voz que parecía más bien un susurro. "A mi cuándo me atienden. Tengo un balazo en la ca­dera". Y para señalarlo bajó sus brazos y se palpó el sitio empa­pado por la sangre. Nuevamente una voz de sargento veterano lo obligó a adoptar la postura inicial.
Habló con el reportero. Le explicó también su falsa ilusión de libertad. "Yo tengo cuarenta años de cárcel. ¿Qué me quedaba? Era un albur. Pero perdí..."
Su cara denotaba cansancio como si hubiera caminado muchos años. Joven, con un cuerpo musculoso y lleno de brío, resistía estoicamente los embates del frío de la noche. Temblaba de vez en vez, y al notarlo decía: "Es el frío..." Sonrió cuando el repor­tero lo confortó que pronto recibiría atención médica. Contestó: "Ahora, qué me importa. Hubiera preferido ocupar el lugar de Tony Espino. El ya no tendrá, en adelante, preocupaciones. El sí alcanzó la libertad completa".
La charla fue cortada de tajo. La voz del mayor Alfonso Frías daba una orden que debería ser acatada de inmediato. Los granaderos se formaron en escuadra de cinco, con amplio margen para que en el interior del cuadro cupieran los dos reos.
Como si supieran de antemano lo que significaba ambos caminaron a colocarse en el lugar. Un granadero se puso al frente de ellos y otro más detrás.
"Ya", marcó el mayor Alfonso Frías. Y todos los hombres comenzaron a caminar rumbo a la enfermería. Los dos detenidos, en calzoncillos y camiseta iban en medio.
El escenario era lóbrego. Murallas por tres costados. Y crujías por el otro. Parecía la marcha de los condenados a muerte, dis­puestos a acudir al paredón.
Zavala Pérez caminó tres pasos. Detuvo su marcha y volvió el rostro al reportero. Este se acercó presuroso. Paró el conjunto su avance y me dijo: "quiero confiarle todo. Más vale que lo haga ahora. No quiero callar nada. Escúcheme. Dos pudieron salir: Fidel Corvera Ríos y Manuel González Sánchez. Uno de ellos, sin embargo está herido. Yo escuché su lamento cuando recibió el tiro. Los otros que estábamos en la evasión somos Tony Espino -bajó el tono de su voz y lo miró en el suelo-, Leopoldo Necoechea Pichardo, Jesús Campos Flores -aquí también abre un paréntesis para señalar que agoniza- Enrique de los Santos Treisier y Jesús Cambray...
"Todos vimos la oportunidad. La pintó muy bonita Fidel, pero ya ve, fallamos casi todos. De ahora en adelante a resignarme a pasar treinta años castigado".
Sus ojos se llenaron de lágrimas que dejó correr por sus mejillas. No hizo nada por limpiarlas, como tampoco se preocupó por su gran herida en la frente.
El reportero se alejó del conjunto. Y éste reinició su marcha rumbo a la clínica del penal. Rengueaba De los Santos Treisier, y soportaba sin pronunciar palabra su herida de bala en la cadera. Apoyaba sus manos sobre la pierna y caminaba al ritmo de los granaderos.
Un valiente que se
Troca en cobarde

Leopoldo Necoechea Pichardo, obeso individuo de joven edad, fue introducido al penal de Lecumberri por los agentes del Servicio Secreto, que lo encontraron con ambas piernas fracturadas junto a la muralla sur de Lecumberri.
En una camilla llegó hasta la puerta de libres. Gemía como un desesperado. Y aumentó más su lamento cuando los guardias, sin ninguna preocupación lo despojaron del uniforme de celador.
"¿Que tienes?" "Creo que me rompí mis piernitas. Trátenme con cuidado. Soy muy frágil". Estas palabras causaron el efecto contrario, porque dos celadores, sin cuidado alguno arrancaron materialmente el pantalón de celador que sobrepuso al de recluso.
Moreno, de bien recortado bigotillo, Necoechea Pichardo, inmiscuyó de inmediato a su hermano Luis Quintanilla Pichardo. "¿Él también se escapó? Creo que sí. Creo que lo logró".
"Pero a mí, suplicaba jadeante, denme servicio médico. Lo necesito. Por favor".
Sus frases fueron cortadas. Dos robustos vigilantes cargaron la camilla y al entrar nuevamente en prisión desaparecían, como por encanto sus ilusiones furtivas. Permane­ció en libertad exactamente veintidós minutos.
Quedó acostado en una cama de la sala dos de la clínica del penal. En otra sala, fue acomodado Enrique de los Santos Treisier. Zavala Pérez, fue curado, Su golpe no de consecuencias. Llegó, eso sí, al cráneo sin lesionarlo. (Continuará)
craveloygalindo@gmail.com

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