Presente lo tengo yo
Armando Fuentes Aguirre ’Catón’
No cabe duda: la red de Internet ha hecho de este mundo un mundito, la aldea global que profetizó McLuhan. Lo digo porque me he dado cuenta de que tengo lectores aquí cerquita, pero también los tengo en Roma y en Perú. Hace algún tiempo escribí el 4 de octubre un pequeño texto sobre San Francisco de Asís, y recibí un correo nada menos que del Superior General de los franciscanos, que tiene su residencia en Roma. Ayer me llegó un libro con ensayos sobre la vida y obra de don Ricardo Palma. Me lo envió desde Lima un amabilísimo señor que leyó por Internet, en esta sección mía, un artículo que hice sobre ese autor peruano.
Don Ricardo Palma era masón y jacobino, pero tolerante. Respetuoso comecuras, quizá se persignaba antes de comérselos. Quiero decir que no era don Ricardo uno de esos ásperos radicales como Adalberto Tejeda, aquel extravagante señor que ponía en sus tarjetas de presentación, bajo su nombre: ’Enemigo personal de Dios’. Era un librepensador tan libre que no creía en la libertad de los demás para no ser librepensadores.
Me llevé el libro que digo a mi último recorrido por la legua, antes de lo del coronavirus, y en las esperas de los aeropuertos lo apuré. En sus páginas aprendí que don Ricardo Palma reprobó con energía a los cubanos que para lograr su independencia de España se arrojaron en brazos de los norteamericanos. ’Yugo por yugo –escribió–, al de España me atendría’. Tenía razón. España no hace bloqueos, ni se habría quedado con Guantánamo para poner ahí prisiones a donde no llegan los derechos humanos.
Subrayé una frase de don Ricardo: ’Versificar es un solfeo para aprender a manejar la prosa’. Otra vez acierta. Hay que escribir con ritmo. Una vez cierto rústico le preguntó qué diferencia había entre prosa y verso. En términos muy llanos, Palma le dio la explicación. Profirió con asombro el individuo: ’¡Mire usté, don Ricardo! ¡Y yo que siempre he hablado en prosa sin saberlo!’.
Palma dejaba caer en la conversación algunas frases que sus contertulios apuntaban luego, con lo que alcanzaban categoría de aforismos. He aquí dos de esas pequeñas gemas de sabiduría: ’Las amistades son bienes muebles; los odios son bienes raíces’... ’La patita bonita calienta la marmita’. Quería decir que la vista de una pierna bien torneada excita al hombre. (Eso sería antes; ahora necesitamos ver algo más)...
En su charla ponía Palma galanas ocurrencias. Cierta vez que se hablaba de gente vanidosa don Ricardo habló de dos familias que había conocido. Una era la de los Braganzas, cuya matrona decía: ’Nosotros no descendemos de ese borrachón que fue Noé. En el Diluvio Universal nuestra familia se salvó también, pero en arca propia’. Otra familia jactanciosa era la de unas señoritas que se decían descendientes del rey David, a cuya progenie pertenece Jesús. Cuando rezaban el rosario decían esas señoritas: ’... Santa María, madre de Dios, señora y parienta nuestra…’.
Simpático señor debe haber sido don Ricardo Palma. Doy gracias a mi lector peruano por haberme obsequiado este volumen que recoge su galano ingenio.