Presente lo tengo

Primera posada y posadas primeras

Primera posada y posadas primeras
Periodismo
Diciembre 15, 2020 18:19 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

La piñata que rompíamos de niños el día de la primera posada tenía, lo recuerdo bien, la forma de una estrella. Su centro era azul y blanco -son los colores de la Virgen-, pero ostentaba siete picos oscuros: uno morado; rojo el otro; negro el tercero; uno café; amarillo sucio el que le seguía; gris el de al lado; verde opaco el último...

Me pregunté si el que hizo esa piñata es teólogo. Porque he aquí que los siete picos de la piñata representan los siete pecados capitales. Cuando quebramos la piñata estamos tratando de destruir lo malo: contra soberbia, un garrotazo de humildad; contra envidia, un golpe de caridad; contra avaricia, un palo de largueza; contra pereza, un trancazo de diligencia; contra gula, un estacazo de templanza; contra ira, un chingazo (con perdón sea dicho) de paciencia; contra lujuria un jodazo (otra vez con perdón) de castidad...


Van cayendo los picos uno a uno, y los pequeños los recogen sin saber que son representación de los pecados. Al final la piñata derrama su tesoro de golosinas, de cacahuates y naranjas, de pedazos de dulce caña y colación. Tal es la Gloria, el premio al vencimiento del pecado. ¡Ah, si romper el mal fuera tan fácil como romper una piñata!

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Este pino de Navidad tiene esferas, y todas las esferas son rojas. La que puso este pino ha de ser una doctora de la Iglesia, como Santa Teresa. Porque cada esfera representa a la manzana que comieron Adán y Eva, nuestros primeros padres. No dice el Génesis que el fruto prohibido haya sido una manzana, pero los ceñudos exégetas, aun sin conocer las de Arteaga, supieron que ninguna fruta es tan tentadora como la manzana, por el rojo encendido de su piel, la marfilina albura de su carne y sus redondas morbideces de mujer. Concluyeron entonces que el fruto prohibido fue una manzana. Y concluyeron bien.

Los foquitos en el pino navideño simbolizan la luz de la fe. Junto a las tentaciones del pecado esplende el fulgor de la gracia. En lo más alto del árbol hay una estrella luminosa. Eso quiere decir que al final triunfará el bien sobre las asechanzas que aguardan a los hombres -y también a las mujeres- en cada esquina de la vida.

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Este Nacimiento hecho de musgo, heno y barro tiene pocas figuras porque es de casa pobre. Está el Misterio, con Jesús, José y María, y con ellos el ángel que anunció la llegada del Mesías. Tiene también unos pastores que escuchan el anuncio. Un mensaje no es mensaje sino hasta que alguien lo oye. Por eso debe haber pastores en el Nacimiento: gracias a ellos existe el Evangelio. La buena nueva se forma con quien la da y con quien la recibe. Sin Dios no está completo el hombre, pero sin el Hombre tampoco está completo Dios. En eso consiste el gran misterio de la Encarnación.

Observemos la escala de figuras: abajo el ermitaño y el demonio, es decir, el hombre en lucha solitaria contra el mal. Un poco más arriba los pastores, que han escuchado ya el mensaje de la salvación. Luego Dios hecho hombre, con su padre y su madre, familia terrenal. Y, en la cima de todo, el ángel, emblema del triunfo de la gracia y anuncio de la Ciudad de Dios.

Eso quiere decir que nuestra dimensión terrena es el camino para llegar a la dimensión del Cielo. El Nacimiento, entonces, es una lección de teología.

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