Catón
Armando Fuentes Aguirre
Don Chinguetas y doña Macalota discutían acerca de quién experimenta más placer al realizar el acto del amor, si el hombre o la mujer. Don Chinguetas sostenía que es el hombre el que siente la mayor satisfacción. Le dijo doña Macalota: ’Permíteme una pregunta. Tienes comezón en el conducto interno de la oreja, y te rascas con el dedo meñique. La comezón desaparece. ¡Dónde sientes mayor placer? ¿En la oreja o en el dedo?’. ’En la oreja, desde luego’ -respondió sin vacilar Chinguetas. Exclama con acento de triunfo doña Macalota: ’Ah ¿verdad?’... Una señora y un granjero charlaban acerca de diversos temas. El hombre narró la historia de sus gallinas, que en un principio no ponían huevos y luego empezaron a ponerlos en abundancia. ’¡Qué coincidencia! -exclamó la señora-. Esa historia se parece a la mía. Al principio de mi matrimonio no podía tener hijos, y luego tuve familia numerosa’. Explica el granjero: ’Para que mis gallinas pusieran lo que hice fue cambiar de gallo’. ’¡Qué coincidencia! -vuelve a exclamar la señora-. ¡Yo también!’... El voluntario llegó a una casa y le dijo a la señora: ’Estoy haciendo una colecta para la Sociedad Antialcohólica. ¿Podría usted dar algo?’. ’De momento no -respondió ella-. Pero si viene usted después de media noche, le daré a mi esposo’... Al principiar la cuaresma la joven esposa le dijo a su marido: ’Prometí hacer un sacrificio cuaresmal. Mis mejores amigas lo harán también: Dulcibel dejará de fumar. Flordelisia no comerá carne. Yo prometí que no haré el amor en estos 40 días’. El marido se mortificó por aquel sacrificio que también lo sacrificaba a él. ’Está bien -masculló mohíno-. Quédate en la recámara; yo dormiré en la sala’. Una semana después, cuando el marido dormía en el sofá, sintió que alguien lo movía. ’Gerineldo -le dijo compungida su joven esposa-. Vengo a decirte que ayer fui con mis amigas al café. Susiflor fumó, y Rosilí se comió una hamburguesa’... Hay ocasiones en que la práctica de una profesión u oficio se vuelve apostolado, ministerio de noble humanidad. Tal es el caso ahora de los médicos, enfermeras, laboratoristas, camilleros, conductores de ambulancias y demás personas encargadas de atender a los enfermos de coronavirus, y que por eso mismo están expuestas a contraer el virus. Merecen esos mexicanos nuestro reconocimiento y nuestra gratitud. En tiempos como éste su dedicación y entrega, el hecho de poner en riesgo su vida para salvar la de su prójimo constituye un admirable ejemplo… A la hora de la hora el maduro señor se dio cuenta de que no tenía ya los mismos arrestos de sus mejores años. Se disculpó con su compañera, y desolado fue al pipisrúm. Ahí, para colmo, se mojó la ropa al hacer lo que tenía que hacer. ’Oye –dijo con exasperación bajando la mirada-. Ya me echaste a perder una noche. No me eches a perder también un pantalón’... Don Filegardo y su mujer hacían un viaje en automóvil. Ella, que era bastante dura de oído, iba manejando. Los detuvo un oficial de tránsito, y le pidió a la conductora sus papeles. Le preguntó la señora a su marido: ’¿Qué dice? ¿Qué dice?’. Le indicó en voz alta don Filegardo: ’¡Quiere que le muestres tus papeles!’. Ella entregó sus documentos. Los revisó el patrullero y comentó con sorna: ’¡Ah! Es usted de Cuitlatzintli. En ese pueblo conocí a la mujer más fría, más sosa, más aburrida y más mala para hacer el amor que he visto en toda mi vida’. Le preguntó otra vez la señora a su marido: ’¿Qué dice? ¿Qué dice?’. Contestó don Filegardo: ’Dice que te conoce’... Tirilita y Blancaflor veían a los atléticos mancebos que pasaban. Exclamó Tirilita viendo a uno: ’¡Qué tipazo! ¡Me gustaría hacer el amor con él!’. ’No te fíes de las apariencias -le aconsejó Blancaflor-. Conozco un tipo que vive en una casa con dos garajes, y sólo tiene una bicicletilla’... FIN