Página Siete

Ruth...

Ruth...
Periodismo
Julio 05, 2020 19:07 hrs.
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Gerardo Casillas Guzmán › guerrerohabla.com


Ilustración: Esmirna Barrera

El anhelo de besar a Ruth, de verle en sus ojos mi mirada, el anhelo de sentir deambular la estrella por su cuerpo, estremeciendo mis palabras sus oídos; hacerla con mi molde, amando la grande y la pequeña circunstancia, bendiciendo los instantes bañados por lo eterno. Este anhelo continúa en mí. Al salir de mi casa en Belisario Domínguez, me ha parecido encontrarla. El cabello negro rizado y la manera de acompasar los pasos, girando levemente la cabeza, me han hecho ir al alcance de esta chica aperlada. Apresuro mi andar, doy bocanadas grandes al humo del cigarro sin agitarme, teniendo la certeza de que Ruth va delante mío. Fumábamos a escondidas los cigarros de su padre en un rincón del patio de la escuela en el receso. Ruth los robaba cuando su padre se duchaba. También tomaba dinero de sus pantalones. Solíamos gastarlo en discos. Veces las hubo en que pudimos estar a solas en mi casa. El que Ruth estuviera matriculada dos grados arriba de mí, me hacía ver inofensivo examinado por los mayores. Fue en mi recámara, con Led Zeppelin de fondo, que Ruth me pidió que cerrara los ojos. Me volteé a la pared. Yo era un niño tonto y no sabía qué esperar. Creo que pensé que jugaríamos al escondite o algo por el estilo. Pasó Whole lotta love y comenzó Stairway to heaven. Ruth posó sus manos en mis párpados, me ordenó que no hiciera nada y comenzó a desabrocharme la camisa. Me besaba las orejas, el cuello y el rostro. Sentí cosquillear mi cuerpo y una hinchazón en mi entrepierna. Me recostó en la cama y me dijo que podía abrir los ojos. Con regularidad llevo a cabo ese ritual con exactitud hasta la fecha. Sigo poniendo a Led Zeppelin e imagino que los cuerpos que desnudo y hago míos son el de Ruth. Que las experiencias que las mujeres tienen las callan, y que rara vez otorgan un atisbo al caballero en turno, me lo había hecho saber Ruth varias veces ya. Ella me interrogaba de mis secretos nocturnos y yo se los contaba a detalle. Me explicaba de la naturaleza, de los cambios hormonales, de la atracción de los sexos. Colocó su boca en mi boca, introdujo su lengua y jugueteó con la mía, mientras unía nuestros cuerpos y yo amaba por primera vez.

Duramos mucho tiempo. Ruth se acompañaba de muchos chicos; nunca me importó ni tampoco sentí celos. La amaba únicamente cuando ella me amaba a mí. Su corazón y su sexo eran muy grandes y un solo hombre no podría bastarlos. Ya estoy cerca de la chica aperlada. Hemos cruzado Eje Central y pienso que quizá se detenga a sentarse en Bellas Artes como le gustaba hacerlo a Ruth. Muchas fueron las veces en que Ruth y yo platicamos largo rato en Bellas Artes para luego escabullirnos con discreción en la Alameda.

Comencé a frecuentar a otras chicas. El bigote lo rasuraba cada semana, era alto y las pesas me marcaban los brazos. Ruth estaba a punto de ingresar a la universidad. Me regalaba muchos libros. Decía que las ideas libertarias y las libertinas le liberaban; que no le interesaba obligarse a una práctica política, pero que sí estaba dispuesta a experimentar el oleaje erótico lo más posible. Yo me hice de una novia. Siempre me pedía que me alejara de Ruth. Argumentaba que podría volverme como ella. Ruth inhalaba cocaína y fumaba mariguana, también las revendía. Salía con hombres y mujeres. En las fiestas jugaba el juego de encerrarse todos en la recámara e imponer el hielo a quien abandonara. Mi novia estaba absorta en atenderme. Poco a poco dejé de frecuentar a Ruth. Ruth ya era demasiado popular como líder de los peor reputados.

La hora de la universidad llegó para Ruth y ella se despidió de mí. Nos amamos en mi recámara. Otra vez Led Zeppelin, Whole lotta love y Satairway to heaven, pero conmigo desnudando a Ruth. Pasado el tiempo yo también entré a la universidad. No sabía de Ruth y no pensé volver a tener noticias de ella. Administraba mi tiempo en atender el restaurante de la familia y cumplir con los deberes de filosofía. En clase estudiamos a los cínicos y yo pensaba que Ruth era como ellos. En mi mente la refería como ‘la Diógenes’ para mí mismo. Me llegaban recuerdos de que a menudo era suspendida de la escuela o mandaban a llamar a sus padres. Los maestros eran derrotados en el aula por Ruth. Su manera de discutir era extraña y, aunque no se comprendiera bien su lógica, se sabía que tenía la razón. El último libro que me regaló fue ’Crítica de la razón cínica’. Una vez hice un ensayo sobre Peter Sloterdijk con dedicatoria a Ruth.

La universidad voló. El restaurante se volvió mi rutina. Un diez de mayo un amigo de la escuela llegó con su madre y su familia al restaurante. Me pidió cinco minutos y con gusto se los concedí. Habló de Ruth. Era inverosímil. Ruth administraba cuentas de narcotráficantes, bancarias y de plazas, era contacto de sicarios y poseía muchos burdeles clandestinos. Mi amigo de antaño me dio una dirección donde me podrían informar de ella. Acudí con cautela al lugar. Simplemente pedí que le comunicaran a la dueña que un hombre de Belisario Dominguez, fan de Led Zeppelin, la buscaba. Tomé un Chivas y observé a las chicas de Ruth. Me pidieron que esperara. Luego volvieron y me dijeron que la patrona se comunicaría conmigo. La casa invitó. Meses después Ruth tocaba mi puerta. Una panza a reventar fue lo primero que noté. Que salía del país, que no pensaba volver, que serían sólo ella y el fruto de su vientre. Habló con celeridad, se le notaba la prisa. Le regalé una copia del ensayo que le dediqué y jamás la volví a ver.

La chica aperlada se ha sentado en Bellas Artes. Respiro hondo, sé bien que no es Ruth, dejo de engañarme, pienso en mis hijos y en mi esposa, enciendo otro cigarro, le pregunto si le gusta Whole lotta love y continúo la conversación explicándole que ella tiene pinta de atreverse a las más arriesgadas aventuras. La desnudo en el restaurante casi sin recordar su nombre. He metido la vida de Ruth en su mente. Puedo sentir amar a quién siempre he amado. Termino el ritual. He saciado mis ansias infantiles. Le prometo que la llamaré y vuelvo a casa. En la casa leo libros, escribo, aconsejo y ayudo en la tarea a mis hijos. Mi mujer me huele antes de acostarnos y me aprueba bajo la advertencia de que Ruth nunca tenga hijos conmigo.

*Gerardo Casillas.
Chilango, poeta y escritor en ciernes.
Amante de la noche, las letras y el rock.

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