En las Nubes

Sabor a envidia

Sabor a envidia
Entretenimiento
Octubre 15, 2015 22:05 hrs.
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Carlos Ravelo Galindo › diarioalmomento.com

. (“Si puedes, colabora en alguna institución de niños con cáncer, en especial con medicinas que alivian el dolor”, nos piden Ana María y su hija + Magdalena Encina)
Entre paréntesis Andrés Manuel López Obrador y su esposa Beatriz Gutiérrez Müller saludaron al sucesor de San Pedro, el Papa Francisco, en la plaza Vaticana. Sin ninguna cita. Como simple católico, formó fila en la audiencia pública para estrecharle su diestra. Darle una medalla del protector de los indios Fray Bartolomé de las Casas. Y patentizarle, como todo el Pueblo de México, su admiración.
Este suceso destacó con profusión. Comentarios en pro y en contra. De la derecha, de la izquierda y de arriba o abajo. Cada quién puso su granito de sal, no de arena. Sobre todo con sabor a envidia.
Por ello se nos ocurrió describirles esta leyenda griega del siglo IV AC. Escrita por Timeo de Tauromenio:
Damocles fue un griego adulador y envidioso, de la corte del rey Dionisio I de Siracusa.
Esta es la historia: Erase una vez un rey llamado Dionisio I El Viejo, soberano de Siracusa. En ese tiempo la ciudad era griega. La más importante de la gran isla de Sicilia.
Vivía en un suntuoso palacio en donde las riquezas abundaban. En especial las obras de arte, el lujo. La exquisita y fina cocina. Las lindas mujeres y el refinamiento de los cortesanos.
Contaba, además, con criados y esclavos. Solícitos a sus mínimos requerimientos.
Como en toda la humanidad, sobre todo hoy, había mucha gente que lo envidiaba- Por el poder que ostentaba y su incalculable fortuna.
Uno de ellos era Damocles. Un cortesano, o acaso político, que se dedicaba a la intriga, al ocio, y en especial a envidiar a su rey, uno de sus mejores amigos.
-¡Qué afortunado eres; cuentas con todo lo que un ser humano puede aspirar! Dudo que exista alguien más feliz que tú-, solía repetirle.
Dionisio, quien adolecía de muchos defectos, odiaba la envidia. Estaba aburrido oír día a día las aparentes adulaciones. Expresión velada de resquemor.
-¿En verdad Damocles, crees que soy más feliz que los demás?
Damocles, que pensaba que la felicidad consistía en el tener y en el poder, le respondió:
-Sí, en verdad creo que eres no sólo el más feliz de nosotros, sino el más feliz del mundo.
-Si te gusta tanto esto, ¿por qué no cambiamos de lugar?
-Sólo en sueños lo había pensado, mi rey. Sí, me encantaría disfrutar de tus placeres y riquezas aunque sea un día. Aligual que tú no tener ninguna preocupación.
-Está bien. Cambiemos. Tú serás rey y yo cortesano. Pero sólo por un día.
Así lo convinieron para el día siguiente.
La corte y los criados tratarían a Damocles como si fuera el rey. Le colocaron la corona de oro y diamantes y le pusieron el manto real.
Damocles se hizo servir en la sala de banquetes, los mejores vinos y la más deliciosa comida. Al escuchar la música, dedicada a él, al sentirse halagado y admirado, no pudo menos que pensar que era el hombre más feliz del mundo.
-Esto sí que es vida-, le dijo al rey, quien estaba sentado al otro extremo de la mesa. –Estoy disfrutando como nunca.
Al beber el mejor de los vinos en una copa de oro, miró hacia lo alto.
¿Qué era lo que pendía de arriba? Un objeto cuya punta casi le tocaba la cabeza.
Sobre ella pendía una filosa espada. Atada al techo por un delgado hilo. El brillo de ésta casi le impedía ver.
Las manos le temblaban de tal manera, que derramó parte del contenido de su copa. Como pudo, hizo acallar la música. Sólo con la mirada desdeñaba los ricos manjares que le servían .
No se atrevía a huir. Aunque era su único anhelo. Tenía pánico de mover hasta las cejas. El hilo era demasiado delgado. Bastaba un pequeño vaivén para que se cortara y se enterrará en su cabeza.
-Amigo, ¿qué te pasa?- preguntó Dionisio. -Da la impresión que nada te interesa. Hiciste callar la música, Volteaste el vino y hasta has perdido el apetito.
¿Acaso no ves la espada pendiendo de un hilo sobre mí? -, preguntó Damocles.
-Sí, claro que la veo. Siempre pende sobre mi cabeza. La veo a cada instante. Siempre está el peligro que caiga. No sólo por su propio peso. Sino que el hilo sea cortado por alguien.
Puede ser un asesor envidioso de mi poder que quiera asesinarme. También puede ser alguien que quiera derrocarme al propagar mentiras en mi contra.
Puede suceder que un reino vecino venga a atacarnos, me asesine para quitarme el trono. Y así extender su poderío. Asimismo, puedo equivocarme en alguna de mis decisiones y esto provoque mi caída.
-Mira Damocles-, continuó el rey, -si quieres ser monarca, tienes que estar dispuesto a aceptar estos riesgos que son parte del poder.
Damocles, muy asustado, apenas se atrevía a responder. Veía la espada y se atragantaba de miedo.
-Rey mío, ahora veo que estaba equivocado. Además de la riqueza, el poder y la fama, tienes mucho que hacer, mucho en que pensar. Por favor, ocupa tu lugar y déjame volver a casa. Ese es mi anhelo supremo.
Damocles, al salir del palacio, con el paso cada vez más firme. Hasta correr y casi volar, lo único que deseaba era abrazar a su sencilla esposa y valorar su interioridad. Lo mismo pensaba hacer con su hijo.
Ahora sí les iba a inculcar con su propio testimonio de vida, que los valores no se sostienen en el poder ni en el tener. Ni en el hablar por hablar. Ofrecer por ofrecer y no cumplir como nos ocurre en la actualidad.
Es un ejemplo, el de Damocles para los que piensan en el dieciocho. Sencillo, verdad.
craveloygalindo@gmail.com

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