Por medio de 250 piezas se muestra la evolución del proceso creativo del artista galo. Fotos: Sunny Quintero
Ciudad de México. 14 noviembre 2019
Después de trabajar como director de arte en el cine en los años 30 y 40 del siglo pasado, donde aprendió a hacer cerámica, el francés Felix Tissot confeccionó una obra propia en su rancho de Sierra Leona, California, donde cultivaba, entrenaba caballos y criaba pavos y gallinas. Pero fue en Taxco donde encontró su verdadera inspiración.
Este es el personaje, quien fundó la empresa Cerámica Taxco, en la que trabajó con los artesanos locales por 40 años, que rescata la curadora Ana Elena Mallet en la exposición Lo eterno y lo moderno, que se inaugura hoy en el Museo Franz Mayer.
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Creo que la gran historia del diseño se compone de pequeñas narrativas y, cuando las descubrimos, podemos tejer la gran historia de esta disciplina. Por eso es vital recuperar la memoria de estos personajes’, comenta la organizadora de la muestra que reúne, por primera vez en un museo, 250 piezas que muestran la evolución del proceso creativo del artista galo.
La investigadora narra que Tissot decidió venir a México en 1956, a pesar de que su cerámica y su mobiliario se vendían muy bien en tiendas departamentales como Wongs y Bullocks, y de que en 1955 integraron su trabajo al catálogo del Buen diseño hecho en California.
Su destino era Acapulco, pero se topó en Taxco con una comunidad creativa en pleno bullicio. Ahí se asoció con Antonio Castillo y arrancó Cerámica de Taxco.
Primero repitió los modelos que hizo en California, pero se dio cuenta de que en México había una cultura visual inmensa, una riqueza tradicional. Recorrió los alrededores de Guerrero, Morelos, Jalisco, y percibió un momento turístico comercial interesante’, detalla.
La muestra pone de manifiesto el trabajo que Tissot hizo con los artesanos de la zona del Balsas, retomando los modelos de papel amate. ’Trabajó formas modernas y las repartía a los artesanos, éstos las pintaban y él las termina en su taller. Se convirtió en un best-seller, sus piezas se vendían en la Zona Rosa, en el Palacio de Hierro, y exportaba vajillas completas. Se hizo un referente’.
Para Mallet, esta propuesta resulta interesante en este momento que tanto se habla de apropiación cultural. ’En México hay una larga y sana tradición de colaboración entre artistas, arquitectos, diseñadores y artesanos. Es parte de nuestra red creativa. Y este tipo de proyectos lo ponen en evidencia.
Es esencial tener referencias de lo que sucedió en los 50. Nos hace abrir los ojos, ver que no hay abuso, sino enriquecimiento’, señala.
