Texcocana


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Texcocana
Biografías
Mayo 09, 2017 19:22 hrs.
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Octavio Raziel › diarioalmomento.com

Hubo un tiempo en que la Ciudad de México estaba bien definida en dos clases sociales: los ricos, que habían hecho su fortuna a base de esfuerzo y tenacidad (no como los traidores y vendepatrias de ahora) y los pobretones. Los pipirisnais y la prole. Los primeros degustaban viandas que venían de ultramar y los segundos tortas vario pintas.
Cuando niño, tuve la oportunidad de ver la lacrimógena película ’Acá las tortas’, en la que participaban Sara García y Merche Barba. Derramé lágrimas a raudales.
Mi primer encuentro con las tortas fue en 1957 cuando acudí a la Secretaría de Marina, Armada de México, a entregar mis documentos para integrarme a esa heroica institución. El instinto o el hambre me llevaron a la tortería La Texcocana, en la casi esquina de las calles de Revillagigedo y Humboldt.
A partir de ese encuentro, vinieron otros que me identificaron con este alimento y que forma parte de la Vitamina T tan mexicana y tan engordadora. Recordemos que las hay de milanesa, jamón, lomo, pollo, queso amarillo, salchicha y las ricas toluqueñas, de chorizo.
Les siguieron, ya en la Preparatoria 5, Coapa, entre olor a alfalfa y vacas (fui la segunda generación de ese plantel) las que vendía doña Lupita, acompañadas de un jugo de don Mario. Luego, las de La Terminal (en Ciudad Universitaria) normales y especiales. De las segundas no siempre disfrutaba por escasez de efectivo.
Cuando llegue al periódico El Nacional, disfruté de las Tortas Robles, quien, cada 1° de septiembre, después del informe presidencial, convocaba a todos los reporteros gráficos para la foto del recuerdo y luego ofrecía sus tortas de manera gratuita, ’gorra’ que no me podía perder, aunque no fuera fotógrafo de prensa. Era un espectáculo ver cómo preparaba esas tortas con una agilidad increíble. El cuchillo en sus manos era lo más veloz que he visto. Las paredes de su local estaban tapizadas de fotografías famosas. De entrada, estaba la de Marilyn Monroe a su llegada a México y en la que se demostraba que no era del todo rubia. Otra de un carterista robando a un torero mientras le daban un paseo por el ruedo. Era una fototeca increíble.
Mis primeras tortas ahogadas las disfruté en Guadalajara mientras cubría el autosecuestro del viejito José Guadalupe Zuno, suegro de LEA. También disfruté de las guacamayas picositas de Lagos de Moreno, Jalisco; las de la Barda de Tampico. A las que me rehusé siempre fueron a las guajolotas, esas que llevan un tamal dentro de un bolillo.
Sobre este alimento hay frases como ’se comieron la torta antes del recreo’ alusión a una chica que se embaraza antes de tiempo; o el tipo que se queda como el ’perro de las dos tortas’, que por no decidirse pierde todo. Hay niños que surgen con ’la torta bajo el brazo’, esto es, que nacen con suerte.
Mi primera visita a España fue en 1970. En un parador turístico entre Ávila y Segovia pedí una torta de jamón serrano y queso manchego. La dependienta, muy azorada me dijo: Señorito (así se estilaba) aquí las tenemos de zarzamora, melocotón y fresas; de lo que pide no tenemos. Otro turista, también mexicano, me orientó: yo también caí, aquí se llaman bocadillos. Sólo atiné a expresar: ¡Ozú!
Cada jueves, varios años, llevamos tortas al H. Colegio Militar, en Tlalpan. Primero eran cuatro o seis para dos alumnos. Luego, la cantidad se incrementó hasta llegar a veinte bocadillos. Había, y hay, muchos chicos a quienes su familia, por distancia o recursos no los visitan. Todos fueron nuestros hijos adoptados (no adoptivos) los tres años de su instrucción militar. Uno de ellos pasó a ser parte de nuestra familia y nos sentimos muy orgullosos de él.
Seis décadas después de mi primera visita a La Texcocana, continúo siendo fiel comensal del lugar. En esta ocasión, acompañado de Anita y de Aria, mi Penélope y mi hija, que también se han hecho adictas a estas tortas, que, si bien no son nada baratas, conservan la calidad de toda la vida.
La Texcocana fue fundada en 1936, y como diría mi chamana y maestra Doña Tranquilina, de ahí pa’cá, vez haciendo tus cuentas.

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