Presente lo tengo yo

Un hombre y una mujer (II)

Un hombre y una mujer (II)
Periodismo
Febrero 16, 2021 16:35 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

No haré larga una historia que es en esencia corta. Todas las historias de amor son en esencia cortas. El caso es que después de dos o tres conversaciones en la reja de aquella hermosa mujer de Piedras Negras el dicho revolucionario constitucionalista obtuvo de la dama el tan ansiado sí. Se vivían tiempos de revolución, no como los nuestros, que no son tiempos de nada. Así, el revolucionario constitucionalista manifestó a su dulcinea que pronto, seguramente, tendría que partir. ¿Qué harían en ese trance? Ella lo seguiría, declaró la joven. Ni pensar en casorio, añadió, porque seguramente sus padres no accederían a esa boda con un revolucionario constitucionalistas, pues ellos -sobre todo el papá- profesaban fuertes ideas conservadoras: toda la familia era huertista, como antes había sido porfirista, y veía con pésimos ojos -peores aún que malos ojos a secas- a los que andaban en la bola.

El galán le iba a decir a su amada que no se decía ’bola’, sino ’lucha reivindicadora’, pero pensó que no sería romántico hacer dicha corrección, por lo demás no relativa al campo de los sentimientos, sino de la política. Así, guardó silencio y preguntó entonces cómo le iban a hacer si el matrimonio quedaba descartado.

-Róbame -le dijo simple y sencillamente la muchacha-. Me iré contigo.

En eso quedaron, pues. A los pocos días el revolucionario constitucionalista recibió órdenes de ir a Torreón a cumplir cierta comisión del jefe. Este jefe no era cualquier jefe. Era el Primer Jefe. Como dijo Alberto Pani años después, al triunfo de la causa, en un discurso que pronunció ante comerciantes de Estados Unidos que visitaban la Ciudad de México:

-Me preguntan quién es Zapata. Es un jefe de bandidos. Me preguntan quién es Pascual Orozco. Es un jefe de bandidos. Me preguntan quién es Villa. Es un jefe de bandidos. Y me preguntan quién es don Venustiano Carranza. ¡Él es el Primer Jefe!

Había llegado el momento, pues, de cumplir los amorosos planes de la fuga. La noche acordada llegó, el galán en un fotingo o carricoche que alquiló en la estación del tren. Eran las 2 de la mañana, y Piedras Negras dormía. En aquellos años Piedras Negras dormía también a las 8 de la mañana, a las 11, a la una de la tarde, a las 5, a todas horas. Se abrió silenciosamente la puerta de la casa y apareció la chica. Llevaba consigo un atadillo de ropa. Sin decir palabra entró en el automóvil.

-¡A la estación! -ordenó nerviosamente el revolucionario constitucionalista al conductor.

Hacia la estación del ferrocarril se encaminó el fotingo. Al revolucionario constitucionalista le pareció ver tras de la ventana de su amada a una mujer que le decía adiós a la muchacha agitando la mano, pero pensó que tal visión era fruto de su imaginación, o que las sombras de la noche habían formado aquella figura que se despedía. Sin hablar ninguno de los dos -de los tres, porque el chofer también era gente y no lo podemos hacer menos- llegaron a la estación. Subieron los novios a uno de los vagones. La máquina dejó oír su silbato y el tren empezó a andar. Una precisión así, una tan perfecta coordinación de tiempo, sólo se logra en las películas y en los relatos hechos a posteriori sobre la Revolución Constitucionalista. (Continuará).

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