Presente lo tengo yo

Un cura enamorado

Un cura enamorado
Periodismo
Septiembre 29, 2020 18:04 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

Hace algunos años peroré en la Sala Ponce del Palacio de Bellas Artes. Antes de empezar la velada entré en el bello recinto, aún solitario, y lo vi lleno de fantasmas. Ahí escuché la primera lectura del más bello texto salido de la pluma de don Artemio: ’Historia de una vocación’. No tenía ya él voz para leer, pero lo hizo en su lugar, con donosura extraordinaria, quien lo sucedería en la crónica de la Ciudad de México: Salvador Novo.

Otro fantasma vi, el de un hombre de luenga barba hirsuta y traza de sabio o de profeta. Acerca de esa barba escribió Alfredo Cardona Peña estos alejandrinos bien trovados:



’... Lo primero que vemos son unas ramas coptas

que luego se transforman en carrascas indoctas

que entienden griego y náhuatl, y aman al Peripato.

¡Diccionario tenemos con ellas para rato!...’.



El padre Ángel María Garibay K... Esa ka es de Kintana, apellido de origen éuscaro que los vascos se niegan a escribir ’Quintana’. Jamás traté al erudito sacerdote, pero leí sus memorias en un libro que no circuló mucho, pues las autoridades eclesiales lo vieron con sospecha y evitaron hasta donde pudieron su circulación.

En agosto de 1958 –tenía yo 20 años– asistí en la misma Sala Ponce a una conferencia que dictó el padre Garibay. ¿De quién habló esa noche? ¿De Nezahualcóyotl? No. ¿De Aristóteles, entonces? Tampoco. ¿Acaso de San Agustín? Menos aún. El padre Garibay habló de Acuña, de nuestro Manuel Acuña, a cuyo nombre hay que añadir por fuerza las palabras ’el poeta suicida’ o ’el infortunado bardo’.

En ese tiempo yo leía a Villaurrutia, al dicho Novo, a Gorostiza y Pellicer. Pensaba por tanto que Acuña era un poeta cursi. Supuse que el padre Garibay, sabio como era, lo iba a hacer pedazos. También creí que lo reprobaría con acrimonia –sacerdote al fin– por haberse privado de la vida. En las dos conjeturas anduve equivocado. Comenzó el disertante por decir que Acuña era una luminaria –esa palabra empleó, bien lo recuerdo– de nuestra poesía, y a propósito de la temprana muerte del poeta recordó la sabida frase de Menandro según la cual los escogidos de los dioses mueren jóvenes.

Yo me quedé muy intrigado, y más cuando escuché al padre Garibay decir de memoria algunos tercetos de ’Ante un cadáver’ y negar que el poema fuera fruto de frío materialismo positivista, afirmando que antes bien guardaba relación con antiguas sabidurías del Oriente según las cuales el curso de la vida y de la muerte forma un círculo que no tiene principio ni final.

¿Por qué ese austero sacerdote, siempre de negro hasta los pies vestido, parco en su trato y su palabra, decía tan bien de Acuña y de sus versos? Nunca me lo expliqué hasta que tuve en mis manos su libro de memorias. Entonces pude repetir aquella manida frase de las comedias españolas: ’¡Ahora caigo!’. Diré mañana por qué aquel sacerdote pudo entender tan bien a Acuña, el poeta suicida, el infortunado bardo. (Continuará).

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