Una laureada revelación poética


Especial por el Dr. Jorge Eduardo Arellano

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Una laureada revelación poética
Cultura
Mayo 31, 2020 15:25 hrs.
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NO ES es Magda Bello (Masaya, 2 de agosto, 1976) una poeta inédita ni desconocida. En su haber, posee ya tres poemarios: Memorias dispersas (2016), Emily (2017) y Tras la huella del Príncipe (2018), en coautoría con el español Francisco Martín Martín. Del primero no puede asegurarse que sea el de una tímida primeriza, ya que en sus composiciones vibra una voz diáfana y desafiante, apasionada y altiva. Además, está colmado de elementos eróticos, vivencias entrañables e inquietudes metafísicas. No falta también la denuncia ecologista (ella opta por un mundo verde), la correlación entre cuerpo y espíritu, la pintoresca estampa rural y la convocatoria de felices recuerdos.

El segundo ––una veintena de logradas apropiaciones–– constituye un homenaje inspirado en la vida de la poetisa estadounidense más auténtica del siglo XIX: Emily Dickinson (1830-1886). Se trata de una inmersión en el mundo interior de ese ejemplo vivo de la independencia y del misterio del genio solitario, fiel a sí mismo. En fin, consiste en una evocación de la Dickinson: revivida, resurgida, resemantizada.

Por su parte, el tercero es algo más que unos ejercicios versificatorios, siguiendo el modelo del Rubén Darío adolescente, consumado aprendiz de la métrica española. No se ha dado un caso similar, entre las colegas mayores y menores de Magda, que se haya atrevido a ejecutar esa tarea aparentemente obsoleta, pero útil para el desarrollo creador de una iniciada en el verdadero oficio lírico como es Magda Bello en sus 42 años de existencia. Con todo, Tras la huella del Príncipeno me entusiasma tanto como en sus dos poemarios anteriores, aún cuando supera los textos del malagueño Martín Martín.

Al momento de facturar sus tres poemarios, le asistía más emoción que lectura, más intuición que el limitado conocimiento literario que le podría aportar su adolescente estancia juigalpina y su natalicia Masaya. A esta ciudad —saturada de folclor— Magda canta: “Érase una vez Mazatlán, / lugar de venados, / una cueva de murciélagos, / un pueblo que no duerme, / un volcán que nunca se apaga. // Érase una vez una ciudad / llena de máscaras, / machorratón y torovenado, / y dormíamos en hamacas, / bebiendo café de leña / con dos tamales pisque / y un perolito con chicharrón. // Érase una vez / una ciudad natal: Masaya.”

El encanto mágico no es ajeno a la poeta. Tal lo revela en el poema “Como si el mundo no fuese magia”: “Le gritaban ¡bruja! / como si el mundo no fuese magia / o si la muerte fuera broma / y los duendes no jalaran sus canillas. / La insultaban por esculcar líneas rotas, / por develar los enigmas / y cubrir de rosas telas / el esplendor del más allá. // Le llamaron bruja / por ser mujer de otra estirpe, / por descubrir nuevos mundos / y llorar antes de tiempo. // La ataron. / La arrastraron por las calles / al infierno de sus lenguas, / al ardor de sus inquinas, / pero sus manos se soltaron, / sus pies corrieron desnudos, / su cuello se levantó en alto / y escapó de la hoguera. // Les ahuyentó los miedos, / les abrazó las penumbras / y desde los pueblos Mangues / le gritaron / ¡Allí va la bruja! / como si el mundo no fuese magia (20 de mayo, 2018).

Magda Bello comparte y despliega un sufrimiento íntimo y colectivo en su poemario galardonado con el Premio Internacional de Poesía Rubén Darío 2019: No hay pasada a Catarina/ Poesía en tiempo real. Aquí ella habla en nombre de todo un pueblo. Así se constata en “Sonámbula escucho mi llanto”: “Lloro por las ruinas de este pueblo, / de lo poco que nos queda. / El parque Julio César con la desnuda mujer de mármol. / Las neblinas de polvo en las aceras, / sus puertas enllavadas, calladas. / Apenas se escucha un par de tacones altos. / Y la iglesia de San Miguel en telarañas, / y sus santos olvidados. / Has de creer: ya nadie les reza. / Y esta fiebre no se cansa de golpearme, / de debilitar mis huesos, / de hacerme añicos. / Siento que muero y lo peor es que no muero. // Lloro por las ruinas de este pueblo / escuchando como angina de pecho / el odio que les habita, / los rencores que alimentan / y sus gritos meciendo columpios. / Me voy cabizbaja vagando / por los rieles, a la Casa de Leña, / enflorando la tumba de mi abuela / y sonámbula escucho mi llanto, / tu llanto, el llanto de quienes ansiamos la paz (24 de junio, 2018).

Ella se sustenta en una tradición ancestral y mítica; refiere hechos, decires y sentires ––asumiendo una lengua coloquial y utilizando casi el formato de un diario, que recuerda el de Ana Frank, en circunstancias muy distintas–– durante una terrible situación bélica, acogotada por el miedo, la escasez de alimentos y la desesperanza. En “Las lavanderas del Fátima” no puede ser más explícita: “Este año nos llovieron / piedras, morteros y balas, / y la avenida del Calvario / está inundada. / Dicen que las lavanderas del Fátima / retuercen en batea pantalones / con anelina roja”.

Al mismo tiempo describe a un adolescente insurrecto en “El vende enchilada”: “El vende enchilada / se tapó el rostro / con una pañoleta azul y blanco. / Tenía los ojos cargados / de sueños, / los sueños llenos de rabia / y su rabia no la escondía. / Él vendía de las Cuatro Esquinas / dos cuadras al Este. / Tenía las manos garrasposas, / cargaba piedras, quebraba vidrios / y con un grave aliento a cañita / dijo: ‘Ya saben a las dos de la tarde: / no hay pasada para nadie”. / Y así fue (30 de junio, 2018).

Sencilla y espontáneamente, elaboró una serie de 48 poemas cortos y terapéuticos, cuyo contenido está muy lejos del panfleto partidario. La serie se caracteriza por la sinceridad testimonial y el cronismo de la violencia fratricida. Véase “Condenados a muerte”: Como condenados a muerte / vemos cansados los segundos, / y el reloj se detiene un sábado / cinco de mayo. // Parece que ha cambiado el tiempo / y los días se largan sin previo aviso. // Como si no fuera poco / veo pasar a tus muertos, sus muertos, / nuestros muertos / y los que no avisaron que se iban.

En realidad, su poemario es un solo texto que evoca lejanamente El soldado desconocido (1922) de Salomón de la Selva (1893-1959), emitido por un solo hablante lírico, identificado con el tono conversacional (Y cuando yo muera / no me traigás crisantemos en moño, / ni me adornés con velillo de monte, / ¡no seás pinche, jodido! / ¿Qué no ves que todavía huelo / las gencianas de mi abuela?)

La evocación de su infancia figura en el poema inicial, “Juego de niños” (19 de abril, 2018): “Cuando éramos niños jugábamos a la guerra / con tiradoras de hule y balas de plástico. / Corríamos detrás de las puertas / con rifles de las escobas de palo/ y nos moríamos de mentira/ con el sudor salpicado de lodo. / […] Cuando jugábamos en la calle del barrio, / creíamos que la guerra era un juego de niños”. Asimismo, el amor se halla presente en los dos últimos: “No era para tanto” y “El querer aun me hace daño” (escritos, respectivamente, el 29 y 30 de julio de 2018), sin estar desligados de la temática central y cohesiva que otorga vitalidad a No hay pasada a Catarina. Otro poema, alusivo al título, se refiere a que si las piedras hablaran “se quejarían / de mis malas palabras, / de mi poca paciencia, / de mis ganas de lanzarlas al infierno […] y les gritaría: ¡Hijas de puta! / Que se formasen en fila / y nos dejasen pasar”.

Felicito a la autora por su merecido reconocimiento. Magda firmó su laureado poemario —con una graciosa ingenuidad— como “La india bonita de Nandayure”, asumiendo claramente su identidad cultural de chorotega moderna. Por fin, deseo puntualizar que, desde María Teresa Sánchez (1918-1994), con Canto amargo (1958), nunca hasta hoy una mujer se había acreditado el Premio Internacional de Poesía Rubén Darío. Entonces era de carácter centroamericano y es una falacia la divulgada por una poeta nicaragüense en Washington, donde afirmó que había sido merecedora de un premio nacional de poesía en su país. Se refería al premio “Mariana Sansón Argüello”, que no era nacional: no participaban todos los nicaragüenses de ambos sexos, sino que era gremial: restringido a las integrantes de una asociación de mujeres escritoras (ANIDE); y no era financiado por el Estado, sino por una organización no gubernamental de Holanda.

ANIDE, si es que posee alguna pizca de solidaridad de género, y capacidad de reconocer a la mayor revelación poética surgida en Nicaragua durante los últimos cinco años, debería otorgarle su membresía honoraria. Sus cuatro poemarios constituyen la prueba más contundente de esta sugerencia.



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