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Una sombra de ayer

Una sombra de ayer
Periodismo
Marzo 23, 2020 19:26 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

Llegó este hombre a Saltillo al comenzar los años cincuenta del pasado siglo. Venía precedido de gran fama, pues había aparecido en una película española que alcanzó mucha popularidad, cuyo nombre es ’En un burro tres baturros’. Su actuación en ese film no fue de partiquino o extra: él era uno de los tres baturros. De los otros dos ya no me acuerdo, pero eran actores conocidos.

Se llamaba Jorge Mairós, y vino de España. Tenía un recio acento castellano que él mismo cuidaba de exagerar ceceando fuerte. Pertenecía a la vieja escuela del teatro, aquella de don Fernando Díaz de Mendoza, magnílocua y declamatoria. En nuestra ciudad tuvo mucho auge dicha escuela, quizá porque no había otra. Los más antiguos aficionados al teatro recordaban aún a don Benito Goríbar, que en escena no decía, por ejemplo: ’Está muerta’, sino clamaba con grandilocuencia: ’¡Está muéreta!’.

Nunca he sabido por qué llegó Mairós aquí. Entiendo que alguien lo invitó a hacer teatro católico. Tradicionalmente las religiones han tenido miedo del teatro, quizá porque saben que el teatro es otra religión. Los escritores católicos -el Padre Coloma y Fernán Caballero, entre otros- ponen al teatro y al baile entre los grandes enemigos del alma, segura ocasión de irse al infierno. Pero sucede que a la gente le gustaba el teatro en la misma forma que ahora le gusta la televisión. Y seguía yendo al teatro pese a todas las prohibiciones y a todos los anatemas fulminados desde el púlpito. La Iglesia, entonces, se dijo con esa sabiduría milenaria que siempre ha tenido, al menos desde que cumplió mil años: ’Si no los puedes vencer, úneteles’. Y empezó ella misma a hacer teatro. De ahí dramaturgos como Paul Claudel en Francia y José María Pemán entre los españoles.

Aquí se había representado ya el tremendo drama de D’Annunzio intitulado ’La antorcha escondida’, historia de amores desgarrados, flagrantes adulterios, crímenes espantosos y suicidios. Quizá se alarmó la clerecía por el rumbo que tomaba la escena local, y quiso equilibrar la situación con otra propuesta, como se dice ahora en el argot del arte. O a lo mejor Mairós había encontrado una buena veta para explotarla en la provincia, y por sí mismo vino a Saltillo como lugar propicio para proponer su… propuesta. El caso es que una mañana quienes andábamos en la farándula nos desayunamos con la noticia de que un famoso actor y director teatral había llegado de España directamente a Saltillo y se disponía a montar -así se decía: ’montar’- una obra.

La pieza era de Pemán y se llamaba ’El divino impaciente’. No era la primera vez que se hacía teatro católico en nuestra ciudad. En la historia del teatro saltillense debe figurar el nombre de una dama ejemplar, doña Ema Fernández de Rodríguez. Ella era una devota católica que fundó una asociación de jóvenes con el sonoro nombre de ’Guardia de Honor del Santísimo Sacramento’. La sede de la agrupación estaba casi frente a mi casa, por la calle de General Cepeda, entre De la Fuente y Escobedo. Para atraer a los muchachos y llevarlos a la devoción a Jesús Sacramentado doña Emma hacía teatro. Que yo recuerde montó dos obras. Una se llamaba ’El juramento del caudillo huronés’, y trataba de la obra de evangelización realizada por la Compañía de Jesús entre los pieles rojas del Canadá; la otra fue ’El condenado por desconfiado’, espeso drama teológico de Tirso de Molina. Ambas producciones subieron al palco escénico -otra frase de entonces- en el salón de actos anexo al templo de San Juan Nepomuceno. Ya no existe ese teatro, pero en aquellos años tenía una gran actividad, pues los jesuitas promovían mucho la cultura. Eran la intelectualidad del clero, cuando en el clero aún había intelectualidad. (Seguirá).

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