’Catón’

Una sombra de ayer (III)

Una sombra de ayer (III)
Periodismo
Marzo 25, 2020 20:06 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

Por ese tiempo -los años cincuentas del pasado siglo- era yo alumno de la Escuela Preparatoria Nocturna para Trabajadores. Con un grupo de mis compañeros, amigos todos queridísimos, entre ellos José Sergio González, Homero Cárdenas Ramos, Eduardo Castillo Rendón y Enrique Ávila Rubí, hacía yo un periódico que se llamaba ’El Tecolote’. Lo sacábamos en máquina de escribir, con copias al carbón, hasta que Homero halló una receta peregrina más propia de alquimistas medievales que de modernos periodistas como éramos nosotros. La tal receta era una especie de gelatina que se preparaba en una cacerola sobre la estufa y luego se dejaba enfriar, con lo que cuajaba. Sobre esa gelatina se colocaba la hoja escrita, y sus caracteres se grababan a la inversa en la placa gelatinosa. Luego se iban aplicando las hojas una por una para hacer que quedara inscrito en ellas el texto respectivo. La tarea era más fatigosa que hacer todos los ejemplares del periódico en máquina de escribir, y era empresa de paleógrafos descifrar los caracteres, entre cirílicos, rúnicos y cuneiformes, que salían de aquella rara imprenta de cocina, pero nosotros nos sentíamos editores consumados.

Se había presentado la obra teatral ’El divino impaciente’ con éxito sonado. Su primer actor y director, el español Jorge Mairós, quedó en los cuernos de la luna. Su fama opacó en forma instantánea a la de todos los actores y directores teatrales que hasta entonces habían pisado la escena en la ciudad. Había que entrevistarlo. A mí, que me gustaba el teatro, me fue encomendada aquella honrosísima encomienda.

Primero traté de averigua el lugar en donde se hospedada el gran actor. Cosa rara: no estaba en el Arizpe ni en el Urdiñola, como era de esperarse por su fama, sino en otro de menos pretensiones, el Hotel ’Saade’, por la calle de Aldama, donde empieza Acuña al norte. Llegué y pregunté por la habitación de aquel gran personaje.

-Está en la de mero arriba -me dijo el encargado.

El dato me pareció sumamente extraño. Yo esperaba que me dijeran: ’El señor Mairós ocupa la Suite Presidencial’, o por lo menos: ’Don Jorge está en la master suite’. Pero el encargado de la recepción me dijo que Mairós estaba ’en el cuarto de mero arriba’.

Fui, pues, por las escaleras, a buscarlo. Llegué al último piso. Andaba por ahí una afanadora arreglando las habitaciones.

-¿Cuál es el cuarto del señor Mairós?

-El de mero arriba.

-Este es el último piso ¿no?

-El cuarto de él está en la azotea.

¡En la azotea! Allá fui por una escalerilla empotrada en la pared. En la azotea había una especie de cuarto de servicio destinado quizá a guardar trebejos. pero que se había desocupado para que la ocupara alguien que no podía pagar algo mejor. Llamé a la puerta y me abrió Jorge Mairós. Estaba sin afeitar y despeinado; vestía una piyama deslucida, una bata llena de roturas y unas pantuflas desgastadas. En el cuarto apenas cabía el catrecillo, con una silla y una mesa pequeña sobre la cual tenía Mairós una parrilla para hacerse él mismo la comida. Aquello era imagen clara de pobreza.

Entonces supe lo que son las glorias del teatro. Son lo mismo que las glorias de la vida: pura apariencia. Pero en aquella indigencia suya Mairós reinaba como un rey. A muchos señores ricos he visto luego en sus mansiones: a ninguno he mirado con el señorío de aquel cómico de la legua cuya pobreza era más digna que la riqueza de otros que andan en ese teatro tan falso que es la vida, y que jamás han tenido la fortuna de conocer esa auténtica vida que es el teatro.

Armando Fuentes Aguirre
‘Catón’ Cronista de la Ciudad
PRESENTE LO TENGO YO

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