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Veinticuatro siglos, el primer relato de una epidemia

Veinticuatro siglos, el primer relato de una epidemia
Salud
Abril 02, 2020 13:34 hrs.
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Alejandro Cea Olivares › diarioalmomento.com

Atenas guerreó con Esparta. La ciudad cuna de la cultura occidental la que regaló a la humanidad las ciencias, la filosofía, la escultura, la pintura, en fin, lo que sigue dándonos sustento entró en conflicto con una ciudad de guerreros, de ningún lujo ni ciencia más que la bélica. La fuerza de Atenas estaba en el mar; la de Esparta en los ejércitos de tierra. Los atenienses se encerraron en su ciudad. La estrategia era resguardarse en la ciudad e impedir las comunicaciones marítimas de Esparta para quitarle sus recursos de guerreros y de subsistencia.
Por ese motivo a Atenas llegó la gente del campo, la población se apiñó dentro de las murallas; la insalubridad creció. Llegó la peste. De esa guerra llamada del Peloponeso y de esa peste, Tucídides nos cuenta la historia.
Tucídides fue un general griego y además historiador. Al leerlo admiramos el detalle de su narración. Su relato es cercano, muy cercano a lo que diariamente estamos viviendo. Parece hecho para nosotros el día de ayer. Quien lea lo que sigue estará de acuerdo, que un relato realizado hace veinticuatro siglos, dos mil cuatrocientos años refleja con tanta o mayor calidad que los medios de comunicación moderna lo sucedido en una pandemia.
Una epidemia causa dolor y muerte; provoca el cambio de costumbres; hace surgir la solidaridad y, por la pérdida de vidas y riquezas, transforma las costumbres, las jerarquías, la distribución de bienes de toda la sociedad.
El texto va acompañado de algunas preguntas para ayudarte a recordar lo vivido. Escribe algo. Recuerda que esta experiencia es única y vale la pena guardar lo que hemos vivido para los que vienen y para nosotros mismos.

DE LA GUERRA DEL PELOPONESO ESCRITA POR TUCÍDIDES. LA PESTE EN ATENAS
De pronto surge la epidemia:
No hacía aún muchos días que estaban en Atenas cuando comenzó a declararse por primera vez entre los atenienses la epidemia, que, según se dice, ya había hecho su aparición anteriormente en muchos sitios, concretamente por la parte de Lemnos y en otros lugares, aunque no se recordaba que se hubiera producido en ningún sitio una peste tan terrible y una tal pérdida de vidas humanas.


No hay curación y el personal de salud está en riesgo.
Nada podían hacer los médicos por su desconocimiento de la enfermedad que trataban por primera vez; al contrario, ellos mismos eran los principales afectados por cuanto que eran los que más se acercaban a los enfermos; tampoco servía de nada ninguna otra ciencia humana.
Elevaron, asimismo, súplicas en los templos, consultaron a los oráculos y recurrieron a otras prácticas semejantes; todo resultó inútil, y acabaron por renunciar a estos recursos vencidos por el mal.
Para revivir tu memoria:
¿Sabías que no había ni vacuna ni medicina que lo curara?
¿Qué sabes sobre cómo se originó?
¿Qué diferencias y que semejanzas encuentras entre lo dicho en Grecia y lo que hoy se dice en las redes?

Buscamos el origen del mal y como se desarrolló.
La peste apareció por primera vez, según se dice, en Etiopía la región situada más allá de Egipto, y luego la enfermedad descendió hacia Egipto y Libia y a la mayor parte del territorio del Rey.
En la ciudad de Atenas se presentó de repente y atacó primeramente a la población del Pireo , por lo que circuló el rumor entre sus habitantes de que los peloponesios habían echado veneno en los pozos, dado que todavía no había fuentes en la localidad. Luego llegó a la ciudad alta, y entonces la mortandad ya fue mucho mayor.
Sobre esta epidemia, cada persona, tanto si es médico como si es profano, podrá exponer, sin duda, cuál fue, en su opinión, su origen probable así como las causas de tan gran cambio que, a su entender, tuvieron fuerza suficiente para provocar aquel proceso.

Describir lo que ocurre forma un buen diagnóstico.
Yo, por mi parte, describiré cómo se presentaba; y los síntomas con cuya observación, en el caso de que un día sobreviniera de nuevo, se estaría en las mejores condiciones para no errar en el diagnóstico, al saber algo de antemano, también voy a mostrarlos, porque yo mismo padecí la enfermedad y vi personalmente a otros que la sufrían

Los primeros síntomas
Aquel año, como todo el mundo reconocía, se había visto particularmente libre de enfermedades en lo que a otras dolencias se refiere; pero si alguien había contraído ya alguna, en todos los casos fue a parar a ésta. En los demás casos, sin embargo, sin ningún motivo que lo explicase, en plena salud y de repente, se iniciaba con una intensa sensación de calor en la cabeza y con un enrojecimiento e inflamación en los ojos; por dentro, la faringe y la lengua quedaban enseguida inyectadas y la respiración se volvía irregular y despedía un aliento fétido. Después de estos síntomas, sobrevenían estornudos y ronquera, y en poco tiempo el mal bajaba al pecho acompañado de una tos violenta; y cuando se fijaba en el estómago, lo revolvía y venían vómitos con todas las secreciones de bilis que han sido detalladas por los médicos, y venían con un malestar terrible. A la mayor parte de los enfermos les vinieron también arcadas sin vómito que les provocaban violentos espasmos, en unos casos luego que remitían los síntomas precedentes y, en otros, mucho después.

La fiebre era muy intensa, insoportable
Por fuera el cuerpo no resultaba excesivamente caliente al tacto, ni tampoco estaba amarillento, sino rojizo, cárdeno y con un exantema de pequeñas ampollas y de úlceras; pero por dentro quemaba de tal modo que los enfermos no podían soportar el contacto de vestidos y lienzos muy ligeros ni estar de otra manera que desnudos, y se habrían lanzado al agua fría con el mayor placer. Y esto fue lo que en realidad hicieron, arrojándose a los pozos, muchos de los enfermos que estaban sin vigilancia, presos de una sed insaciable; pero beber más o beber menos daba lo mismo. Por otra parte, la imposibilidad de descansar y el insomnio los agobiaban continuamente.

Muchos resistían; después morían
El cuerpo, durante todo el tiempo en que la enfermedad estaba en plena actividad, no quedaba agotado, sino que resistía inesperadamente el sufrimiento; así, o perecían, como era el caso de la mayoría, a los nueve o a los siete días, consumidos por el calor interior, quedándoles todavía algo de fuerzas, o, si conseguían superar esta crisis, la enfermedad seguía su descenso hasta el vientre, donde se producía una fuerte ulceración a la vez que sobrevenía una diarrea sin mezclar, y, por lo común, se perecía a continuación a causa de la debilidad que aquélla provocaba.

Quienes sobrevivían quedaban con graves secuelas.
El mal, después de haberse instalado primero en la cabeza, comenzando por arriba recorría todo el cuerpo, y si uno sobrevivía a sus acometidas más duras, el ataque a las extremidades era la señal que dejaba: afectaba, en efecto, a los órganos genitales y a los extremos de las manos y de los pies; y muchos se salvaban con la pérdida de estas partes, y algunos incluso perdiendo los ojos. Otros, en fin, en el momento de restablecerse, fueron víctimas de una amnesia total y no sabían quiénes eran ellos mismos ni reconocían a sus allegados

¿Qué han expresado sobre sus sufrimientos quienes han sido contagiados?
¿Cuál es la diferencia entre la enfermedad en Atenas y el corona virus?


Enfermedad desconocida. Animales morían.
La naturaleza de esta enfermedad fue tal que escapa sin duda a cualquier descripción; atacó a cada persona con más virulencia de la que puede soportar la naturaleza humana, pero sobre todo demostró que era un mal diferente a las afecciones ordinarias en el siguiente detalle: las aves y los cuadrúpedos que comen carne humana, a pesar de haber muchos cadáveres insepultos, o no se acercaban, o si los probaban perecían. Y he aquí la prueba: la desaparición de este tipo de aves fue notoria, y no se las veía ni junto a ningún cadáver ni en ningún otro sitio; los perros, en cambio, por el hecho de vivir con el hombre, hacían más fácil la observación de los efectos.

Tal era, pues, en general el carácter de la enfermedad, dejando a un lado otros muchos aspectos extraordinarios, dado que cada caso presentaba alguna particularidad que lo diferenciaba de otros. Y durante aquel tiempo ninguna de las enfermedades corrientes hacía sentir sus efectos, y si sobrevenía alguna, acababa en aquélla.

Ningún remedio fue útil.
Unos morían por falta de cuidados y otros a pesar de estar perfectamente atendidos. No se halló ni un solo remedio, por decirlo así, que se pudiera aplicar con seguridad de eficacia; pues lo que iba bien a uno a otro le resultaba perjudicial. Ninguna constitución, fuera fuerte o débil, se mostró por sí misma con bastante fuerza frente al mal; éste se llevaba a todos, incluso a quienes eran tratados con todo tipo de dietas.

El mayor mal: el desánimo que provocaba.
Pero lo más terrible de toda la enfermedad era el desánimo que se apoderaba de uno cuando se daba cuenta de que había contraído el mal (porque entregando al punto su espíritu a la desesperación, se abandonaban por completo sin intentar resistir)
,
Al acercarse y cuidarse había contagio.
y también el hecho de que morían como ovejas al contagiarse debido a los cuidados de los unos hacia los otros: esto era sin duda lo que provocaba mayor mortandad. Porque si, por miedo, no querían visitarse los unos a los otros, morían abandonados, y muchas casas quedaban vacías por falta de alguien dispuesto a prestar sus cuidados; pero si se visitaban, perecían, sobre todo quienes de algún modo hacían gala de generosidad , pues, movidos por su sentido del honor no tenían ningún cuidado de sí mismos entrando en casa de sus amigos cuando , al final, a los mismos familiares, vencidos por la magnitud del mal, ya no les quedaban fuerzas ni para llorar a los que se iban.

¿Qué sabes de los apoyos y cuidados que reciben quienes atienden a los enfermos?
¿Qué corresponde hacer a las familias, a los vecinos en el cuidado de todos para todos?
¿Por qué hay personas que siguen saliendo y no se cuidan?

Quienes habían salido de la enfermedad eran los más generosos.
No obstante, eran los que ya habían salido de la enfermedad quienes más se compadecían de los moribundos y de los que luchaban con el mal por conocerlo por propia experiencia y hallarse ya ellos en seguridad; la enfermedad, en efecto, no atacaba por segunda vez a la misma persona a, al menos hasta el punto de resultar mortal. Así, recibían el parabién de los demás, y ellos mismos debido a su extraordinaria alegría del momento abrigaban para el futuro la vana esperanza de que ya ninguna enfermedad podría acabar con ellos.

La peste dañó más a los más pobres.
En medio de sus penalidades les supuso un mayor agobio la aglomeración ocasionada por el traslado a la ciudad de las gentes del campo, y quienes más lo padecieron fueron los refugiados. En efecto, como no había casas disponibles y habitaban en barracas sofocantes debido a la época del año, la mortandad se producía en una situación de completo desorden; cuerpos de moribundos yacían unos sobre otros, y personas medio muertas se arrastraban por las calles y alrededor de todas las fuentes movidos por su deseo de agua.

Los entierros se volvieron caóticos.
Los santuarios en los que se habían instalado estaban llenos de cadáveres, pues morían allí mismo; y es que, ante la extrema violencia del mal, los hombres, sin saber lo que sería de ellos, se dieron al menosprecio tanto de lo divino como de lo humano. Todas las costumbres que antes observaban en los entierros fueron trastornadas y cada uno enterraba como podía. Muchos recurrieron a sepelios indecorosos debido a la falta de medios, por haber tenido ya muchas muertes en su familia; en piras ajenas, anticipándose a los que las habían apilado, había quienes ponían su muerto y prendían fuego; otros, mientras otro cadáver ya estaba ardiendo, echaban encima el que ellos llevaban y se iban.

¿Qué nos corresponde hacer a cada quien, además de cuidar nuestra salud, para apoyar a los demás?
¿Cómo ayudar a los que tienen enfermos?


Aumentó la inmoralidad, no existió temor a la ley ni a los dioses.
También en otros aspectos la epidemia acarreó a la ciudad una mayor inmoralidad. La gente se atrevía más fácilmente a acciones con las que antes se complacía ocultamente, puesto que veían el rápido giro de los cambios de fortuna de quienes eran ricos y morían súbitamente, y de quienes antes no poseían nada y de repente se hacían con los bienes de aquéllos. Así aspiraban al provecho pronto y placentero, pensando que sus vidas y sus riquezas eran igualmente efímeras. Y nadie estaba dispuesto a sufrir penalidades por un fin considerado noble, puesto que no tenía la seguridad de no perecer antes de alcanzarlo.

Lo que resultaba agradable de inmediato y lo que de cualquier modo contribuía a ello, esto fue lo que pasó a ser noble y útil. Ningún temor de los dioses ni ley humana los detenía; de una parte, juzgaban que daba lo mismo honrar o no honrar a los dioses, dado que veían que todo el mundo moría igualmente, y, en cuanto a sus culpas, nadie esperaba vivir hasta el momento de celebrarse el juicio y recibir su merecido; pendía sobre sus cabezas una condena mucho más grave que ya había sido pronunciada, y antes de que les cayera encima era natural que disfrutaran un poco de la vida.

Tal era el agobio de la desgracia en que se veían sumidos los atenienses; la población moría dentro de las murallas y el país era devastado fuera. Y en medio de su infortunio, como era natural, se acordaron particularmente de este verso, que los más viejos afirmaban haber oído recitar hacía tiempo: Vendrá una guerra doria y con ella una peste.

¿Al final de esta epidemia seremos una mejor sociedad, más solidaria, menos desigual, más cuidadosa de su salud?
¿Por qué los atenienses tiraron sus valores? ¿Esto puede ocurrir en México?

Pericles dirigió la acción.
Éstos son los hechos relativos a la epidemia. Entretanto los peloponesios, deseosos de asolar la llanura, pasaron saquean el Ática territorio llamado Páralo. Primero asolaron la parte que mira al Peloponeso, y luego la que está orientada hacia Eubea y Andros. Pero Pericles, que también entonces era estratego, mantenía el mismo criterio de que los atenienses no salieran al encuentro del enemigo, como en la primera invasión





Final.
Con la epidemia murió Pericles, vinieron pésimos gobernantes y Atenas perdió la guerra. El triunfo de Esparta favoreció el surgimiento de dos fuerzas políticas una en el norte de Grecia la de Alejandro Magno que con sus conquistas llegó hasta la India y sembró la cultura griega en todo el mundo conocido.
Y, muy cerca, al Occidente de Grecia un modesto pueblo en Italia comenzó a dominar, a vincularse con otros grupos. Eran los romanos que crearon una organización política única en la historia, expandieron su idioma, sus costumbres. Fueron los determinantes en la formación del mundo antiguo y en mucho de lo que hoy somos.
Este gran cambio surgió con la ayuda de la peste en Atenas ¿a qué ayudará el corona virus?
Ojalá escribas tus pensamientos sobre este tema y nos los des a conocer.

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