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Política
Marzo 19, 2016 20:20 hrs.
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José García Sánchez › diarioalmomento.com

Como en los tiempos de mayor auge del porfiriato la censura periodista la dictan funcionarios públicos de segundo nivel. Sin importar las consecuencias y con nula responsabilidad sobre la historia, ésta vuelve a repetirse.
El diario Milenio que no se caracteriza por su contenido crítico cedió ante el mínimo berrinche de la romántica Rosario Robles, por un reportaje que no fue de su agrado. Ante el malestar de la ex perredista, el director del periódico no sólo cedió contrarrestar la información con otra que no afectara a Rosario Robles sino que enfrentó a la reportera con los funcionarios públicos que llegaron a la redacción del periódico.
A pesar de los testimonios y documentos fueron comprobados uno a uno, el director del diario, Carlos Marín, despidió a la reportera.
Es decir, ahora se despide a quien hace bien su trabajo. Anteriormente, cuando el PRI todavía no se arreglaba con los medios de información por debajo del agua de manera tan descarada, se despedía a los reporteros que hacían mal su trabajo.
Pero no es la primera ocasión en que Carlos Marín protege los intereses de sus amigos a costa de la censura. En una ocasión sacrificó una columna completa de Pablo Gómez y en otra defendió a ultranza el prestigio de uno de sus columnistas, a pesar de que la razón no le asiste.
La hermandad más allá de cualquier norma de ética entre periodistas que sólo pueden ubicarse de un lado de las posturas políticas se hace evidente cada día más. Prueba de ello fue la reunión que hicieron políticos y periodistas alrededor de la figura de Diego Fernández de Cevallos, en una aparente reunión de diversidades, encuentro plural, reunión de divergentes, pero en realidad se trató de una reunión entre iguales, entre los más iguales a otros. Sin importar oficio, ni partido político sino una sola postura, una misma posición que para ellos es la misma.
En esa reunión de quienes sí pueden transformar la realidad de México se mostró que hay mexicanos más iguales a otros.
Así, con un grupo hegemónico fuera del poder pero con más poder que cualquier autoridad se explica la censura que inducida por algún funcionario público pueda afectar no sólo la vida laboral de una profesional de la comunicación sino su empleo.
Este tipo de situaciones y reuniones recuerdan los últimos días de la dictadura de Batista, donde los dueños del poder se reunían para deliberar la mejor manera de hacerse más ricos; lo mismo sucedía en Nicaragua, cuando Somoza, compraba medios de información callaba periodistas ya fuera a través de la censura o de un balazo. Recuerda los últimos días felices de la dictadura de Pinochet y la de Videla. Exactamente lo que ahora ocurre en México.
El retroceso en México con el regreso del PRI, con la sumisión a los poderosos de más allá de las fronteras, no sólo es económico y político sino social, cultural e histórico, donde la oligarquía vuelve por sus espacios empeñados al devenir de una historia que sabrían iban a repetir, de una riqueza que sabrían que recuperarían tarde o temprano, de sus parcelas de poder que regresarían a sus manos.
Estamos peor que cuando estábamos muy mal.

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